Lázaro Peña siempre fue semilla
Cuando en Cuba alguien se refiere al movimiento obrero y a las luchas de los sindicatos, resulta imprescindible evocar a Lázaro Peña González, el valeroso que nació el 29 de mayo de 1911 en un humilde hogar del barrio habanero Los Sitios. Su vida la dedicó al Partido Comunista y a organizar a los trabajadores para enfrentar las injusticias.
Hijo de una despalilladora de tabaco y un carpintero y albañil eventual, necesitó aprender bien pequeño el oficio de su padre pues quedó huérfano, y su pérdida también se llevó la escuela y los anhelos de ser violinista. Desde entonces debía ganarse el pan para ayudar a su familia. “Pobre y negro, en la base doliente de una pirámide de opresiones”, nunca mejor descrito por el intelectual cubano Juan Marinello.
Por tales motivos, desde niño padeció los maltratos y penurias del trabajador cubano, mas su apego a la lectura le permitió alcanzar un vasto perfil cultural de forma autodidacta.
Ante tales circunstancias, bastaron sus 18 años para ingresar en las filas del Partido Comunista. Ahí comenzó las actividades contra los gobiernos entreguistas que herían a su patria, y con ellas, las detenciones, torturas y los días encarcelados.
Para controlar esas injusticias, en 1934 aceptó ser miembro del Comité Central del Partido Comunista, secretario general del Sindicato de Tabaqueros y miembro del Comité Ejecutivo de la Confederación Nacional Obrera de Cuba (CNOC), la cual pasó a dirigir en 1935.
Desde entonces, Lázaro fue un guía infalible en la unidad del movimiento sindical, el cual reorganizó y logró aumentar su membresía. Incluso, en 1938 apoyó con sus experiencias la fundación de la Confederación de Trabajadores de América Latina, con sede en México.
Después se celebró el Congreso Constituyente de la Confederación de Trabajadores de Cuba (CTC) en 1939, que resultó trascendental para que la clase obrera reclamara sus derechos y los hiciera parte de la nueva Constitución de la República. Además, fue un momento significativo para Lázaro, pues como reconocimiento a su honestidad, valor y entrega al movimiento sindical fue seleccionado para dirigirlo.
Entonces lo encontramos como delegado a la Asamblea Constituyente de 1940 y fundador de la Federación Sindical Mundial (FSM), en la cual desempeñó funciones como secretario y vicepresidente de su Comité Ejecutivo en 1953.
En ese período, tras ser intervenida la CTC por los gobiernos oligárquicos cubanos, él continuó luchando por las reivindicaciones obreras sin importarle las difíciles situaciones a las que era expuesto. Incluso, para librarse de su fuerza moral mientras estuvo en el poder, Batista no permitió la entrada de Peña al país a su regreso del III Congreso de la FSM en Viena en octubre de 1953.
Después del triunfo revolucionario, Lázaro se consagró a reconstruir el movimiento sindical devolviéndole la unidad y el prestigio. Acciones que en 1961, al celebrarse el XI Congreso de la CTC, permitieron que fuera propuesto para reinsertarse en su directiva como secretario general hasta 1966. ¡Cuentan que pocas veces se le había visto tan contento!
Así su labor se ramificó en el movimiento sindical internacional con la creación de la Confederación de Trabajadores de América Latina (CTAL); en el Comité Central del Partido Comunista de Cuba, del cual fue miembro hasta su fallecimiento; y en la dirección del Departamento de Organizaciones de Masas en el propio Comité Central.
Sin embargo, cuando hablaron en su presencia de la preparación del XIII Congreso de la CTC, él hizo de aquella actividad un motivo suficiente para olvidar la enfermedad que lo aquejaba. Cuentan los participantes que él fue el centro del trascendental cónclave, en el cual se analizaron diferentes temas del acontecer político, económico, social, laboral y sindical, propuestos y desarrollados por Peña para someterlos a debate con todos los trabajadores.
Sobre la entrega y consagración hasta los últimos momentos de vida de ese Capitán de la Clase Obrera, expresó el Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz: “Inútil era rogarle que moderara sus esfuerzos y atendiera su salud. Era lo único en que este militante modesto, dócil y disciplinado desatendió los ruegos de sus compañeros y las exhortaciones de su Partido [...] No venimos propiamente a enterrar a un muerto, venimos a depositar una semilla”.
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