Un fotógrafo de la Revolución

26 de Febrero de 2024

Perfecto Romero, el fotógrafo de la Revolución. Foto: Roberto Garaicoa Martínez

¿Tú que vienes ahacer aquí desarmado?, esta fue la primera interrogante que le realizó el comandante Ernesto Guevara de la Serna, Che, cuando lo vio lleno de ilusiones en las montañas del Escambray. El joven Perfecto Romero jamás imaginó que su cámara, recién comprada, le iba a cambiar el resto de sus días.

 

Es un privilegio haber podido entrevistarlo pues es uno de los grandes fotógrafos de la Revolución. Conocer la historia a través de sus imágenes y sus vivencias fue una gran experiencia.

 

«Vengo de una familia muy pobre, de campesinos que trabajaban en tierras que no eran de ellos. Un día se presentó mi tía, casada con un millonario, le dijo a mi padre que tenía una finca y quería que él se la atendiera. Mi padre aceptó y me llevó con él. Tenía siete años pero trabajé en todo: agarraba los bueyes, traía las vacas para ordeñar, les daba de comer.

 

»A los dos años la tía vendió la finca y nos sacó de allí. Teníamos más de 70 puercos, más de 500 gallinas y todo sembrado. Nos dieron 700 pesos y nos pagaron el camión para la mudanza. Nos fuimos para Cabaiguán, un pueblo tabacalero, donde había empleo. Al llegar todos empezamos a trabajar, lo mismo limpiaba zapatos en el parque que hacía de pintor de brocha gorda. Fui aprendiz de carpintería, chapistería, sastre, trabajé en una panadería, vendí pan en la calle. La vida era dura».

 

¿Cómo llega usted a la fotografía?

 

—Luego del asalto al cuartel Moncada me incorporé al Movimiento 26 de Julio junto con otros compañeros, entre ellos, Alfredo Rodríguez que era fotógrafo del pueblo. Él trabajaba en una galería, su papá también ejercía esta profesión, tenían un cuarto oscuro y compartían el laboratorio. Para él la fotografía era algo muy importante y me alentaba a adentrarme en ese mundo, pero yo no tenía medios ni cámara.

 

»Una noche del año 1955 hubo un tiroteo tremendo en el pueblo. Llegué a la casa más tarde que de costumbre. Al abrir la puerta encontré a mi mamá sentada en un sillón esperándome. Me acosté a dormir enseguida. Soñé que los policías empujaban a mi mamá y registraban la casa buscando los bonos del 26 de julio. Como a las tres de la mañana me desperté, había un silencio tremendo y no dejaba de pensar en ello.

 

»Por aquel tiempo mi hermano tenía una agencia de distribución de pan y yo lo ayudaba, lotraía de otro pueblo y lo vendíamos en Cabaiguán. Al lado de la agencia trabajaba un zapatero amigo mío, le conté la pesadilla que tuve y me dijo que jugara el 2-21. Aunque no tenía mucho dinero compré dos billetes nacionales y apunté ese número. Era sábado y da la casualidad que sale el premio nacional con el 2-21. ¡Qué iba a imaginar que me llevaría el premio! Yo no acostumbraba a jugar. El lunes le dije a Alfredo, vamos para Santa Clara voy a comprar la cámara. Todo ese dinero lo empleé en la cámara, en el flash, en las cosas que me hacían falta. No me compré ni un pantalón».

 

¿Cuál fue su primera experiencia con su cámara?

 

—Me compré una Voighlander Bessa I y con Alfredo aprendí a manejarla. El sábado había un baile cerca del Escambray y para allá fui con mi cámara a hacer fotos y buscar dinero. Pero el estreno no fue muy feliz. Normalmente la Bessa tira ocho fotografías, pero si no se cambia el visor puede tirar 16 y así se ahorra rollo, eso hice. En aquel baile la gente quería fotos: uno muy amoroso con el brazo por encima de una muchacha, el otro con un pernil de puerco levantado en señal de triunfo, un grupo de amigos y así hice varias. ¡Qué sorpresa la mía cuando revelé los rollos y no estaban todas las personas!

 

»A los días fui a otro baile y dejé la filosofía del ahorro, solo tiré las ocho fotos debidas, me quedaron divinas. En lo adelante me dediqué a la fotografía»

 

¿Cómo fue el encuentro con el Che?

 

—En octubre de 1958 el doctor Vera, quien atendía el Movimiento 26 de Julio, nos preguntó a mí y a otros cinco compañeros si queríamos reforzar las tropas del Che que se encontraban ya en el Escambray, a unos 20 kilómetros de Cabaiguán. Por supuesto que nuestra respuesta fue sí.

 

»La primera parte del recorrido la hicimos a pie, tomamos atajos y caminos poco transitados para evitar la carretera y no levantar sospechas. En un punto convenido nos recogió un carro de alquiler. El chofer, que también pertenecía al movimiento, nos llevó hasta Santa Lucía.

 

»Llegamos en pleno combate, la aviación enemiga bombardeaba y sus soldados ametrallaban intensamente. Suerte que en el pueblo no habían personas —ya todo el mundo había emigrado por la guerra— sino hubiese sido una masacre. Cuando terminó el combate tomé las primeras fotos de los rebeldes, posaban alrededor de los hoyos que habían dejado las bombas.

 

»Más tarde salimos en un jeep con un compañero que nos llevó para el campamento. Estaba en lugar que se llamaba El Pedrero, cerca de Fomento. El viaje duró más o menos una hora, al llegar nos dijo: ese que está sentado allá es el Che. Lo vi sentado en un taburete, uno a uno debíamos entrevistarnos con él para ser aceptados o no en su tropa.

 

»Lo primero que preguntó fue si traíamos armas. Solo uno de mis compañeros llevaba una escopeta, a los otros les explicó que tenían que buscar un arma porque él no tenía para darles. Yo fui el último en verlo. Estaba nervioso en como buscar un arma. Me acerqué al Che y me preguntó que hacía ahí desarmado. Le contesté que pensaba que podía conseguir un arma y mientras hablábamos al respecto se dio cuenta de mi cámara. Le dije que era fotógrafo —había llevado la cámara con la idea de que si me capturaba la guardia rural explicar que era fotógrafo ambulante—.

 

»Me pidió la Bessa para echarle un vistazo, la miró con detenimiento mientras hablaba de fotografía. Sentí como si estuviera en una clase, sabía más que yo. Ese día me contó que había sido fotógrafo en México y quería hacer un periódico ahí en las montañas. Ya había pedido que le subieran lo necesario para una imprenta: —…y tú vas a ser el fotógrafo—.

 

»Las primeras fotos que tengo del Che las hice cuando vino a conferenciar con él una comisión integrada por compañeros del Segundo Frente Oriental y del Directorio Estudiantil Revolucionario.

 

»Siempre lamento no haberle tirado una foto el día en que lo conocí sentado en el taburete. Hubiese sido una foto divina, pero no estaba preparado para eso. Yo primero quería hablar con él. No esperaba trabajar como fotorreportero, mucho menos de corresponsal de guerra. Él cambió mi vida al darme esta gran oportunidad».

 

El fotorreportero de Verde Olivo

 

—El primero de enero de 1959 triunfó la Revolución, como la mayoría de los rebeldes vine para La Habana. Al mes me encontré con uno de los escoltas del Che. Al enterarse de que yo no estaba en ninguna compañía ni pelotón me llevó con él.

 

»El Che me ordenó ir a Ciudad Libertad y buscar al primer teniente Ramos, jefe de la sección de Cultura del Ejército Rebelde, para que trabajara en el periódico que estaban haciendo. Enseguida me acogieron. Fui el primer fotógrafo de Verde Olivo.

 

»El periódico se fundó por iniciativa y con el apoyo de los comandantes Raúl Castro, Camilo Cienfuegos y Ernesto Che Guevara. El 10 de abril de 1959 circuló por primera vez, mis fotos están en ese número. Aquel fue mi primer empleo formal en el que permanecí unos 27 años. Entré como fotógrafo y me convertí en jefe del departamento de fotografía hasta que me jubilé».

 

A diferencia de los otros grandes fotógrafos de la Revolución con educado sentido estético, Perfecto era en la guerrilla un soldado que dejaba constancia gráfica de la cotidianidad en todas sus facetas: la voladura de un puente, la impresión artesanal del periódico, los combatientes dispuestos para el retrato, el saludo de los pueblos liberados, los momentos de ocio y las fatigosas marchas.

 

Perfecto Romero tenía 22 años cuando subió a las montañas para unirse a la tropa comandada por el ahora legendario Che y, por mandato del guerrillero, se convirtió en reportero gráfico de aquella etapa decisiva para el futuro de Cuba. El hijo de Cabaiguán  también fue el fotógrafo cubano que cubrió el primer viaje al cosmos de un latinoamericano.

 

Ya no se trata de un pichón de guerrillero asustado, ahora es el cronista militar, autor de varias exposiciones en Cuba, Estados Unidos, Francia, Inglaterra, México o el fotógrafo cuya obra aparece recogida en varios libros. Merecedor de más de 50 diplomas, del premio nacional de periodismo José Martí, la Réplica del Machete Mambí del Generalísimo Máximo Gómez, la Medalla Combatiente del Ejército Rebelde y la delvuelo conjunto espacial soviético-cubano, momentos que lo han llenado de mucha felicidad.

  • Verde Olivo fue su primer empleo formal, en el que permaneció unos 27 años. Foto:Cortesía del entrevistado

  • Conocer la historia a través de sus imágenes y vivencias es una oportunidad extraordinaria.Foto: Roberto Garaicoa Martínez

  • Perfecto era en la guerrilla un soldado que dejaba constancia gráfica de la cotidianidad en todas sus facetas.Foto: Roberto Garaicoa Martínez

  • Se convirtió en reportero gráfico de aquella etapa decisiva para el futuro de Cuba. Foto:Cortesía del entrevistado

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