Hoy, cuando la covid-19 quita la vida a miles de personas y nuestros médicos, científicos y personal de la salud no descansan para detener las dolencias que provoca la contagiosa enfermedad, constituye una dicha evocar al extraordinario científico que fue Carlos J. Finlay, a quien se le debe, entre otros aportes, el descubrimiento del modo de transmisión de la fiebre amarilla.

Este 20 de agosto, en ocasión de los 107 años de su fallecimiento, Finlay estará entre esos hombres y mujeres que de manera obstinada y constante, en centros de investigación, hospitales, policlínicos, instituciones de aislamiento, consultorios…, hurgan diariamente en los enigmas del nuevo coronavirus, para apartar el dolor de los enfermos, el dolor de sus familiares, empeñados en devolverles la sonrisa, sin importar el lugar del mundo donde hacen el bien.

Los cubanos conocemos muy bien a este investigador, quien también realizó estudios relacionados con el tétanos en recién nacidos y la propagación del cólera; electo, miembro, en dos ocasiones: de Número de la Real Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales de La Habana y posteriormente, de Mérito; fue fundador y Socio de Honor de la Sociedad de Estudios Clínicos de La Habana; escogido Jefe de Sanidad de la Isla desde 1902 hasta 1909. Bajo su mandato fue erradicada la fiebre amarilla en Cuba en solo siete meses.

Además, sabemos del empecinamiento imperialista por arrebatarle al destacado cubano el valor de su hallazgo, cuando expuso al mundo que el mosquito aedes aegypti era el agente transmisor de la fiebre amarilla.

Después de veinte años de espera para que se le reconociera la autoría de su descubrimiento, la justicia colectiva llegó y con ella, premios, reconocimientos, glorias y la expansión de sus investigaciones.

Entonces, el imperio norteamericano quedó impugnado nuevamente; como lo hacemos también hoy, a pesar de sus malintencionados comentarios, demostramos la validez de nuestra vacuna y candidatos vacunales (desarrollados algunos por el Instituto Finlay), cuando la entrega solidaria de nuestro personal de la Salud es  irrebatible en todos los continentes.

 Así exponemos la nobleza y valía de los hijos de Cuba, capaces de sobreponerse a las infamias y relucir para todos los tiempos a través de su postura permeada de ética y valores. Los impulsa la convicción de que nuestra ciencia está en función del desarrollo y beneficio de la sociedad.