Capablanca y el arte de la guerra: ajedrez, estrategia e identidad.

11 de Marzo de 2025

La figura de José Raúl Capablanca trasciende el ámbito deportivo para convertirse en un símbolo cultural. Foto: Granma

El torneo, que comenzó en la noche del 15 de marzo y culminó el 21 de abril, no solo representó un acontecimiento extraordinario para el deporte cubano, sino que de alguna manera sus resultados sorprenderían cuando el ajedrecista alemán escribiera una nota de rendición que otorgara a Capablanca la corona en calidad de invicto.

 

Desde entonces, el mito cobró mayor fuerza: «La Máquina de Jugar Ajedrez» —como ya se le conocía— conservaría el título de Campeón Mundial por espacio de seis años y acumularía éxitos por todo el mundo. Capablanca encarnó, en su momento histórico, la posibilidad de que un cubano destacara en el escenario global y cada uno de sus logros eran un triunfo nacional. Su estilo de juego intuitivo y preciso fue interpretado por como una metáfora de la idiosincrasia cubana: una combinación de creatividad, pragmatismo y gracia natural que alimentó el sentimiento de orgullo y pertenencia.

 

Es un hecho que el legado de este singular genio fue más allá de victorias deportivas o aportes técnicos, ha sido empleado también para promover el ajedrez como herramienta educativa y de inclusión social desde la creación del Instituto Nacional de Deportes y Recreación (INDER) en 1961. El movimiento de ajedrez debe a Capablanca el nombre del torneo más relevante del país y el amparo de una leyenda universal.

 

La masificación de este deporte en Cuba durante la década del 60 también impactó en el espacio militar. Las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR) incorporaron el juego ciencia como instrumento para el desarrollo del pensamiento estratégico en escuelas y unidades. Actualmente, el ajedrez ofrece a cadetes y soldados un marco conceptual que permite analizar, planificar y ejecutar maniobras complejas; además de fomentar la disciplina, la paciencia y la capacidad de anticipación de las acciones. Destrezas como la lucha por el control del territorio, la defensa de una posición o la comprensión de la jerarquía de las fuerzas son entrenadas en el tablero como un simulador de guerra que permite experimentar estrategias y tácticas en un entorno controlado. No es en vano uno de los deportes básicos en la celebración de los Festivales Deportivos de las instituciones docentes de las FAR, y elemento recreativo esencial de oficiales y soldados.

 

El juego sencillo, de carácter posicional y aparentemente sin riesgos de Capablanca generaba una sensación de control y confianza en sus oponentes que los llevaba irremediablemente a la derrota. De la misma manera en que la historia de Cuba demuestra cómo movimientos independentistas enfrentaron poderosos enemigos a base de tácticas de guerrilla, movimientos rápidos y aprovechamiento del terreno. Las famosas «minitácticas» del campeón del mundo pueden hallarse, también, en los principios del pensamiento estratégico militar cubano.

 

La noche del 15 de marzo de 1921, en el Union Club, el mito alcanzaría dimensiones extraordinarias. El dato curioso está en que Lasker había reinado por casi 27 años ostentando un récord imbatible. Sin embargo, Capablanca no cejaba en su intento por retarlo y hacerse con el título cuando se desató la Primera Guerra Mundial. Más tarde, entre 1919 y 1920, por una confusión, el alemán renunció a la corona en favor del cubano, ante lo cual Capablanca respondió: «No acepto título que no haya ganado tablero por medio frente al doctor Lasker».

Así fue que se acordó un nuevo match, que sería precisamente en la ciudad de La Habana. Emanuel Lasker para entonces había defendido con éxito seis veces su título, pero no lo ponía en juego desde 1910, y el cubano solo lo había derrotado en partidas rápidas.

 

A partir de aquel momento, Capablanca se convirtió en un personaje mítico dentro de la cultura cubana. Su vida marcada por el éxito temprano, la fama internacional y una muerte prematura en 1942, adquirió tintes de leyenda y proyectó una imagen de una nación capaz de producir genios universales. En un momento en que la identidad de la isla pugnaba entre influencias extranjeras y tensiones internas, este hombre aportó a un modelo de cubanidad que trasciende hasta nuestros días. Su historia es también la historia de una Cuba que abraza la grandeza, tanto en el tablero como en la vida.

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