Apuntes de un diario: del 5 al 14. 6. 1988.

23 de Abril de 2025

Eduardo Licerio Verdecia Díaz.Foto:Cortesia del Autor

 

 

Durante mi estancia de 17 meses en Angola como piloto de helicópteros llevé un diario con vivencias personales y otros hechos. Este capítulo que propongo a internautas, amigos, combatientes…, recoge otros 10 días de mi estancia en el Regimiento de Helicópteros de Huambo y el traslado hacia la base aérea de Lubango.

 

 

Desde el 27 de mayo anterior estaba actualizado en vuelos, por lo que comencé a cumplir guardias de BSR (Búsqueda Salvamento y Rescate) a los cazas, que casi a diario, de día o de noche, bombardeaban las bases de los opositores de la UNITA; quienes continuaban sus hostigamientos a nuestro edificio y amenazaban con ponerle «carros bombas», además se aceleraba el acondicionamiento de los «huecos» (refugios) del aeropuerto para nuestro traslado en busca de mayor seguridad.

 

Al mismo tiempo se mantenía mi expectativa de viaje hacia la base de Menongue, al sureste; aunque esto podía cambiar y quizás fuera para Lubango, al suroeste. En tanto cumplía los deberes, cada mañana dejaba el equipaje listo ante el posible viaje en helicóptero o en avión.

 

Así ocurrió el día 9, después de las 8 am, cuando despegamos en dos aeronaves para el segundo destino. Iba en el MI-17 líder, de copiloto del teniente Milton Labrada Almira; acompañados de un MI-25 con el mayor Mario Rivas (Jefe de unidad) y el capitán Calatayud, nuestro representante en Luanda. Tras el giro por la izquierda, rasantes a los quimbos (barrios) al sur de la ciudad, y yo un poco tenso con mi mapa listo en el muslo derecho, la regla de cálculo, el semicírculo y el lápiz, todo preparado para la larga travesía de 350 km; entró una orden del torrero «regresando, regresando, hasta nuevo aviso». Ese aviso se postergó, y después del mediodía retornamos con todas las pertenencias al predio de la ciudad.

 

Continué cumpliendo las misiones ya mencionadas sin desear el catapultaje de ninguno de nuestros compañeros de los MIG-21; que implicaría rescates entre las selváticas montañas del norte de la urbe o en las sabanas infestadas de kwachas (guerrilleros opositores).

 

El día 14 monté en un AN-26 con 5 compañeros más, entre ellos el primer teniente Osvaldo Planas Riverot, jefe de escuadrilla. La aeronave ascendió en espiral sobre Huambo huyendo de los cohetes portátiles del enemigo; y a los cuatro mil metros tomó rumbo a Lubango, paralelo a las altas cumbres del macizo central debajo. Dejaba atrás la llamada «ciudad de los morteros», de temperaturas invernales por su altitud de unos 1700 metros sobre el mar.

 

En 45 minutos el avión descendía, también en espiral, sobre la urbe de construcciones blancas y arcos de cerros al sur y el oeste. Mientras lo hacíamos, en cada giro se observaban las dos extensas pistas del aeropuerto ubicado a unos dos kilómetros sobre una boscosa planicie al este de la ciudad, donde se basificaba nuestra principal agrupación aérea del sur, con cazas MIG-23 y MIG-21, más una escuadrilla de helicópteros MI-17.

 

El vehículo nos trasladaba al área del campamento, situada sobre un terreno de ligera inclinación cerca de la rampa de vuelo, y al sur de las cabeceras (extremos) oestes de las pistas; allá a lo lejos, encima de uno de los cerros, se divisaba El Cristo (Cristo Rey) de manos extendidas y mirada hacia la ciudad.

 

-FUENTES

 

Archivo personal del autor y fotos de Google.

 

Arribamos a la «cassenda» nuestra —en español algo así como casona—, cercana a la de los pilotos de cazas y un poco más distante del resto; albergaban al personal de aseguramiento, la jefatura de la base, los soldados, la cocina—comedor, los almacenes y el anfiteatro. Eran semejantes y de color blanco, además, muy confortables y agradables a la vista; construidas al igual que el aeropuerto, por una compañía yugoslava años atrás (1982).

 

Nos recibieron los tripulantes destacados allí. Entre estos algunos que yo no conocía, como los jefes de nave y primeros tenientes Miguel Cádiz Acosta, alias Chícharo y Fernando Marcilla Cortés. Nos acomodamos en uno de los cuartos —tenía cerca de ocho—, amplio y acondicionado con dos literas.

 

Casi al anochecer Planas me dijo, «Verdecia, vas a ser el copiloto de Chícharo». Y el pequeño Chícharo (apodo dado por el color de sus ojos entre lo verde y amarillo) no perdió tiempo en adelantarme, «mañana a las 7 salimos hacia Cahama». A partir de ese momento, hasta la hora del descanso, estuve preparando la travesía con este; sin dejar de hacerles consultas a los copilotos destacados allí, de vasta experiencia en aquella región.

 

Me dormí tarde pensando en mi primera misión combativa, y en el hecho de que esta era en dirección a la frontera de Namibia. También estaba satisfecho porque había escuchado que allí en Lubango no había morterazos y las cobras eran escasas.

 

  • Mapa de Angola que muestra el traslado a la nueva base aérea.Foto :Cortesia del Autor

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