Frank y las acciones del 30 de noviembre
Los últimos meses de 1956 fueron testigos de una redoblada actividad por parte de los revolucionarios que desde México, saldrían en una expedición armada para iniciar la guerra de liberación en nuestro país.
En Cuba, paralelamente, los combatientes del Movimiento 26 de Julio, encabezados por Frank País García, ultimaban los preparativos para cumplir con la parte que les correspondía en el plan: apoyar el desembarco de los expedicionarios, por medio de simultáneas acciones armadas en varias ciudades del país.
Para la conformación de dicho plan, Frank País viajó dos veces a México con el fin de reunirse con Fidel y optimar cada detalle. De retorno a la patria, el joven revolucionario recorrió numerosas localidades para recaudar fondos, armamentos y sumar a las filas del Movimiento a los combatientes que apoyarían el desembarco.
Frank había establecido contacto con la destacada revolucionaria Celia Sánchez Manduley, a quien se había dado la responsabilidad de preparar condiciones en la zona costera entre Manzanillo y Niquero para apoyar a los expedicionarios.
En cumplimiento de esta misión, Celia organizó entre los campesinos de la zona, un dispositivo que actuaría en los días próximos al desembarco y que se encargaría de vigilar los puntos costeros de probable llegada, para apoyar a los expedicionarios con prácticos, transporte y medicinas.
La fecha del alzamiento estaba supeditada al aviso desde México, que anunciaría la partida de la expedición. Cuando se recibió el telegrama en clave, “Obra pedida agotada. Editorial Divulgación”, de inmediato Frank precisó los últimos detalles y cursó la orden de acuartelamiento de los combatientes para el inicio de la acción el día 30 de noviembre de 1956, y a Celia, para que garantizara el apoyo a los expedicionarios.
Ante la insuficiencia del armamento obtenido, Frank decidió concentrar las fuerzas en una acción de envergadura en Santiago de Cuba; no obstante, en la fecha señalada se produjeron una serie de sabotajes en Puerto Padre, Ermita, Tunas, Manzanillo, Camagüey, Cienfuegos, Santa Clara y Pinar del Río; Guantánamo quedó paralizado y en otros puntos del país, los comprometidos se acuartelaron disciplinadamente para lo que fuera necesario hacer.
En Santiago, las fuerzas revolucionarias se dividieron de la siguiente forma: un grupo, dirigido por Pepito Tey y Otto Parellada, atacarían la Jefatura de la Policía; otro grupo tomaría el local de la Policía Marítima y un tercer grupo, tendría como misión disparar con un mortero al Cuartel Moncada, para evitar que la guarnición saliera.
Otros grupos rescatarían a los revolucionarios presos en la Cárcel Provincial de Boniato, y ocuparían armas y parque en la armería Marcé, en Santiago.
Por primera vez, el pueblo santiaguero vio a los combatientes con el glorioso uniforme verde olivo.
El grupo que debía tomar la Jefatura de Policía, no logró su objetivo. Allí cayeron heroicamente Tony Alomá, Pepito Tey y Otto Parellada. El ataque al Moncada también falló y aunque el resto de los grupos lograron su objetivo, al final de la tarde se hacía prácticamente imposible mantener el dominio sobre la ciudad.
El levantamiento armado del 30 de noviembre de 1956 tuvo una gran importancia histórica: demostró la fortaleza y el prestigio del Movimiento 26 de Julio, y ayudó a forjar la enorme máquina de lalucha clandestina, de la cual Frank País fue el alma.
El plan de apoyo organizado por Celia funcionó perfectamente, los revolucionarios permanecieron movilizados y alertas por varios días, en espera de la llegada del Granma; su retraso determinó que se desactivara ese dispositivo para evitar llamar la atención, dada la represión que se desató en Oriente después de los sucesos del 30 de noviembre.
En el discurso por el aniversario 25 del levantamiento en Santiago de Cuba el 30 de noviembre de 1956, Vilma Espín señaló: “Para hablar del 30 de Noviembre es necesario hablar de Frank País, es necesario hablar del pueblo de Santiago de Cuba, que en ningún momento fue simple espectador de la batalla sino que la apoyó decididamente y, en el momento preciso, escondió a sus hijos de la barbarie batistiana, guardó armas y uniformes, ¡que no permitiría el pueblo santiaguero que se repitiera la masacre perpetrada tras el Moncada!... y luego con dignidad, heroísmo y rebeldía supo llevar en hombros hasta el cementerio a los caídos en el combate, jurando frente a sus tumbas continuar la lucha. Pepito Tey, Otto Parellada y Tony Alomá, cada vida segada, se hizo numerosa en herederos de sus ideales, prestos a empuñar las armas y proseguir el combate”.
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