Inocentes
Uno de los episodios más lamentables en la historia de Cuba es el fusilamiento de ocho estudiantes de medicina, el 27 de noviembre de 1871. No existía ningún elemento en concreto para acusarlos, pero algo tenía que hacer el Cuerpo de Voluntarios de La Habana para apuntarles con el dedo del odio y conducir a más de 40 jóvenes galenos a dos consejos de guerra.
El delito, nunca probado en juicio, fue el de «profanar» la tumba de Gonzalo de Castañón, periodista español enemigo de la independencia, hecho que su propio hijo desmentiría años después. Varios fueron condenados a prisión, y ocho —escogidos al azar— a ser fusilados. Uno de ellos ni siquiera se hallaba en la capital del país el día de la supuesta irreverencia de haber rayado el cristal de aquel nicho.
De aquellos relatos tristes surgió un largo poema de José Martí titulado: A mis hermanos muertos el 27 de noviembre de 1871, un apasionado canto patriótico en el que el joven estudiante recogió el diálogo entre los dos amigos y reafirmó su patriotismo, al decir: Cuando se muere// En brazos de la patria agradecida// La muerte acaba, la prisión se rompe// Empieza, al fin, con el morir la vida!
Cada año en esa misma fecha, los estudiantes universitarios y el pueblo cubano en general parten de la escalinata de la Universidad de La Habana, desfilan por la calle San Lázaro y se concentran en La Punta, frente al monumento que en noviembre de 1889 se erigió en su memoria; obra de José Vilalta Saavedra —construido gracias a la tenacidad de Fermín Valdés Domínguez— y en cuya pared se conservan las huellas de las balas que causaron la muerte a los ocho jóvenes y el epitafio que escribió Fermín: Inocentes. Allí se les recuerda con profundo respeto y es ratificado el compromiso del pueblo de defender la nación frente a cualquier agresión.
¿Con qué frialdad pudo un voluntario español gritar: «¡Pelotón! ¡Atención! ¡Fuego!», y acribillar a balazos a ocho inocentes? ¿Quién pretendió que enterrándolos en fosa común, en San Antonio Chiquito, no se encontrarían jamás sus cuerpos? Quisieron que Cuba los olvidara por profanar una tumba que siempre estuvo intacta. «Venimos ante los muertos que quiere la Patria, aunque no están, porque la Patria los quiere», dijo Fidel Castro.
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