El secretario de Defensa norteamericano, Pete Hegseth, llegó al cargo tras una apretada votación en el Senado. Se le acusa de alcoholismo y de violencia de género, y de poca o nula experiencia en temas militares; antes de asumir el cargo, era analista de esos temas para Fox News.

Sin embargo, Hegseth ha sido activo en materia de tomar decisiones. A mediados de marzo, aprobó una Guía Interina Estratégica de Defensa Nacional, que regirá los pasos del Pentágono hasta 2026, en que debe publicarse la nueva Estrategia de Defensa Nacional. El documento delinea las prioridades militares de la Administración Trump que no parecen diferir de lo que ya sabemos.

Así, EE.UU. deberá prepararse para disuadir una hipotética invasión a Taiwán por parte de China, que se mantiene como la principal amenaza para Washington. En consecuencia, hacia la región IndoPacífico, EE.UU. prevé desplazar buques no tripulados, submarinos de ataque, bombarderos y fuerzas especializadas del Ejército y la Infantería de Marina. Esto requiere un apoyo logístico que sigue siendo el talón de Aquiles, en un teatro de operaciones caracterizado por grandes extensiones de agua y donde se hace cada vez más difícil ocultar o enmascarar las fuerzas, ante las tecnologías emergentes de países como China, Corea del Norte y Rusia, con presencia en el Pacífico.

Para la reforzar la seguridad de EE.UU. se priorizará la construcción del sistema de defensa antiaérea “Cúpula Dorada”, contra cohetes hipersónicos, balísticos y sistemas no tripulados, que hace recordar la llamada guerra de las galaxias, de Ronald Reagan. El magnate Elon Musk se frota las manos, pues ha propuesto para el sistema una flota de satélites de vigilancia y otros artillados que quizás resulten ineficaces ante las amenazas futuras, pero que dejarán millones en su ya abultada cuenta bancaria.

Se reforzará también la lucha contra la migración ilegal y el narcotráfico, que para Cuba se traducirá en mayor presencia de buques y aviones militares cerca de sus fronteras.

En lo que parece contradictorio, EE.UU. parece apostar por reducir la presencia militar en Europa y Medio Oriente, dejando a la OTAN y otros aliados mayor responsabilidad en esas regiones. Esto, a pesar del reforzamiento militar actual en torno al mar Rojo, para combatir a la milicia yemení Ansar Allah (los hutíes) y como demostración de fuerza —ojalá se quede en eso— contra Irán, para obligarle a negociar en condiciones favorables a Washington y Tel Aviv.

En cuanto a tecnología, se priorizarán los sistemas no tripulados y aquellos que contrarresten capacidades similares adversarias; cohetes de largo alcance y gran precisión, así como la aplicación de la Inteligencia Artificial en apoyo a la toma de decisiones.

Como vemos, no han perdido tiempo ni Trump ni su secretario de Defensa en estos primeros 100 días. Se frota las manos el Complejo Militar Industrial, principal beneficiario de estos planes de desarrollo militar y de las guerras potenciales que el aspirante a pacificador está alimentando con su silencio cómplice, su apoyo resuelto a países como Israel y sus sueños expansionistas.

Para finalizar, aunque no lo digan, podemos afirmar que seguirán alentando rebeliones contra gobiernos que no se plieguen a sus mandatos, mediante mercenarios u opositores entrenados, armados y pagados por ellos, siendo Siria el ejemplo más reciente, porque a pesar del desarrollo militar actual y del que aspiran a tener, han dejado claro los norteamericanos que la guerra no convencional mantiene su vigencia y es otra de sus «herramientas» para defender o alcanzar sus intereses de seguridad nacional.