Por la luz de la enseñanza
El 26 de noviembre de 1961, fueron asesinados el alfabetizador Manuel Ascunce y el campesino Pedro Lantigua por bandas contrarrevolucionarias, bajo las órdenes de la Agencia Central de Inteligencia.
Aquella coladita de café, fue la última que vio hacer Pedro Lantigua a su esposa Mariana y justo antes de tomarla de un sorbo, irrumpieron en la sala de la casa unos supuestos milicianos, que no llegaron cautivados por el aroma de la infusión.
El comportamiento de los intrusos, delató su verdadera identidad e intenciones. Eran miembros de la banda contrarrevolucionaria de Julio Emilio Carretero, que operaban en el Escambray. Entre ellos sobresalían Pedro González y Braulio Amador, quienes se proponían asesinar al joven Manolito, por llevar la luz de la enseñanza hasta aquel sitio intrincado.
Cuando los golpes no alcanzan
Con el objetivo de proteger a Manuel Ascunce, ambos lugareños lanzaron gritos desesperados, para avisar al adolescente sobre los planes de los recién llegados. Él no vaciló y alzó su voz, para intentar salvar a quienes lo habían acogido en su hogar como parte de su familia. Entonces aseguró: ¡Yo soy el maestro!
Su coraje indignó a los bandidos, quienes se lanzaron sobre él y Pedro, de manera cruel. Al alejarlos del bohío arrastraron con ellos a Pedrito también, mas este último no estuvo mucho tiempo con los captores, pues Mariana se los arrebató.
A pesar de los esfuerzos del más pequeño de los Lantigua por buscar ayuda, la noche y las dificultades propias del camino, lo impidieron; permitiéndole a los alzados alejarse con sus secuestrados.
A los bandidos poco les importó los escasos 16 años del maestro, para provocarle una muerte brutal. Su constancia en defender a la Revolución, los hacía no tener límites al inducirle agonías con el fin de “bajarle su orgullo”. Pedro Lantigua, compartió junto a él hasta el último aliento y puñetazo, los cuales sintió dobles, pues se consideraba responsable del joven ante la ausencia de su verdadera familia. Mas, profesor y alumno permanecieron firmes en sus ideas.
Ofensas, amenazas, golpes, punzonazos, forcejeos y torturas caracterizaron la noche de la finca Palmarito, en los límites de Limones Cantero. Allí decidieron ahorcarlos con alambre de púas, pues no podían contar lo ocurrido y debían representar un escarmiento, para todos los guajiros y los integrantes de la campaña de Alfabetización, la cual debía detenerse.
Atónitos quedaron quienes llegaron primero al lugar del crimen. Los cuerpos colgados en las ramas de una acacia, evidenciaban que el odio de los alzados no admitía perdón.
Los cadáveres de Manuel Ascunce y Pedro Lantigua fueron llevados al poblado, donde campesinos y brigadistas les rindieron el tributo merecido. En el acto de despedida, el entonces Presidente Osvaldo Dorticós Torrado expresó: “...con actos como este, cava, día a día, su tumba el imperialismo y el capitalismo”.
Constancia en el tiempo
Los asesinos abusadores tal vez creyeron que con el asesinato, los demás brigadistas abandonarían la campaña, pero no fue así. Ninguno renunció a su cartilla, manual, ni farol y gracias a su ímpetu, más de 707 000 cubanos aprendieron a leer y escribir.
El éxito del primer gran acontecimiento cultural de la Revolución, tuvo mártires como Manuel y Pedro, asesinados por apátridas que deseaban opacar la luz de la enseñanza. En estos años de duro batallar, miles de jóvenes cubanos, han seguido en camino de la docencia, como homenaje a estos héroes.
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