Encerrados por patriotas

17 de Septiembre de 2021

José Martí y Juan Gualberto Gómez estaban convencidos de poder integrar al Occidente del país a la contienda de 1879. Foto: Internet

Era el 17 de septiembre de 1879 y hacía menos de un mes había iniciado la Guerra Chiquita en Oriente con el alzamiento de José Maceo y Guillermón Moncada. En La Habana, José Martí y Juan Gualberto Gómez apoyaban una conspiración con vistas a insurreccionar el occidente de Cuba.

 

Esa mañana, en la capital de la Isla, ambos revolucionarios habían visitado el bufete de Nicolás Azcárate y posteriormente fueron a almorzar en el hogar del Apóstol. Allí, en la calle Amistad entre Neptuno y Concordia, Carmen Zayas Bazán aún no terminaba de recoger la mesa cuando un celador de la policía llamó a la puerta. Su misión: detener al dueño de la casa.

 

Tras tomar serenamente el café de sobremesa, Martí acompañó al uniformado. Detrás, sigilosamente, iba Juan Gualberto. Hasta cerciorarse de que  El Maestro, estaba detenido en la Jefatura de Policía de Empedrado y Monserrate. Entonces le avisó a Azcárate.

 

Unas llaves y una maleta con documentos comprometedores le entregó el abogado horas después, con el encargo de llevárselos al patriota José Antonio Aguilera, pero este también fue apresado y gracias a la cooperación de un familiar, el encargo fue devuelto a Juan Gualberto, quien rápidamente le buscó un lugar seguro. Por suerte, el escondite apareció antes que la delación, los constantes y la detención del revolucionario por las autoridades. 

 

Mas los escritos estaban bien resguardados. Así lo explicó Gómez años después: “Siempre he tenido entre mis amistades gentes en quienes he podido fiar, y que por su posición modesta y hasta pobre, como la mía, resultaban casi insospechables a las autoridades”.

 

En ese período, los representantes coloniales le propusieron a José Julián declarar públicamente su lealtad al gobierno colonial a cambio de su libertad, a lo que él ofreció una vigorosa respuesta: “Martí no es de la raza vendible”.

 

Tras el encierro, el primero en ser deportado fue el futuro organizador de la contienda de 1895, quien saldría el 25 del propio mes hacia España, a disposición del gobernador civil de Santander. Después, fue expatriado Gómez durante dos años hacia Ceuta, una posesión española en el norte de África, destinada a servir de cárcel.

 

 

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