Apuntes de un diario: 10 al 15 de mayo de 1988.
APUNTES DE UN DIARIO
10 al 15 de mayo
Después de 14 horas de vuelo arribé por la tarde del día 10 (con el subteniente Gomero (Reinaldo Rodríguez Gomero,) al Aeropuerto Internacional «4 de Febrero» de Luanda. Antes del aterrizaje observé paralelo a la pista a una hilera de personas negras con grandes bultos sobre sus cabezas, solo vistas por mí en libros y películas.
Montamos en una guagua que nos llevó hacia la unidad de tránsito para oficiales de Futungo, más o menos a 1km al sur de la terminal. Unidad de naves con techos de fibrocemento. De inmediato se nos acercaron unos «metemiedos» (denominación propia a los combatientes que se dedicaban a asustar con anécdotas a los recién llegados) a preguntarnos si éramos «cauissos» (novatos, iniciantes en la misión), de qué provincia en Cuba, y nuestras especialidades. Cuando conocieron que éramos nuevos en el país comenzaron los cuentos sobre minas, cobras, y derribos de aeronaves.
En poco nos entregaron el vestuario de camuflaje, botas, ropa interior, aseo, mochila verde olivo, y fuimos ubicados en un dormitorio cercano a los que concluían la estancia allá; que dejaban oír las más variadas anécdotas de Cuito Cuanavale, caravanas y morteros.
A los dos días llegó el resto de nuestros compañeros tripulantes, los cuales recibimos sonrientes y en uniformes de camuflaje. El 13, nos visitó el capitán Calatayud piloto de MI-24 y representante de los helicópteros en la Misión Militar Cubana. Este nos registró y habló largamente con nosotros. Conocimos que pronto iríamos para el sur, se refirió a las principales misiones; al vuelo a menos de 50m sobre el terreno a Cuito Cuanavale; a la ofensiva por suroeste del país; a los últimos accidentes de nuestros helicópteros.
Después de comida, ya oscuro, subimos a las gradas del anfiteatro; lugar que daba visibilidad sobre el alto muro de la unidad hacia el aeropuerto. Por allí escuchábamos relatos de otros combatientes, algunos un poco exagerados. De pronto vimos una larga línea de trazadoras rojas que salían de la terminal en dirección nuestra, y pasaron rosando el techo de la instalación. No fue necesaria ninguna voz de mando para que todos bajáramos de allí y corriéramos para los dormitorios.
ꟷ¡Eso no es na´, deja que lleguen a Luena o Huambo y verán lo que es bueno! ꟷgritó alguien en el albergue de al lado.
El 15, bien temprano uno de los jefes nos sacó a las afueras, a la calle de enfrente para una guardia vieja (limpieza). Sentí como temor al sacar los pies; recelos con la tierra extraña. Y con detenimiento pude ver la pobreza extrema: casuchas con pedazos de zinc y cartón, los niños panzudos, el mal vestir.
Por la tarde el propio jefe nos informó que nos había planificado guardia en las postas de seguridad alrededor del campamento. Esta la comenzó Raúl Ballagas, copiloto camagüeyano, en una posición que daba para el aeropuerto, oscura que daba miedo. Luego continuaríamos los demás.
Pero él fue el único que la realizó, porque cerca de la medianoche llegó la orden de que por la mañana (día 16) partiríamos hacia Huambo.
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