Día martiano y audaz
Diecinueve de mayo de 1895. Día terrible para Cuba. En Dos Ríos salió al combate el alma de la nueva revolución. Y cayó. Varios disparos enemigos le arrebataron el aliento durante la impetuosa cabalgata.
Cuentan que el Generalísimo Máximo Gómez previendo el suceso le indica quedarse a la zaga, fue inútil, ¿cómo no presentarse en el combate quien tanto clamó para estar en la contienda?, ¿por qué mantenerse detrás, el delegado que convocaba a la guerra?
Entonces él, que vestía saco negro, pantalón claro, sombrero de castor y borceguíes, montó a su caballo. A su lado, Ángel de la Guardia, un subteniente adolescente que también cabalgó hacia el alto yerbazal, donde los acechaba una escuadra española. Ambos salieron al galope en pos del enemigo sin imaginar tenerlo tan cerca.
Así recibió aquellos disparos mortales el Mayor General recién nombrado y cayó “de cara al sol”, como auguró en sus versos y en un discurso en Tampa. En la mano llevaba el revólver con empuñadura de nácar regalado por Panchito Gómez Toro, con todas las balas en su interior.
Al combate corrió por Cuba libre y la gran obra de su vida: la Revolución. Mas su muerte fue audaz y fecunda, incomprendida, pero presentida cuando horas antes le escribió en una extensa carta a su amigo mexicano Manuel Mercado: “Ya estoy todos los días en peligro de dar mi vida por mi país, y por mi deber”.
Luego especificó el Apóstol: “Solo defenderé lo que tengo yo por garantía o servicio de la revolución. Sé desaparecer. Pero no desaparecería mi pensamiento”. Y así ha sido desde entonces.
Su paradigma ético y liberador, de dimensiones excepcionales, ha nutrido las sucesivas oleadas de revolucionarios cubanos, quienes han luchado contra el dominio de los yanquis y de la oligarquía anexionista, por la justicia, la verdadera democracia y la soberanía.
Así lo demostraron en el centenario de su natalicio, los jóvenes encabezados por Fidel Castro Ruz que asaltaron los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes; ellos se declararon herederos del Maestro y lo consideraron “autor intelectual” de la acción.
Sucede que José Martí Pérez es uno de esos hombres que, hasta después de muertos, siguen siendo útiles e inolvidables. Y constantemente, desde la inmortalidad, enriquece la obra de la Revolución, la cual mantiene su categórico compromiso con la suerte de los humildes, el internacionalismo que asume de manera orgánica, la fe permanente en la libertad necesaria y la imprescindible unión de los cubanos.
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