El colectivo de la Casa Editorial Verde Olivo visitó la obra en ejecución conocida como hotel de 23 y K. Una notable experiencia que permite conocer cómo se trabaja en la instalación turística más alta de Cuba.

Ya los habaneros —y los de otras provincias o del exterior—se acostumbraron a su presencia. Desde mediados de 2019, en el hueco heredado de una antigua cantera, comenzó un trasiego inusual, al cual siguieron la curiosidad, las interrogantes y las especulaciones. Hasta hubo quien afirmó que el viejo yacimiento desaparecería para dar lugar a la construcción de nuevas viviendas, en un edificio similar al de 23 y F.

Puras puras conjeturas, que iban y venían, mientras notables profesionales, técnicos y obreros integrados al proyecto Hotel K y 23— perteneciente a la Empresa Constructora de Obras para el Turismo La Habana, de la Unión de Construcciones Militares (UCM)—comenzaron a cambiar aquel entorno. Era serio lo que se proponían; tan serio que empezaron a dar forma a un edificio de 42 pisos desde el nivel de Calle 23, más dos por debajo, destinados al parqueo.

¿Cuánto han tenido que trabajar? ¡Muchísimo! Cada día el empeño es grande. Por eso, la fresca mañana de enero en que recibieron en sus predios al colectivo de la Casa Editorial Verde Olivo, además de hablar de las características de esta instalación—inédita en Cuba—, destacaron las largas jornadas que les permitieron comenzar y les han llevado hasta donde hoy están.

Como todos se acostumbraron a su presencia, porque pese a la pandemia y otros retos, ahí está el hotel—al parecer, atisbando a los cuatro puntos cardinales de La Habana—; los visitantes tuvieron la posibilidad de palparlo desde adentro.

¡En verdad, lo disfrutaron! Era una mezcla de emoción y asombro que van a recordar por mucho tiempo. Atuendo principal: los medios de protección. Nadie puede entrar a la obra si no lleva  el casco, el chaleco y zapatos adecuados para moverse por las áreas. Luego, subir hasta el piso 30. Por la etapa constructiva en que se encuentra la instalación, el ascenso se hizo en güinche, esa suerte de reptil de hierro que trepa lento pero muy seguro.

Los grupos fueron guiados por Leanet Fernández Rojas, responsable de la Zona A, Ana Lobaina, especialista de redes hidrosanitarias, y otros profesionales. El ascenso puso ante los invitados a La Habana toda. Llena de color, llena de vida y ajena a que tantos ojos la observaban, con la avidez de quien descubre muchos tesoros al unísono. Decenas de imágenes quedaron guardadas en celulares y otras cámaras, como constancia.

Desde allá, tan alto, todo se ve pequeño y la bahía parece estar al alcance de la mano, mientras la Loma del Esperón, en la vecina provincia de Artemisa, se aprecia nítida en la distancia, sobre todo durante esa mañana radiante libre de bruma.

En una visita como esta, tan diversa, no podía faltar el miedo a las alturas, algo que se fue aplacando a medida que el rapport de algún amigo permitía poner la mano en el hombro para ahuyentar el vértigo, porque resultó tan provechosa la mañana, que está en pie la disposición de volver a ese lugar, donde la rutina de una antigua cantera fue vencida por una edificación que se erige majestuosa, para asombro de cuantos, cotidianamente, aprecian su crecimiento.