Veo al periodismo como un magisterio para millones
Juana Carrasco Martín, Premio Nacional de Periodismo José Martí; la mujer que soñaba con ser corresponsal desde las guerrillas latinoamericanas, habla de su vida, del significado de haber atendido la temática de Estados Unidos, y de la admiración que le profesa a Fidel Castro Ruz, por sus enseñanzas.
Puede tener la mayor prisa del mundo, estar realizando varias tareas al mismo tiempo, con la premura de quien piensa que, si no las hace, se le acaba la existencia. Pero, como por arte de magia se transforma cuando comienza a hablar de Periodismo y de lo que esa labor significa para ella. La define así: “Una profesión que se sufre y se goza.
Porque tiene todo lo que la vida puede dar: el sufrimiento y la alegría; es la indagatoria de la vida; representa poner un granito de arena para ayudar a que el mundo sea mejor. Es pasión y corazón. No considero que el Periodismo sea imparcial. Lo que yo escribo es lo que siento y creo, aquello por lo cual trabajo y lucho. Le he dedicado 53 años”.
Juana Carrasco Martín —Juanita, como le decimos todos— es hoy la jefa de la Redacción Internacional de Juventud Rebelde, y ha merecido, entre otros galardones, la Réplica del Machete del Generalísimo Máximo Gómez y el Premio Nacional de Periodismo José Martí, por la Obra de la Vida.
¿Cómo llega a esta profesión?
—En 1965 estaba en el último año de licenciatura en Historia en la Universidad de La Habana. A un grupo de jóvenes nos designaron para ir al Departamento de Filosofía o a Juventud Rebelde, que se fundaría. Opté por el último; no quería ver la vida desde la teoría, sino palparla, ir a la práctica, vivirla.
“Nos entrevistaron en el periódico y nos dijeron que esperáramos; nunca nos llamaron. En enero de 1966, nos convocó el entonces ministro de Educación, José Llanusa Gobel, quien nos ofreció la opción de Granma, fundado unos días antes que Juventud Rebelde, el 4 de octubre de 1965. Al día siguiente, ya estábamos allí. Al no existir la carrera de Periodismo, nos impartieron un curso de reorientación en el propio medio.
“Los profesores eran los mejores periodistas: Elio Constantín, Marta Rojas, Joaquín Oramas, Juan Marrero, Santiago Cardosa Arias, Mirta Rodríguez Calderón, de quienes aprendimos mucho. Ellos no daban mucha teoría, pero sí la práctica que tenían, que era bastante. Recibíamos las clases durante las mañanas, y a la una de la tarde empezaba el trabajo, hasta el cierre. Fue intensivo en verdad”.
¿Alguna vez había sentido afición por el Periodismo?
—No. No tenía la vocación definida. Pero era un momento de auge de las guerrillas en América Latina, y una soñaba con ser corresponsal de guerra. La Revolución transformaba al país, y Cuba empezaba a significar mucho en nuestro continente y en el universo. Eran motivaciones para aspirar a narrar lo que sucedía. Confiesa que todos los órganos de prensa le aportan mucho, porque aprende todos los días. “Fundamento primario, los conocimientos básicos y sustanciales, la ética en el Periodismo, el amor, la pasión por esta profesión, los adquirí en Granma, con aquellos magníficos maestros y también, con los directores que tuve, Isidoro Malmierca y Jorge Enrique Mendoza.
“Allí conocí a Fidel y empecé a descubrir el gran periodista que es. La primera vez que lo vi, yo hablaba con el secretario del director y no hubo tiempo de avisar que había llegado —además de caminar rápido, tenía unos pasos muy largos—; aquella oficina tenía muy poca separación entre las mesas de trabajo, y cuando me di cuenta ya estaba a mi lado. ¡Casi me incrusté contra la pared (risas), de la fuerte impresión que tuve en ese momento! Después era familiar la presencia de los dirigentes de la Revolución: Celia Sánchez, Manuel Piñeiro, Barba Roja, Jesús Montané, Armando Hart y algunos más.
¿Qué episodios de la profesión le han marcado más?
—Muchos. Recuerdo con gran dolor en el corazón, las entrevistas a los familiares de las víctimas del crimen de Barbados… Los ojos se le humedecen. Tal vez porque el infortunio y el amor por la justicia hermanan a las almas buenas, estableció una amistad con dichos familiares que perdura, como es el caso de los Cremata-Malberti. Lloró junto a ellos por una pena que embargaba a millones de cubanos.
“Otro episodio es haber cubierto, en 1971 y 72, la Asamblea General de Naciones Unidas, lo que me permitió estar en contacto directo con el país al cual he dado seguimiento. Entonces, ningún periodista cubano podía ir a EE. UU. Allá había una oficina de Prensa Latina y fui como corresponsal, aunque trabajaba en Granma. Solo nos permitían reportar acerca de los asuntos de la Organización de Naciones Unidas (ONU). Pero al regreso, tenía las vivencias y escribí una serie de crónicas en una sección llamada Del otro lado, donde reflejaba todo lo que experimentaba.
“Vi a un pueblo en movimiento antibélico, contra la guerra en Vietnam, igual que en defensa de los derechos civiles; un país de una efervescencia muy grande que se manifestaba en las calles. Fui testigo de la pobreza, la drogadicción y otros males increíbles en una nación tan rica. Eso ayudó mucho en mi formación profesional.
“De igual manera sufrí los ataques de una contrarrevolución muy activa contra nuestros diplomáticos. Por eso digo que esa fue mi primera misión internacionalista. Era una etapa muy difícil.
“Hoy cuento sin modestia alguna, que cuando se discutió por primera vez el caso de Puerto Rico en el Comité de Descolonización de la ONU y se declaró que realmente era una colonia de EE. UU., el entonces director, Jorge Enrique Mendoza, me solicitó un artículo acerca del tema. Lo hice. Al día siguiente me mostró las cuartillas, sin el más mínimo arreglo. Pero en la última página tenía escrito, más o menos así: ‘Poner el nombre de los países que votaron contra Puerto Rico’, y abajo decía: ‘Publicar como editorial’. ¡Era la letra de Fidel! Ya podrás imaginar la emoción que experimenté, profesional y personalmente”.
¿Cuánto tiempo estuvo en Granma?
—Unos diez años. En 1977 fui para la revista Romances. Formé parte del grupo fundador de la Editorial de la Mujer –Muchachas y Mujeres–; allí estuve apenas un año y pasé a Verde Olivo. Son muchos órganos de prensa, pero siempre atendiendo los temas internacionales y específicamente, Estados Unidos. Aprendí algo que recibíamos en la teoría, pero en la editora lo ejercité: lo relacionado con la valía de la mujer, el género; aunque todavía no se hablaba en esos términos de manera general, era palpable.
“Verde Olivo fue una etapa larga y otra manera de adentrarme en la temática internacional, viendo desde otra óptica los acontecimientos militares del mundo. Para mí ha sido ese el mejor colectivo en el que he trabajado”.
“En Bohemia, además de realizar mi trabajo profesional, incursioné, por poco tiempo, en la jefatura de Nacionales; la única vez que he estado desvinculada del quehacer internacional. Aquí me sucedió algo muy especial: siempre quise ir a Angola. A pesar de haber estado muchos años en Verde Olivo, no fue posible".
¿Por qué?
—Primero, porque mandaban a los hombres, y luego, porque la revista cesó temporalmente a causa del período especial. No había abandonado la idea de ser corresponsal de guerra, y en Bohemia tuve ese privilegio, en la etapa final, cuando ya Angola estaba ‘pacificada’, aunque todavía nuestra gente estaba sobre las armas. Estuve en el proceso de regreso total de las tropas.
“Un día, Caridad Miranda, la directora entonces, me llamó y me dijo: ‘Vas a cumplir lo que has anhelado durante mucho tiempo’. Solo le pregunté: ‘¿Cuándo me voy para Angola?’. Al otro día partimos. Devino cristalización del gran deseo de ir al lugar donde los cubanos cumplían aún sus deberes internacionalistas. Entre los diversos trabajos reportamos la última caravana.
“Como vicepresidenta de la Unión de Periodistas de Cuba (UPEC) también aprendí mucho; conocí a los colegas de toda la Isla, hasta de los más recónditos lugares; ese período me dio la visión del país, necesaria para un mejor desempeño, además de aunar los vínculos del gremio con otros organismos”.
Hay una faceta muy vinculada a su vocación de educadora: la atención a los estudiantes. Hábleme al respecto.
—Han sido momentos enriquecedores, porque fui maestra de secundaria básica y todavía siento que lo soy. Veo al Periodismo como un magisterio, pero para millones. Cuando un reportero
escribe también está educando, enseñando en un sentido real.
“Lo he hecho en el Instituto Internacional de Periodismo José Martí, en la Facultad de Comunicación de la Universidad de La Habana, en los cursos para los gráficos —diseñadores, fotógrafos, caricaturistas, camarógrafos—, que lamentablemente ya no existen. De manera esporádica también he estado frente al aula con colegas extranjeros, y a los venezolanos, cuando estuve de misión allá. Incluyo los cursos que ha organizado la UPEC en Juventud Rebelde, para nuestros compañeros de labor”.
A propósito, ¿cómo llega a Juventud Rebelde?
—Después de haber estado cinco años en la UPEC —de 1994 a 1999— como una de sus vicepresidentas, precisamente, dedicada a la superación, la educación, la cultura y los concursos, entre otras actividades; era una ‘plaza’ donde cabía todo, porque era la parte social de la organización.
“Debía regresar a Bohemia, donde al salir estaba de jefe de Información Nacional, pero el Partido me solicitó venir para acá, porque Juventud… comenzaba a ser diario. Acepté muy contenta, porque significaba que aquella, la fundación en la que no llegué a participar muchos años antes: era algo nuevo y me entusiasmó, pese a que ya tenía edad para irme a casa a escribir”.
Posee dos lauros muy importantes: la Réplica del Machete del Generalísimo Máximo Gómez y el Premio Nacional de Periodismo José Martí…
—El primero lo recibí cuando trabajaba en Verde Olivo. Es uno de los galardones que más aprecio, otorgado por el Ministro de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), que en aquellos
momentos era el General de Ejército Raúl Castro Ruz. Es un honroso reconocimiento, del cual me siento orgullosa.
“El Premio Nacional de Periodismo, creo todavía que no me lo merezco, y no es falsa modestia; es que lo veo como Juanita, junto al grupo de periodistas que viajó a Estados Unidos para reportar acerca de la reapertura de la sede diplomática de Cuba en ese país".
Usted fue testigo de la reapertura de la Embajada de Cuba en EE. UU., todo un acontecimiento durante el período presidencial de Barack Obama. ¿Cómo recuerda aquel julio de 2015?
—Siempre he dicho que puedo hablar como periodista, pero lo hago más como cubana emocionada: sin dudas, un privilegio haber estado allí con personalidades cubanas de todas las esferas y una delegación juvenil que vivía una experiencia maravillosa. Comoprofesional, fue extraordinario, el encuentro con políticos que siempre han exigido el cese del bloqueo, y volver a estar cerca de amigos que no veía desde los años sesenta.
“Emociona recordar que las muestras de solidaridad con Cuba se hacían vigentes entre los saludos y abrazos de los presentes, igual que el compromiso de seguir reclamando el levantamiento del cerco económico y financiero de EE. UU. contra Cuba y la devolución del territorio que ocupa la ilegal base naval de Guantánamo".
También tuvo la oportunidad de cumplir misión en Venezuela. ¿Cuánto tiempo permaneció en ese país?
—Casi dos años y medio. Era la quinta vez allí. Fui por seis meses; untiempo después me asignaron la responsabilidad de jefa de los tres grupos de trabajo que reportaron desde allá.
Gran experiencia que, penosamente devino algo doloroso, por la enfermedad de Hugo Chávez. Cuando falleció yo había regresado a La Habana.
“Mi estancia fue muy activa; recorrí todos los departamentos, menos Mérida, porque estaba aquejada de una cardiopatía y los médicos recomendaron no ir, por la altura. Pero, de manera general, me dio mucho gusto palpar aun país en transformación, a cuyo gobierno respalda una parte significativa del pueblo”.
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