Apuntes de un diario: 15. 6. 1988 (I parte)

09 de Mayo de 2025

 Eduardo Liceo Verdecia  al lado de un helicóptero Mi-17.Foto: Cortesia del autor

  

Nos levantamos a las 5: 30 am bajo la frialdad de Lubango. Después del desayuno, Chícharo, el técnico Bong y yo fuimos para la rampa. Sobre las nueve despegamos para Cahama con unos ocho o diez coroneles y teniente coroneles cubanos. Volamos casi al suroeste, pegando la barriga de la aeronave a los bosques ralos, amarillentos por la sequía. Me mostré un poco tenso por la altura del vuelo, pero era necesaria para burlar los cohetes portátiles de la Unita; no había vivido esta experiencia ni en la escuela de Kremenchug, ni en el regimiento de Camagüey; además por las habilidades que aún no tenía para la navegación en esas condiciones de pocos puntos de referencia, que limitaban las radio señales de los aeropuertos.

 

Con mi esfuerzo y la ayuda del mapa, más la experiencia de Cádiz en la región, antes de los 120 km divisamos el cerro de Chibemba de 300 m de altura, elevación que era como el radiofaro de los helicópteros en esa ruta.  En breve le pasamos por el lado, y nos montamos sobre la carretera que se dirigía a nuestro destino. Cuando le informé al jefe de nave la proximidad del objetivo este asintió con la cabeza. Pidió la autorización para el aterrizaje. «Ejecute al lado de la aldea», respondió el torrero.

 

Como a un kilómetro antes del poblado dejamos a la izquierda el aeropuerto en construcción de dos pistas —orientadas de Este a Oeste como en Lubango—, mandado a construir por Fidel; para acercar los aviones a 120 km de la frontera con Namibia, durante la gran ofensiva por el suroeste contra los sudafricanos. Continuamos y nos tiramos en una amplia área del Este de la diminuta Cahama, donde ya estaba el otro MI-17 que se basificaba allí; pilotado por el primer teniente Gabriel García García y mi amigo Jose (subteniente José Rubén Hernández), El cabezón de Camagüey. 

 

Mientras Bong reabastecía de combustible, Cádiz y yo fuimos a saludarlos.

 

En media hora despegamos, íbamos de líderes para el poblado de Xangongo a 90 km al sureste, con el objetivo de realizarles guardia de BSR a los MIG-23 que explorarían la frontera, distante a 75 km. Lo hicimos sobre toda la carretera bordeada de bosques que perdían la vista tanto hacia la izquierda como hacia la derecha; y donde sobresalían los inmensos «baobabs» (imondeiros), semejantes a la ceiba cubana. La vía me facilitaba la navegación, que al inicio fue sin aldeas, ni objetivos importantes; lo cual obligaba a seguir el tiempo de vuelo del cronómetro y la distancia por el DISS-151.

 

Pasados los 50 km aparecieron a ambos lados de la vía y entre el bosque muchas siluetas humanas, blancas y negras, y mucha técnica militar: tanques, camiones, cohetes, shilkas2, cañones, y tiradores de cohetes portátiles encaramados en parrillas en lo más alto de los árboles. En tanto los combatientes levantaban sus manos en señal de saludo, me dije: «ahora sí estoy en la guerra de verdad».

 

En pocos minutos descendíamos frente a la iglesia de Xangongo, pasado el río Cunene con su largo puente, que me recordaba aquellas cartas que enviaba mi hermano Elio Esteban hacia Cuba; donde decía, «estoy en el sur, al lado de un río grande». Pero no mencionaba el nombre. Entonces pensé que podía estar en esa zona.

 

Apagados los motores decenas de pobladores escasos de vestuario y de rostros humildes se acercaron a la aeronave; aunque una escuadra cubana armada con AK nos rodeó y los mantuvo a unos 15 o 20 metros de distancia. En tanto Chícharo conversaba con un piloto de MIG-21 nuestro, quien castigado por allí actuaba como dirigente de los vuelos; me acerqué al soldado ubicado frente a la puerta del helicóptero, un joven bajito, blanco y de anchas espaldas.

 

—¿Conoces a alguien llamado Elio Esteban Verdecia Díaz? —le pregunté tras el saludo.

 

—Llevo poco tiempo aquí y con ese nombre no conozco a nadie.

 

Continué intercambiando con este, a la vez que mi vista se iba a cualquier dirección; rebuscando entre los uniformes de camuflaje la posible aparición de mi hermano. Al final supe que el muchacho era tunero y llevaba 28 meses en la misión.

 

A pesar del carácter alegre del cubano, durante las casi dos horas que estuvimos allí vi tensión entre estos. Incluso, minutos después de nuestro arribo sonó la alarma de combate. Otros soldados que se nos habían acercado corrieron hacia sus puestos de combate.

 

Nosotros, al conocer que esas campanas habían sido por la presencia de aviones enemigos en la frontera nos dimos cuenta que nuestros MIG-23 estaban por allá.

 

Sobre la una nos ordenaron regresar a Cahama. Lo hicimos por la misma ruta. Y cuando rozábamos las copas de los árboles con muchas manos extendidas debajo; sentí más orgullo al saberme parte de esa tropa que avanzaba victoriosa hacia Namibia. 

 

Aunque al mismo tiempo una penita se alojaba en una esquina de mi pecho: no haber encontrado a mi hermano.

 

FUENTES: Diario del autor, mapa topográfico de Angola.

 

1 Sistema de navegación que indica la velocidad real, la distancia recorrida y la declinación lateral de la aeronave.

2 Instalación antiaérea de 4 cañones de 23mm, montada sobre un transportador blindado.

  • Mapa de Angola con las rutas de las misiones combativas del día.Foto: Cortesia del autor

Comentarios

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