Maceo y Che: separados en el tiempo y unidos por la historia

14 de Junio de 2025

Antonio Maceo y Ernesto Guevara, dos titanes que compartieron mucho más que la fecha del nacimiento. Foto:Archivo Cubaminrex

 

   

Pocas veces coinciden en el día del nacimiento seres tan colosales como Antonio Maceo y Ernesto Che Guevara. El 14 de junio de 1845 nacía el primero en la tierra ardiente de Santiago de Cuba, y 83 años después lo haría el segundo, en la ciudad argentina de Rosario, bañada por las aguas del extenso río Paraná. Dos hombres alejados por casi un siglo, testigos de épocas y costumbres diferentes, pero portadores por igual de los estremecimientos hacia la injusticia, del amor a los suyos, y al crecer uno en la Cuba colonial esclavista, y el otro en una Latinoamérica marcada por el imperialismo y las desigualdades, los esperaba el mismo destino: la lucha.

 

Elegidos tal vez por la mano sabia de la historia, Maceo llegó a ser de los generales más bravos de nuestras guerras de independencia, temido por los españoles, de brazo fuerte y pensamiento ágil, líder de la invasión de Oriente a Occidente durante la gesta de 1895, hazaña táctica y militar que repetiría décadas más tarde el Che, ya Comandante del Ejército Rebelde, al llevar sus fuerzas desde la Sierra Maestra hasta Santa Clara, donde libró una de las grandes batallas de la contienda.

 

En ambos existían con hondas raíces los valores de la integridad y el amor hacia Cuba. Maceo, luego de una década en la manigua, el 15 de marzo de 1878, bajo los mangos corpulentos de Baraguá rechazó con firmeza el Pacto del Zanjón, ese que proponía una paz hueca, huérfana de la elemental soberanía; y el Che, de cuna argentina, llegó a querer profundamente a esta isla como a la Patria propia, tanto que, por ella y sus nobles causas, puso el pecho a las balas en las lomas de Oriente y dio lo mejor de sí para la construcción de la nación nueva tras el triunfo de 1959. Cuando sintió que la Revolución era fuerte, con su actitud dada a los renunciamientos, declinó sus cargos en el gobierno y se fue a luchar a esos rincones del mundo que, como él mismo expresara, requerían el concurso de sus modestos esfuerzos.   

 

Guerreros de palabra firme, carácter recto, ética moral, ejemplo por delante, dispuestos a la dura guerra por el ideal perdurable para las mayorías. Maceo cayó en San Pedro el 7 de diciembre de 1896, luchando hasta el último instante, cuando ese día los tiros del enemigo empezaban a resonar.

 

«—¡Piquen la cerca! —ordena a sus hombres. Después, con la misma mano con que sostiene la brida, toca el hombro del general Miró [José Miró Argenter], que está a su lado, y le dice:

 

—Esto va bien.

 

Cuando vuelve el rostro, una bala le alcanza. Vacila sobre la montura.

 

Miró grita: —¡Corran que el general se cae!

 

Ya las manos de Antonio no sostienen las bridas ni el machete. Cae su cuerpo del caballo. Doce hombres yacen a su alrededor heridos. El mambí que está picando la cerca —Juan Manuel Sánchez— salta hasta él, lo sienta en la hierba y le dice, sosteniéndole el cuerpo:

 

—¿Qué es eso, General? ¡Eso no es nada! ¡No se amilane! Otra bala hace blanco en el general caído. Está muerto».1

 

Caía el legendario jefe mambí de tanta fuerza en el brazo como en la mente, cual certeramente lo definió José Martí. Setenta y un año después, el 9 de octubre de 1967, sería asesinado el Che en La Higuera, Bolivia. Según el testimonio de su asesino, Mario Terán Ortuño, así fueron los últimos momentos del Comandante Guevara:  

 

«No me atrevía a disparar. En ese momento vi al Che grande, muy grande, enorme, sus ojos brillaban intensamente. Yo sentía que se me echaba encima y cuando me vio fijamente me dio mareo. El Che me dijo: “Póngase sereno. Apunte bien. Va usted a matar un hombre,” continuó relatando Terán: “Di un paso atrás, hacia el umbral de la puerta. Cerré los ojos y disparé la primera ráfaga. El Che con las piernas destrozadas, cayó al suelo. Se contorsionó, comenzó a regar muchísima sangre. Yo recobré el ánimo y disparé la segunda ráfaga que le hirió en el brazo, en el hombro y en el corazón».2

 

La metralla derribó a los dos titanes que compartieron mucho más que la fecha del nacimiento. Sin embargo, Maceo y Che resurgen a diario en la memoria de sus proezas, se crecen en el alma de los pueblos, son lumbre ardorosa que el presente, en sus constantes búsquedas por las enseñanzas de ayer, aviva y demanda. El tiempo, las luchas justas y la historia advierten que los gigantes como ellos, al morir, nacen para siempre.   

 

Referencias

1 Raúl Aparicio: Hombradía de Antonio Maceo, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2001, p. 369.

2 Confesión de Mario Terán Ortuño. Documento preservado en el Archivo de la Oficina de Asuntos Históricos. Publicado en Adelaida Béquer Céspedes: «Los últimos días del Che», en Cubadebate, 8 de octubre de 2024.

  • Maceo, uno de los generales más bravos de nuestras guerras de independencia.Foto: Archivo ACN

  • El Che, Comandante del Ejército Rebelde, hombre de inmensos valores y ejemplo cimero de revolucionario. Foto:Archivo Prensa Latina

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