Libros

No podría dejar de mencionar a mis padres de crianza, Joaquín y Berta, dos ancianos preciosos, casi analfabetos, pero de corazones gigantes para amar, que me acogieron entre sus brazos, me educaron en el seno familiar, que es la escuela primera e hicieron de mí un hombre de bien. A mi hijo, mi nieta Isabella, los dos seres que más amo en mi vida. A los compañeros del Departamento de Preparación Combativa del Ministerio del Interior; a todos los que me acompañaron en mi recorrido por las Tropas Especiales, sin ellos nunca lo hubiera logrado; a todos aquellos que regaron con su sangre la tierra angolana, quienes juntos sembramos sueños; a mis compañeros caídos en el cumplimiento del deber porque están en mi pensamiento y actuar diario, porque me dan fuerza en el corazón y en la pluma. Dedico este modesto testimonio a las Fuerzas Arma-das Revolucionarias, la gran escuela, y a nuestros queridos Fidel y Raúl, quienes encabezaron la Generación del Centenario.

 

7 Volver al Índice Agradezco a la Revolución Cubana y al Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz, la posibilidad que han dado con la obra revolucionaria a jóvenes de origen humilde, como yo, poder ostentar un título universitario, y que seamos dueños de nuestro propio destino. También; al soldado angolano; mucho se ha hablado de él, y a pesar de no tener entonces la preparación combativa necesaria, siempre fue un fiel compañero, y luchó estoicamente por cada palmo de su patria. Juntos consolidamos la hermandad eterna de los dos pueblos. Eso solo pudo lograrse en la Cuba de hoy, la patria de Martí y de Fidel, gratitud por poder ir tan lejos a ayudar a un hermano pueblo africano, al cual nos unen raíces profundas, acto que hace realidad el pensamiento martiano: Quisiera en el juego franco./Del pensamiento sin tasa,/ Ver fabricando la casa,/ Rico y pobre, negro y blanco.

 

 

 

 

Más allá de la experiencia personal, un libro también es realidad colectiva, tradición, cultura, una puerta abierta hacia el descubrimiento de vivencias atesoradas por la historia de nuestra patria. Diversos acontecimientos, creencias, ilusiones y vicisitudes que padecieron la gran mayoría de los pobladores coloraenses en el oriente cubano, se narran en estas páginas, cuyos protagonistas vivieron allí desde finales del siglo XIX. No podrá hablarse de Las Coloradas sin mencionar a Belic, Cabo Cruz y otros barrios cercanos donde se concentraron los oficios existentes: tala de madera, producción de carbón y la pesca. En una conversación informal con la presencia de varios compañeros, entre ellos: Ciro Rodríguez Reytor, Luis Carlos Ge Castillo y Jorge Gutiérrez Manganelle, —todos estudiantes de la escuela Granja Infantil Experimental Piloto de Estudio y Trabajo Sierra Cojímar, en La Habana—, les compartí a las hermanas Griselda y Celia Sánchez Manduley mi interés de escribir sobre la historia de Las Coloradas, y la última respondió: —¡Cuando lo hagas, lo traes, a Fidel le va a gustar mucho!

Hace algo más de cuatro años, en momentos en que trabajaba como investigador del Centro de Estudios Militares de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, recibí la visita del coronel de la reserva José Alberto León Lima, un héroe cubano con mucho que contar, sobre todo, del Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz, de quien fue escolta y chofer, en los primeros años de la Revolución.

 

Excelente comunicador, Leoncito, como todos lo conocen, es sin embargo un hombre más bien tímido, sencillo, y en exceso modesto. Poseedor de una memoria proverbial y amplia capacidad de observación, guarda en su privilegiado cerebro los detalles de muchos acontecimientos que le tocó vivir. Después de varias horas de conversación, me pidió le ayudara a escribir sus memorias. Lo convencí de que solo él podía ser el autor de un testimonio que, con toda seguridad, sería cautivador.

 

 

 

 

 

 

 

Es imposible repasar la papelería de Katiuska Blanco sin deslumbrarse ante la magia que impregna a todo cuanto escribe. Ella logra una perfecta armonía entre el periodismo, la literatura y la historia, cualidad que la convierte en una auténtica cronista, capaz de imprimir a sus trabajos un estilo propio, en el que se impone una búsqueda constante de la belleza, tanto en el lenguaje como en la esencia misma de los hechos, las personas y las cosas, aunque aborde temas difíciles como la guerra, el dolor, la pobreza, o tan sencillos como cualquier pasaje de la vida cotidiana.
La peculiaridad de volver una y otra vez sobre el mismo tema, ha permitido a la autora, agrupar sus crónicas en diferentes colecciones:
Ciudad soñada, por ejemplo, reúne las dedicadas a las calles de La Habana, donde a partir de la historia original que les da nombre, deja correr su imaginación y crea nuevos y apasionantes pasajes
de leyenda, y los libros Voces del Milagro y Niños del Milagro, en los que figura como coautora, incluyen otras nacidas de los reportajes realizados en Venezuela a familias favorecidas por la misión
médica cubana. En proceso de edición, están las llamadas Crónicas viajeras, que responden a las impresiones recibidas en otras tierras; su historia, sus tradiciones; Angola, que reúne las nacidas de su experiencia como corresponsal de guerra en ese hermano país y Fidel, un eterno caminante, las inspiradas en la vida, las hazañas y el magisterio de nuestro Comandante en Jefe.
El poeta Miguel Barnet, al referirse al libro Todo el tiempo de los cedros, paisaje familiar de Fidel Castro Ruz, apuntaba los rasgos que caracterizan, no solo a ese volumen, sino a toda la obra de Katiuska Blanco. Decía Barnet:
«Cuando me leí Todo el tiempo de los cedros, me di cuenta, por sobre todas las cosas, de que estaba ante una escritora, ante una novelista con una estética muy propia, una estética de una delicada
intención poética, una poética de gran sensibilidad, capaz de captar los detalles que pueda captar en la vida, en el mundo, en las texturas, una mujer sensible».
Desde mi Habana, es la colección que ponemos en esta ocasión en manos del lector, las crónicas que la conforman, tratan temas como la belleza, la felicidad, el amor, la amistad, el dolor, la patria…
y en cada una de ellas, podemos sentir esa gran sensibilidad de la autora, su espíritu un tanto romántico, su capacidad de estremecerse ante los más mínimos detalles y su facilidad para expresar emociones y trasmitirlas con sencillez y lirismo.
Alba María Orta Pérez

Deseo dedicar este libro a mi familia, a la memoria de nuestro jefe, el comandante Efigenio Ameijeiras Delgado, a mis compañeros de armas y fundamentalmente, a todos aquellos combatientes de otras nacionalidades, que junto a nosotros hicieron acto de presencia voluntariamente en Argelia e integraron las filas de nuestra brigada internacionalista de combate. Aquella que pudo haber sido la segunda Brigada Internacional Comunista del siglo pasado, la cual debió operar en un extenso territorio al noroeste de las arenas del desierto del Sahara, donde presumiblemente debíamos realizar las futuras acciones combativas. Gracias a los señores embajadores de las repúblicas Argelina Democrática y Popular, y de la Árabe Saharaui Democrática por las ayudas brindadas. También deseo agradecer al colectivo de compañeros de la Casa Editorial Verde Olivo y al de la Maqueta de La Habana (GDIC), por la valiosa ayuda prestada para poder concluir este.

Noventa escalones para ascender a la cima de una vida dedicada a los demás, a Cuba, a su América, a la humanidad.

Era solo un jovencito y se pronunció contra la corrupción y el gansterismo que imperaban entonces en la Universidad habanera y en toda la sociedad cubana; lleno de valor enfrentó la amenaza, incluso, a costa de la propia vida.

Era solo un joven y comprendió el valor de la solidaridad, de la hermandad, y se pronunció a favor de los pueblos de Puerto Rico, Nicaragua, República Dominicana; de los excluidos y desprotegidos del mundo.

Era solo un joven e hizo repicar de nuevo la campana de la Demajagua para que los estudiantes, y la juventud del país y del planeta reclamaran los derechos de quienes se saben con razones e ideales suficientes.

Era solo un joven e hizo desbordarse, en nuestras calles, un mar de cubanas y cubanos, cuando la Marcha de las Antorchas.

Era solo un joven, cuando a la cabeza de un centenar de combatientes se propuso alcanzar el cielo por asalto y librar a su tierra de la tiranía.

Por eso, es él en cada niño, adolescente o joven que le imita, que le sigue, que le ama, que expresa “Yo soy Fidel”… Porque son grandes, desde que nacen, aquellos que con sus nombres escriben millones de historias en solo tres pa-labras: justicia, dignidad, libertad.

Rafaela Valerino Romero

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