Repletas de audacias, a las madres nos basta hacer un círculo con los brazos para confeccionar el tiempo y el espacio necesario en el cual vivan nuestras criaturas insaciables, las que ensucian sin piedad, no conocen el peligro ni entienden las negaciones, y siempre quieren divertirse con mamá.

Así reímos, nos quejamos, iluminamos, nos atamos y liberamos. Basta una sonrisa pícara, una palabra encrespada que pida un besito, para borrar los recuerdos del dolor y las dificultades.

Entonces queremos que en ese sitio protector, estén los hijos para siempre. Ahí, podemos alejar las fiebres que le arrebatan los sueños nocturnos, saben mejor las golosinas que se comen a escondidas de papá, curamos las nostalgias, endulzamos la sal de las lágrimas, los reponemos ante el cansancio de un viaje a lo imposible y los refugiamos de alguna incomprensión de la  sociedad.

Un espacio ideal que con el tiempo, aprendemos a ensancharlo y abrirlo, porque a los pequeños comienzan a nacerle ansias conquistadoras y desean andar el mundo sin ruedas auxiliares. A veces, hasta incorporamos a otros allegados como si fueran nuestros, y los hacemos partícipes de nuestros amores.

A partir de entonces, el  trabajo maternal, sin ensayos y de puesta única, comienza el acto de simulación más cuidadoso, donde aparentaremos no estar pendientes, porque al fin y al cabo: “los hijos necesitan crecer”.

Para guiarlos desde “fuera”, como quien no insinúa nada, escogeremos bien los diálogos y las circunstancias en cada triunfo o rezago escolar, incomprensión amorosa, disgusto entre amigos o decepción, tratando de desempeñar nuestro papel protagónico al dedillo, sin desvíos ni intromisiones aparentes.

Ellos no lo saben, pero un día aprenderán que en cada cosa que conquistaron en la vida estuvieron las manos de mamá, y que las rodillas nos temblaron por culpa o emoción; dudamos de nuestra voz sanadora, del regaño reparador de errores, de la confianza en enseñarles la ruta complicada de la vida y del enfrentamiento con los machismos ajenos y propios.

No por gusto queremos aplicar consejos, casi siempre los mismos recibidos a esa edad, que les hagan menos abrupta una beca, más glorioso un simple arroz blanco y más emblemática una flor en una mano temblorosa.

En sus primeros años no pensamos en el día que otra persona penetre en su vida y cambie nuestras estrategias, pero trataremos de estar preparadas. Ojalá y podamos compartir las presentaciones, no rivalizarlas. Seguramente será el mejor momento para recordar que determinados lazos no los deshace el tiempo.

A la necesidad de demostrar su independencia le echaremos la culpa si quieren distanciarse, pero esa determinación acabará cuando nazca su primer descendiente. Afirman otras madres que, en ese instante, el hijo comprende nuestro papel.

Entonces, el círculo que le hicimos un día vuelve a ser imprescindible para proteger a los suyos. Ellos ya podrán protegerse solos, pero necesitarán repetir ese refugio que le brindaste para salvaguardar a otros. Así vamos siempre con ellos, como un soplo de eternidad y encanto, pues la historia está condenada a repetirse interminablemente, aunque cambien los personajes.

Sin embargo, ahora mismo, no nos preocupamos por eso. Es mejor dejarlos zambullir en nuestro regazo y conservar el reino creado para ellos, que es nuestro mayor presente en este día de las madres. Cuando ese círculo más se agranda y caben todos.