Privilegio que le debemos a Fidel

29 de Diciembre de 2021

Al decir de Fernando Martínez Heredia —fallecido recientemente, Orlando Borrego Díaz es el rebelde que se convirtió en funcionario de la Revolución bajo el magisterio del Che, que ha sabido estar a la altura de la confianza que en él depositó Ernesto Guevara; el animador del seminario El Capital, el infatigable defensor y divulgador del pensamiento del Guerrillero Heroico, a lo largo de toda la vida; es, igualmente, el protagonista principal de la edición, en siete tomos de El Che en la Revolución Cubana.*

 

Y con ese hombre convencido de que, al llegar a la tercera edad, “uno se vuelve más sensible a las expresiones de amistad, de amor y de compañerismo revolucionario”, conversa Verde Olivo sobre aquel amigo entrañable llamado Ernesto Guevara de la Serna, o mejor, Che.

 

Cuando se trata de hablar del Che, muchas personas se aproximan a usted porque conocen cuántos testimonios puede ofrecer. Esta vez le pido, en primer término, referirse a la cualidad de él que más le impresionó siempre.

 

—Nunca he olvidado una frase escrita por el Che acerca de que cuando conoció a Frank País en la Sierra Maestra, le miró a los ojos y se dio cuenta de que estaba frente a un ser superior. Puede parecer que no te respondo, pero lo hago, porque quedó muy gratamente impresionado con la juventud, valentía y madurez de aquel muchacho.

 

“¿Qué te digo con esto? Que uno de los ejemplos más importantes que recibí fue su permanente preocupación y admiración por los jóvenes, algo que era parte de su formación, de su carácter, y se evidenció en la Sierra Maestra. Cuando él veía a un muchachito valiente, dispuesto a luchar, lo ayudaba. Pongo el ejemplo de Joel Iglesias, quien se unió a la guerrilla a los 14 años de edad. Era tan niño que el Che lo iba a mandar de regreso a casa. Pero cuando comenzó a conversar con él, se dio cuenta de que era muy bravo —como Eliseo Reyes, San Luis—, lo incorporó y lo puso junto a él para que le llevara los libros. Sabía que no tenía instrucción alguna; por eso lo alfabetizó y estuvo siempre al tanto de su preparación.

 

“Pasado poco más de un año, Joel comenzó a combatir, y era muy ‘dulce’ para las balas, porque recibió diversas heridas, pero con el mérito de su valentía, incluso tenía las huellas de un tiro en el cuello, por la parte de la garganta, que siempre le afectó para hablar. Conclusión: terminada la guerra, Joel fue el primer secretario de la Asociación de Jóvenes Rebeldes”.

 

— ¿Qué experimenta cuando habla a los demás de su condición de subordinado y amigo del Che?

 

—Una emoción tremenda. Yo no soy de los compañeros que más tiempo estuvieron a su lado en la guerrilla; me incorporé cuando se trasladaba de Camagüey para Las Villas. Fue importante el azar, porque mi humilde aporte había sido en la lucha clandestina, en Holguín —mi provincia natal—, no en la Sierra. En aquel momento tuvimos una cierta empatía controversial, porque Orlando Olo, Pantoja Tamayo nos presentó después del combate de Fomento; luego pasamos a un lugar más privado, donde también estaba Ramiro Valdés. Olo le explicó quién era yo; el Che me miró y comentó: ‘Ustedes los estudianticos no son muy buenos combatientes’.

 

“Y como soy respondón por herencia, le dije que era muy poco amable hacer afirmaciones de ese tipo en el momento en que le presentaban a alguien. Refirió que era una broma, que no me enojara. Y enseguida le precisé: ‘¿Sabe? Hay bromas muy poco agradables’. “Él estaba fumando un Habano y yo saqué una cajetilla de Lucky Strike; enseguida exclamó: ‘¡Ahhh, estudiantico, burguesito y fumando cigarros americanos!’, a lo que le contesté que me gustaban mucho. Entonces, sonriente, me puso la mano en el hombro y comentó: ‘Bueno, es verdad, los obreros americanos producen buenas cosas’, y volvió a sonreír. Así siguieron las bromas y las ironías refinadas que lo caracterizaban.

 

“Te voy a comentar algo: es un verdadero privilegio haber conocido al Che; no solo para mí, sino para muchos otros compañeros. Pero ese privilegio se lo debemos al Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz. Ese fue otro azar: Raúl los presentó una noche de 1955, en México. Al amanecer, luego de haber conversado durante varias horas, Fidel dio instrucciones de incorporar al Che, con el grado de teniente, en la lista de expedicionarios. Esa noche se había sellado una extraordinaria relación, que fue la que permitió a muchos de nosotros conocer a un hombre de la estatura del argentino-cubano”.

— ¿Y en el trabajo? Usted fue viceministro primero de Industrias ¿cómo eran sus relaciones?

 

—Establecimos una comunicación muy estrecha, laborando muy duro, claro está, porque él era muy exigente. Sabía ser un entrañable amigo, siempre que uno cumpliera con el deber, algo en lo que era muy estricto. Se distinguía por la disciplina, la dedicación y el estudio permanente Y yo podía seguirlo en ese rigor por la formación que recibí de mis padres.

 

“El Che fue un modelo en sus métodos y estilo de trabajo. Además, tenía una visión extraordinaria, porque anticiparse, como lo hizo en aquellos primeros años de la Revolución y decir que la Unión Soviética iba a apartarse del camino socialista, si continuaba dándoles alas a las categorías del capitalismo, denotaba su enorme perspectiva de los acontecimientos. De ahí la crítica tan fuerte que hizo en Los Cuadernos de Praga”.

 

—Sabemos que usted se alistó para formar parte de la guerrilla, y no pudo ser. ¿Cómo recuerda los momentos en que anunciaron su asesinato?

 

—Una sensación muy fuerte, porque yo estaba al tanto de la situación en Bolivia. Las noticias no eran buenas —la muerte de Tania, la separación de su grupo y el de Joaquín...—, ese era un pronóstico preocupante. Un día, el Comandante en Jefe me llamó a su casa y me mostró la foto en la que el Che aparecía sin camisa; ¡enseguida lo reconocí! ¡No lo podía creer! ¡Fue un momento terrible!

 

— ¿Qué experimentó, años después, ante las noticias del hallazgo de sus restos y los de sus compañeros, y conocer, además, que regresaban para descansar en su querida Santa Clara?

 

—Sentí una gran tranquilidad espiritual, aunque no deja de ser doloroso. A las honras fúnebres en Santa Clara viajé en el mismo ómnibus donde iban los hijos de los caídos en Bolivia, a petición de ellos; querían que les hablara acerca de sus padres, algunos de los cuales eran como mis hermanos. Lo hice con una emoción tremenda, porque tenía —y tiene— un simbolismo enorme que descansara en esa ciudad, donde había peleado tan heroicamente.

 

— ¿Qué saldo le han dejado estas más de seis décadas de historia revolucionaria?

 

—Ha sido un gran privilegio para los jóvenes cubanos de entonces y los nacidos después del Moncada y del triunfo de la Revolución, haber conocido a Fidel, al Che, a Raúl, a Abel Santamaría y, entre muchos otros, a Frank País —un combatiente a quien las generaciones actuales no conocen en toda su magnitud—, y más tarde, a Hugo Rafael Chávez Frías, otro ser extraordinario...

 

—Ahora que lo menciona, ¿cómo imaginaría la amistad entre el Che y Chávez?

 

—Chávez estudió la vida y obra del Che profundamente. Leyó las Obras Completas, y a través de otros documentos pudo hacer un análisis de sus métodos y estilo de trabajo, el pensamiento económico y muchos detalles más, relacionados con esta figura, porque era su gran admirador. Aunque no descarto la posibilidad de que se suscitaran algunas discusiones —Borrego sonríe al hacer este comentario—, pienso que hubieran sido excelentes amigos, por algo común en ellos: el amor al prójimo y a la libertad de América y del mundo.

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