Continuidad de lucha
Al terminar la Guerra de los Diez Años, sin haberse logrado los objetivos por los que nuestros patriotas se lanzaron a la manigua, se inició un período en el que, latente el ideal independentista, se prepararían condiciones para una nueva etapa de guerra.
Aunque los grupos privilegiados de Cuba no deseaban la independencia, los patriotas cubanos nunca cejaron en el empeño de conquistar su libertad. Después de Baraguá se continuó combatiendo, aunque aisladamente, pero muy pronto se reiniciaron las conspiraciones para continuar la lucha por la independencia en todo el país.
A menos de un mes de haberse firmado la capitulación se constituyó por los patriotas de la emigración un Comité Revolucionario en Nueva York para encabezar la urgente tarea de recaudar fondos y preparar expediciones armadas que dieran auge a la insurrección en Cuba.
Un mes después de su creación se incorporó a este Comité de el general Calixto García Íñiguez, recién liberado de la prisión en España, quien de hecho se convirtió, en opinión de los demás, en el jefe del movimiento revolucionario que se organizaba. El Comitéde Nueva York adoptó el nombre de Comité Revolucionario Cubano.
Las tareas emprendidas por ese comité despertaron el entusiasmo de la emigración revolucionaria. Muy pronto se organizaron clubes revolucionarios en diversos puntos, entre los que se destacaron los de emigrados cubanos en Estados Unidos, Santo Domingo y Jamaica.
También se estableció contacto con patriotas que vivían en Cuba y se formaron grupos conspirativos en varios puntos de la Isla, dirigidos fundamentalmente por prestigiosos combatientes de la Guerra Grande.
Así, se crearon clubes revolucionarios en Santiago de Cuba, Manzanillo, Holguín, Baracoa y Guantánamo, al frente de los cuales se encontraban patriotas del prestigio de José Maceo, Guillermón Moncada, Quintín Bandera, Flor Crombet, entre otros.
En Las Villas y Colón también se crearon clubes bajo la dirección de Francisco Carrillo, Ángel Maestre y Cecilio González; y en La Habana se vincularon inmediatamente a estas actividades Juan Gualberto Gómez y José Martí.
Esta vez también la mujer cubana apoyó la conspiración con su presencia activa. Autorizados por el Comité Revolucionario Cubano, se crearon clubes secretos femeninos en la emigración y en Cuba. El primero se estableció en Cayo Hueso con el nombre del Club de Hijas de la Libertad y en Cuba se fundaron los de Guanabacoa y Regla; en La Habana se destacaba por su constante actividad Catalina del Río, bajo el seudónimo de la Llave.
Acciones más importantes
Las autoridades españolas, enteradas de lo que se tramaba, apresaron y deportaron a algunos de los comprometidos; entre ellos Pedro Martínez Freire, que fungía como coordinador de todas las actividades en la Isla, Flor Crombet y Mayía Rodríguez.
Estas detenciones pusieron en peligro el plan concebido para el estallido insurreccional en Oriente. Presionados por la situación, aunque carecía de la organización y de los armamentos y municiones necesarios, los conspiradores tuvieron que adelantar sus planes; así el 24 de agosto de 1879 se alzaron varios hombres entre Gibara y Holguín al mando de Belarmino Grave de Peralta.
Dos días después grupos armados al mando de José Maceo, Guillermón Moncada y Quintín Bandera, se enfrentaron a los españoles en Santiago de Cuba; sin embargo, no lograron, con las escasas armas con que contaban, llevar a cabo el plan trazado para la toma de la ciudad, por lo que se vieron obligados a alejarse de ella.
Semanas después se producían levantamientos en Mayarí, Baracoa, Tunas, Santa Rita, Baire, Las Villas, Sancti Spíritus, Arroyo Blanco, Sagua la Grande y en la Ciénaga de Zapata.
Contra los contingentes insurrectos fueron movilizadas numerosas columnas españolas. Una de ellas, a las órdenes del teniente coronel Lacy, jefe de la zona de San Luis, comenzó a operar contra José Maceo y Guillermón Moncada, considerados los jefes más peligrosos.
En La Habana se frustraron los planes de alzamiento por la detención de José Martí, en cuyas manos estaban las redes de la conspiración. Martí fue inmediatamente deportado a España y unos días después Juan Gualberto Gómez y otras figuras del abortado levantamiento fueron tomados como prisioneros.
Causas del fracaso
Ante los acontecimientos revolucionarios, el gobierno colonial se movilizó para luchar contra los sublevados; además, desarrolló una amplia propaganda en contra de los patriotas para evitar que recibieran apoyo de la población al acusarlos de que pretendían establecer una república negra en Oriente, ya que sus máximos dirigentes eran negros.
Los miembros del Partido Liberal Autonomista también desempeñaron un papel reaccionario, pues apoyaron las campañas difamatorias de los españoles y proclamaron que el movimiento retardaría la conquista de los derechos a que ellos aspiraban.
Los grupos que estaban alzados en los campos cubanos no tenían posibilidades de comunicarse entre sí y casi todos los conspiradores de las ciudades habían sido capturados por el enemigo.
A pesar del esfuerzo de los patriotas cubanos, tanto los que luchaban en los campos como los que se encontraban en el exterior, en diciembre de 1880 cesaron las acciones del último grupo insurrecto que comandaba el general Emilio Núñez, en Las Villas. Así terminaba la Guerra Chiquita, conocida con este nombre por su corta duración.
Importancia histórica de la Guerra Chiquita
En contradicción con su nombre, la Guerra Chiquita, a partir de sus preparativos, planes y alzamientos iniciales, debió ser un gran movimiento insurreccional. Su fracaso fue una experiencia útil para que en nuevas contiendas no se repitieran errores de igual naturaleza.
No obstante, sirvió para iniciar a José Martí en las actividades de conspiración independentista. Con esta experiencia Martí prepararía la nueva contienda, apoyándose en la emigración, en los clubes revolucionarios, en el trabajo por lograr la más sólida unidad y en la paciente obra de juntar voluntades bajo una dirección prestigiosa y colectiva.
La Guerra Chiquita fue, de hecho, la demostración de la continuidad de la lucha por la independencia que no se detuvo nunca, pues no hubo, ni aún en la llamada tregua fecunda, un instante en que los patriotas cubanos no estuviesen conspirando, recaudando fondos, organizando expediciones o combatiendo en aras de ese objetivo.
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