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Al jefe del Segundo Frente Oriental Frank País, general de ejército Raúl Castro Ruz, por sus sabias enseñanzas. A los combatientes de esta unidad guerrillera, a los luchadores clandestinos y colaboradores del Ejército Rebelde, en la región de Baracoa, y a todos los que dieron su aporte por nuestra liberación. A las madres, los padres, las esposas y demás familiares que sufrieron la pérdida de sus seres queridos en manos de la dictadura que ensangrentó a nuestro pueblo durante seis largos años y bajo la ignominia de una neocolonia impuesta por el imperialismo yanqui durante más de cincuenta años. Con el esfuerzo y la sangre derramada por nuestros héroes y mártires se abrió el camino hasta lograr la ansiada libertad del Primero de Enero, que fue la respuesta del pueblo de Cuba, a más de cuatro siglos de opresión y, por primera vez, somos verdaderamente libres.

 

 

 

 

He aquí una compilación de la poesía política del Indio Naborí. Sirvan entonces, para iniciar este prólogo, cuatro líneas de su Soneto I:“…El tiempo cae sobre nosotros pero/mientras hay una meta prometida/no se siente el gotear de su caída/ni consulta relojes el viajero…”. Ahora bien, ¿y quiénes son los viajeros de hoy? Yo respondería que los jóvenes; y en ellos, solo en ellos, puede perpetuarse la memoria de un poeta cuya poesía es ya un ingrediente indispensable del imaginario nacional. Decir Jesús Orta Ruiz (Indio Naborí), en cualquier lugar de la Isla, pasa primero por ser sinónimo de identidad y luego termina convirtiéndose en historia, leyenda o fascinación de obligada referencia.

«¿Quién es el último?», pregunté en la cola del Banco Popular de Ahorro un día a finales de 2012. «Es el piloto, viene ahora para acá». «¿Qué piloto?» «El Chino, el de Cangamba». «Bueno, yo quiero conocer a ese compañero», le agregué a mi atento interlocutor. Al poco rato llegó un hombre blanco, achinado, de más de un metro y setenta centímetros de estatura y canas asomadas por debajo de la gorra. Se presentó como Julio Chiong Almaguer, alias El Chino. Me identifiqué y nos dimos un abrazo como viejos amigos. A partir de ahí comenzaron nuestros intercambios que, en el propio banco, en la panadería, en los parques del reparto o en la calle, fueron cotidianos. Inicialmente compartimos anécdotas de piloto a piloto. Pero, con el decurso del tiempo las vivencias del Chino trascendieron a las personales; entonces, más que escucharlas, comencé a profundizar en ellas. Le eché mano a papel y lápiz, elaboré minuciosos cuestionarios y lo entrevisté hasta el cansancio.

Qué bueno, Antonio Enrique comienza la historia con la etapa de su niñez y adolescencia, como campesino, formando parte de una familia numerosa y emprendedora lo cual, pienso, influenció en la formación de su carácter e ideología. A finales de la década de los años cuarenta, con dieciocho años de edad, sus inquietudes sociales lo llevan a militar en la juventud del Partido Ortodoxo, dirigido por Eduardo Chibás, cuya consigna pública era “Vergüenza contra dinero” y una escoba que enarbolaba significando que barrería a los ladrones. Con ello había atraído a lo mejor de la juventud y a los obreros del país. Muchos jóvenes, entre ellos Lussón, decepcionados por el rumbo que tomó esa organización después de la muerte de Chibás y frente al golpe de Estado el 10 de marzo del año 1952, abrazaban la insurrección propugnada por el Partido Auténtico, desplazado del poder. Es una etapa en la que surgen muchas organizaciones insurreccionales, incluso el propio Frank País crea la Acción Prólogo 8 Revolucionaria Oriental (ARO). Todos quieren un cambio violento de la sociedad, pero es Fidel Castro quien procura los medios, recluta los hombres, organiza, y pasados cuatrocientos noventa y dos días del fatídico golpe de Estado ejecuta el asalto a los cuarteles de Santiago de Cuba y Bayamo, y aunque no obtiene la victoria militar acapara la simpatía y el apoyo del pueblo. Lussón, como miles de jóvenes santiagueros abandonan las otras organizaciones insurreccionales y abrazan el Movimiento Revolucionario 26 de Julio (MR-26- 7).

Sentimientos patrióticos vibraban en cada uno de los hombres y mujeres que se alistaban para una acción armada contra el tirano. Corría entonces el año 1953. En una hazaña como la que se preparaba era imprescindible la emoción, ánimos exaltados. El líder lo sabía bien y piensa en el valor movilizador de una marcha.

 

Quiso el destino que Fidel confiara en Agustín Díaz Cartaya para que escribiera los versos  que, cantados, llevarían en sus corazones aquel 26 de julio.

En sus páginas podremos revivir los preparativos para el asalto al cuartel Moncada, el combate en el hospital civil Saturnino Lora, las horas que vivió en la prisión en Boniato, su estancia en el Reclusorio Nacional para Mujeres en Guanajay y el rencuentro con Fidel a su salida de Isla de Pinos.

 

Como hablar de Haydée significa no olvidar a Abel, él también da vida a las páginas de esta obra. Él le mostró el camino que debían recorrer los hombres y las mujeres, para lograr su independencia, y ella fue ferviente aprendiz.

 

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