Los cientos de fuegos de Camilo
Lejos del resguardo casi maternal de las montañas, en los llanos donde corre presuroso el Cauto, andaba el muchacho de 26 años con su tropa. Delgado, con su barba y melena crecidas en la guerra, y siempre sonriente. Fue el primero en bajar de la Sierra y luchar allí, en las peligrosas planicies, contra el ejército de la dictadura batistiana.
El año 1958 iba por la mitad, y Camilo Cienfuegos, el hijo del barrio habanero de Lawton, se había convertido ya en un curtido jefe guerrillero.
«(…) en el combate a él se le olvidaba por completo que el enemigo tiraba, que tenía balas también y que tiraba, que tenía un fusil en la mano, él caminaba por ahí para allá, como si el enemigo lo que le tiraba eran flores y él tiraba balas. Era un hombre demasiado bravo», aseguraba Orestes Guerra, comandante del Ejército Rebelde.
Y era así, pues su valor lo distinguió en el enfrentamiento en Uvero, en mayo de ese año, en Pino del Agua, en febrero, y en muchos otros más. Camilo avanzaba, disparaba y daba órdenes precisas al fragor de las balas, vivían en él las necesarias cualidades de un líder: coraje, aplomo y claridad de pensamiento.
Cuando la ofensiva final de la tiranía estaba a punto a comenzar ese verano, Fidel enseguida lo mandó a buscar para reforzar a la columna 1. En julio Camilo regresó a la Sierra Maestra y defendió allí el territorio nordeste. Luego de 76 días de lucha fue derrotado el llamado «ejército de la República» y, de manos del Comandante, él recibió entonces la orden de conducir la columna No. 2 Antonio Maceo hasta Pinar de Río, con el fin de extender la guerra al occidente de la Isla.
La otra fuerza que emprendería un recorrido similar sería la de su gran amigo Ernesto Che Guevara, quien tenía la misión de llegar hasta Las Villas.
El 22 de agosto dejaba atrás por segunda vez las alturas orientales para comenzar una difícil travesía.
Enfrentaron los vientos de varios huracanes, atravesaron ríos crecidos, ciénagas olvidadas hasta en los mapas, intensas caminatas que muchos hicieron descalzos, y soportaron el hambre, el frío y el acecho constante del enemigo.
Su llegada al batey de La Jacinta el 30 de septiembre fue un soplo de alientos y energías. Tomaron el humilde pueblo, conversaron con su gente, y después Camilo escribiría a Fidel: «En la escuela había más de 40 niños, nosotros encontramos entre los pequeños las horas felices que por un rato nos hizo olvidar las fatigas y penalidades de horas anteriores.
A la hora de irse para sus casas, uno se negó a hacerlo, llorando pedía irse con nosotros o que regresáramos al día siguiente».
Era Armando Alfonso, quien sería entrevistado, muchos años después y narraría que el comandante del sombrero alón le explicó que era aún muy pequeño, les esperaban días duros, a la intemperie, y él al otro día vendría a buscarlo, «entonces yo le contesté que no, que yo no era bobo, sabía que al otro día no venían, eso no podía ser.
Entonces él me abraza a mí y me dice: “Esos son los hombres que nosotros necesitamos para el mañana. No te preocupes que cuando triunfe la Revolución yo voy a venir aquí a La Jacinta”».
El paso por esas llanuras camagüeyanas fue sumamente arduo. El 9 de octubre Camilo, en un extenso informe, contaba a Fidel sobre la odisea vivida: «En 31 días que demoró el viaje por la provincia de Camagüey, solamente comimos 11 veces.
Después de cuatro días sin probar alimento alguno tuvimos que comernos una yegua, cruda y sin sal, la mejor de la ya, nuestra pobre caballería.Yo besé la tierra villaclareña»; pues allí los esperaba el abrigo de la geografía y el apoyo inmenso las tropas del comandante Félix Torres.
La respuesta de Fidel, cinco jornadas después, fue una reafirmación de su consideración y respeto: «No hay palabras con qué expresar la alegría, el orgullo y la admiración que he sentido por ustedes.
Con lo que han hecho ya bastaría para ganarse un lugar en la historia de Cuba y de las grandes proezas militares».
No en vano antes de partir él había hablado a sus hombressobre la posibilidad de que, por la riesgosa misión que tenían, no llegara ninguno con vida al destino final, pero si uno solo quedaba, tenía que hacerlo y plantar allí la bandera.
En ese trayecto hacia el oeste, los más de 90 combatientes que integraban su tropa,como mismo otros que lo habían conocido antes, pudieron comprobar de qué madera estaba hecho su jefe, su inteligencia, su ejemplo al querer ocupar siempre la primera línea de fuego, y la enorme sensibilidad que tenía.
«Camilo era un hombre que dejaba de comer porque sus compañeros comieran, porque yo una vez aquí maté un lechón, y le llevé una piernita de carne allá, y cuando la estaban picando, él fue el último que comió, sus compañeros, todos comieron primero que él», relataba José Antonio Maceo, un campesino de Casibacoa que mucho lo ayudó en los tiempos en que operaba en los llanos del Cauto.
Orestes Guerrareflexionaba también: «Fíjate qué clase de hombre era y qué sentimientos tenía Camilo, que durante la invasión nosotros llegábamos a los campamentos, destruidos, y, si había desayuno, la gente se tiraba en el suelo a descansar, y la mayoría de las veces él mismo empezaba a servirle a los que más mal estaban (…)».
Adorado por sus combatientes, defensor de la verdad a ultranza, enemigo de cualquier maltrato, y optimista aún en los instantes más duros. Al cuartel de Yaguajay, uno de los últimos y mejor protegidos reductos de la tiranía en Las Villas, comenzó a atacar el 21 de diciembre de 1958. Fue una batalla dura que, además del triunfo, le dio para la historia su epíteto de Héroe de Yaguajay.
Era el 31 de diciembre de 1958; faltaban solo unas horas para que Batista abandonara el país.
Ya no era necesario que llegase hasta Pinar del Río, pero por órdenes deFidelCamilo continuó hasta La Habana y el 2 de enero tomó el cuartel de Columbia, la principal fortaleza militar de Cuba. Retornaba a la urbe que lo había visto nacer, y sentía sus aires tan livianos y frescos, no como aquellos, plomizos y densos de 1956, cuando decidió viajar a Estados Unidos y dedicarse a la lucha, estas eran las brisas de la libertad por la que tanto había luchado.
Grande fue la alegría de loshabitantescuando vieron que un habanero como ellos hablaba por televisión al pueblo desde un cuartel que pronto sería una escuela y Camilo mismo, a golpe de mandarria, derrumbaría parte de sus muros.
En esos días iniciales de eneroregresó enavión a Bayamo para poner al tanto a Fidel sobre la situación en la capital del país.
Fue un momento de emociones el encuentro de estos dos comandantes amigos que no se veían desde el inicio de la invasión en agosto. Y el 8 de enero volvieron a encontrarse en el Cotorro, cuando ya la Caravana de la Libertad cruzaba el umbral de la ciudad.
La Revolución era una realidad.
Camilo fue nombrado jefe del estado mayor del Ejército Rebelde.Se entregó por completo a la vorágine de los meses, a impulsar y construir la «gran obra», él, con su blanca sonrisa bajo el ala del sombrero y los cientos de fuegos que siempre encendieron su espíritu
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