José Jacinto Milanés: entre la lucidez y la melancolía (II)

18 de Agosto de 2025

La Obra de José Jacinto Milanésaparece en pleno desarrollo del romanticismo en el siglo XIX y trascendió por su fuerza poética y también por sus denuncias sociales.Foto: Oficina del Historiador de la Cuidad de La Habana

 

«José Jacinto,

qué suerte tuvo usted

que perdió la razón

clamando a gritos

por el único amor

antes de haber sabido

que ningún amor,

absolutamente ningún amor

es infinito».

 

Martha Valdés

La literatura especializada considera que el sujeto psicótico no percibe la realidad de la misma manera que el resto. Cualquier falla en la unión de los tres registros psíquicos fundamentales (imaginario, simbólico y real) —que en condiciones normales funcionan coordinados—en José Jacinto parecen desarticulados, según sugiere su sintomatología.Como consecuencia,su capacidad de servirse del lenguaje y los significantes para establecer una relación funcional con otros era inoperante —cuestión crucial para un hombre que vivía de la palabra,y lo cual se demostraría para 1843 cuando deja de usar la voz para comunicarse—. En tales circunstancias, la realidad perdería los límites para convertirse en algo en extremo angustiante y abrumador.Sensación que ya comenzaba a experimentar comenzada su juventud.

 

Pero no todo resulta desolador en semejante panorama. Estos defectos en la conexión de los registros se corrigen con la aparición de un cuarto elemento reparador y compensatorio, que para el poeta —y lo demuestran sus textos— estaba representado en la obtención del amor de una mujer.

 

Y por algún tiempo esta invención delirante le sirvió de anudamiento y alivio. Lamentablemente, dos eventos esenciales en su historia personal marcaron un viraje, tanto en su ejercicio literario como en su salud mental: el rechazo amoroso de Dolores Rodríguez y Varela—en su juventud temprana—, y posteriormente el enamoramiento obsesivo con su prima adolescente Isabel  Ximeno, que terminó en abierta y fuerte oposición de su tío político y el resto de la familia. Por tanto, el anudamiento falló, dos veces, y con la ruptura definitiva del nudo psíquico sobrevino también su rompimiento con la realidad.Ya no habría vuelta atrás para el poeta.

 

Es a partir de la primera decepción que apareció bajo su pluma de manera continua e inquietante el dolor de existir. Los temas recurrentes fueron la soledad y la incomunicación, la culpa, la angustia, el vacío existencial, la locura, y una profunda «obsesión de la pureza»1o lo que es lo mismo: el horror de la impureza. De sus poemas se intuyen fenómenos alucinatorios y un exceso de melancolía.Es precisamente a través de su creación que elaboraba lo que sufría, intentando atrapar su vacío con las palabras (inoperancia del registro simbólico), y en la imposibilidad de conseguirlo volvía sobre el papel en un bucle torpe y constante, como si se tratara de una escritura-síntoma; muy ligado a lo que Vitier llamara «el rasgo del sobrepasamiento».1

 

A estas alturas ya hemos comprendido que Milanés no entendía ni lograba adaptarse a los significantes sociales. Se distingue una desesperación misteriosa, una impotencia. Era incapaz de ajustarse, como si existiera entre él y la sociedad una especie de foso o barrera invisible. Se trataba de un hombre desligado y desconectado. Razones por las que no frecuentaba la puesta en escena de sus obras y comenzó a alejarse de las tertulias.

 

Esta experiencia tan íntima de vacío inconmensurable le resultaba imposible de desplazar o llenar, excepto con el objeto de su deseo, el único significante simbólico que funciona para él: la mujer amada. Es por eso que, en varios textos, así como en el poema «La madrugada»2 expresó:

 

«Vertí un mar de llanto: el alma

no se me hallaba sin ella».

 

En su discurso es frecuente el dolor del abandono y del rechazo, pero también de su posición como objeto de desecho:

«Aquella ingrata belleza

olvidome con desdén».

 

Todos sus laberintos de frases parecen condensar la misma ausencia en su centro que se resumen en el magnífico poema «La fuga de la tórtola»2:

«Inconsolable, triste y marchita,

Me iré muriendo, pues en mi cuita

Mi confidenta me abandonó».

 

Lo interesante es que no se trata de una identificación simbólica, sino real, porque traspasa la metáfora para quedar permanentemente en la experiencia del vacío, de vacuidad, de hueco infinito. Elemento este que unido a fenómenos del orden de lo alucinatorio desatados en el poema «El mendigo»2podrían resultar ya en claras señales de psicosis de tipo melancólica:

 

«Si acaso pasaba riendo un amigo,

creía escucharle que hablaba de mí:

ved: ese no tuvo que darle al mendigo

y viene a reírse y a danzar aquí».

 

Es llamativo, además, que en gran parte de sus composiciones poéticas también expresaba frecuentemente decepción por el deterioro social, de los valores humanos y de sí mismo, como una conciencia extremadamente lúcida, crítica y moral en contraposición a sus momentos de enajenación. Tal es el caso de piezas claramente antiesclavistas como «El negro alzado»2:

 

«“Es un esclavo no hay

“amor que valga: que sude

“trabajando sin cesar,

“porque para amar a nadie

“no puede tener lugar”.

 

“—Por supuesto. ¿Quién le manda

“que nazca esclavo y bozal?”»

Estas pistas también asoman en «El mendigo»2 donde aparece la denuncia hacia la clase dominante y acomodada: 

 

«[…]pero aunque mil ayes el mísero exhala

y en su faz el lloro del hambre se ve,

la turba de mozos lanzóse a la sala,

y una carcajada su limosna fue».

 

Denuncia que abruptamente recurva hacia sí mismo:

 

«Turbada mi mente de culpa tan grave,

quise, oculto en sitio más solo y sombrío,

que echase de mi alma la flauta suave

las nieblas confusas de aquel desvarío».

 

La culpa, la autoacusación y el autorreproche se distinguen con nitidez; representan más que un tema recurrente, se trata de un mea culpa obsesionante que alcanza el punto más alto del delirio de indignidad y constituye —como un leitmotiv— la fuente de su inagotable melancolía.

 

Fue ese autocastigo—probablemente derivado de la rotura del lazo funcional entre sus registros psíquicos—el catalizador de su deterioro, que terminó transformándolo en una especie de resto, descuidándose de la manera más extrema, porque el hombre melancólico —el poeta— ya no era más que un perseguido de sí mismo.

 

En 1843, con el fin de su producción literaria y el derrumbe de los pocos atisbos de razón que aún sostenía —ante la imposibilidad de casarse con su prima Isa— José Jacinto sucumbió a un peligroso mutismo que lo acompañaría para siempre. Finalmente, la palabra y sus significantes quedarían como otro espacio vacío.

 

Por algún tiempo empuñó su letra para comunicarse escasamente con su familia y para intentar versos que ya nada tenían que ver con el brillante bardo de su juventud. Hasta el día en que dejó de hacerlo: sucumbió al más espantoso silencio y se convirtió en la sombra más oscura de su viejo caserón matancero. El poeta ya había muerto cuando el 14 de noviembre de 1863 cerró los ojos por última vez.

 

No existen dudas de que el legado de Milanés corresponde a la corriente romántica en que surge y se desarrolla. Aun así, su trabajo no resulta en lo absoluto una imitación del «estilo Heredia» como era furor entre jóvenes y aficionados de aquellos años. Sus poemas —e incluso su creación escénica— llevan intrínseca una ciertaruptura del discurso convencional y una fuerza desestructuradora en el núcleo de su escritura. Este fenómeno posicionó al autor entre los creadores más significativos de la lengua española.

 

¿Genialidad o la más profunda expresión de locura? Quizás ambas, para suerte de la literatura de esta isla y sus lectores.

 

Referencias bibliográficas:

 

  1. Cintio Vitier: «Acentos de José Jacinto Milanés». Lo cubano en la poesía. Instituto del Libro. La Habana, 1970.
  2. José Jacinto Milanés: Obras completas, Edición del centenario, Editora del Consejo Nacional de Cultura, La Habana, 1963.
  3.  

Fuentes consultadas:

 

  • José Jacinto Milanés: Obras completas, Edición del centenario, Editora del Consejo Nacional de Cultura, La Habana, 1963.
  • Cintio Vitier: «El obseso». Poetas cubanos del siglo XIX. Semblanzas.Cuadernos de la revista Unión, 1969.
  • Salvador Arias: José Jacinto Milanés: fuga y encuentro. Ediciones Matanzas. Matanzas, 2014.
  • José Lezama Lima: «José Jacinto Milanés». Antología de la poesía cubana. Consejo Nacional de Cultura. La Habana, 1965.
  • Arnaldo Mirabal: «José Jacinto Milanés: ¿un poeta socialista?» 200.
  • Gurevicz, Mónica Graciela;Muraro, Vanina: «La melancolía y el delirio de culpa». IX Congreso Internacional de Investigación y Práctica Profesional en Psicología. Universidad de Buenos Aires, 2017.

 

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