Martí y el misterio del habano
En la concepción martiana para reiniciar la guerra de independencia en 1895 resultaron ineludibles las lecciones aprendidas de anteriores tentativas emancipadoras en Cuba.
La originalidad de sus métodos e ideas directoras revelan en José Martí las condiciones envidiables del estadista previsor y genial conductor de pueblos.
Sin premura y con la discreción que la misión exigía, el delegado del Partido Revolucionario Cubano (PRC) intentó hacer coincidir los alzamientos en diferentes regiones del país con tres expediciones. Estas debían llegar a la nación caribeña para transportar, más que recursos bélicos, a los principales jefes de la gesta.
Pero las autoridades estadounidenses incautaron las armas de la expedición organizada por el patriota para la Guerra Necesaria, y el conocido Plan de Fernandina resultó un fracaso.
Aunque en los primeros momentos se manifestara muy angustiado, el Apóstol imprimió con celeridad nuevos derroteros organizativos y tomó las medidas pertinentes.
Recuperado del revés, el 29 de enero de 1895, firma la Orden de Alzamiento desde Estados Unidos junto al mayor general José María Mayía Rodríguez, representante personal del general Máximo Gómez Báez, y junto a Enrique Collazo Tejeda, en nombre de la Junta Revolucionaria de La Habana ante el Partido.
Solo faltaba avisarles a los independentistas en la Isla sin que los españoles sospecharan. Un tabaco resultó un hábil recurso para garantizar que la orden llegara a manos de Juan Gualberto Gómez, representante del PRC en La Habana, y por mediación suya a los organizadores de la guerra en territorio cubano.
Reunidos en Cuba, los independentistas fijan como fecha el primer domingo de los carnavales para reiniciar las hostilidades contra España. Lo anterior fue comunicado a Martí por Juan Gualberto en un sencillo mensaje cuyo texto era: “Aceptados giros”.
Todo había quedado dispuesto. Una vez más, la revolución anticolonial estaría presente en la manigua cubana. ¡El 24 de febrero comenzaría la guerra!
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