La segunda victoria rebelde

20 de Enero de 2025

Croquis del Combate Llanos del Infierno, 22 de enero de 1957. Archivo Oficina de Asuntos Históricos de la Presidencia de la República. Archivo: Granma.

 

Podía escuchar aún, si cerraba los ojos, el resonar de los tiros contra las paredes de madera, y sentir en la piel el calor de las llamas que devoraron el cuartel de La Plata, cuando decidió atacar nuevamente al Ejército de la dictadura de Batista. Hacía menos de dos meses que Fidel Castro y su guerrilla andaban por los trillos de la Sierra Maestra y apenas cinco días del primer enfrentamiento victorioso; pero la oportunidad de hacer una emboscada al enemigo, de tomarlo por sorpresa y obtener otra vez un triunfo, no podía desaprovecharse.

 

Los rebeldes pensaron que tras sus huellas irían los soldados después de que corriera, como la misma pólvora de los rifles, la noticia de la toma de aquel cuartel cercano al mar de la costa sur; y ellos, con pericia y cautela, los esperarían en un sitio conocido como Llanos del Infierno. No se equivocaron, el 20 de enero de 1957, con la misión de cercarlos y exterminarlos, se lanzaron de los aviones 45 paracaidistas bajo el mando del teniente Ángel Sánchez Mosquera, los cuales cayeron poco a poco en la boca del río Palma Mocha. Esa era la avanzada, pero detrás venía una columna de 300 hombres bajo las órdenes del comandante Joaquín Casillas Lumpuy.

 

Fidel en ese entonces contaba solo con unos 20 combatientes, pero con su genio militar, que se iniciaba en la práctica, hizo un uso eficaz de su fuerza. Ubicó las escuadras en sitios estratégicos, favorecidas por la elevación del terreno, en trincheras que las resguardarían, y él, personalmente, visitó cada una para cerciorarse de que todo marchaba según lo previsto.

 

Por el rastro que a propósito habían dejado, marchaban prudentes los guardias, y después del amanecer del día 22, iniciaron el ascenso hacia el lugar donde los aguardaban. Por la mirilla de su fusil, ya sobre el mediodía, Fidel divisó a los primeros de la vanguardia. Iban ajenos al peligro, sin sospechar siquiera que habían caído ya en la emboscada. El Comandante siguió paciente sus movimientos, y cuando entraron más al área controlada por su tropa, hizo un disparo que rompió el silencio del monte y se impactó en el cuerpo de uno de los soldados. Se escuchó entonces la voz de Sánchez Mosquera ordenando a sus hombres ocupar posiciones en el alto; pero los disparos de la escuadra de Julito Díaz se lo impidieron.

 

Por media hora tronaron allí los fusiles, y una vez logrado el objetivo de hostigar y causarle bajas al enemigo, Fidel ordenó la retirada para evitar los riesgos de un cerco. Con la adrenalina palpitante aún en las venas, se adentraron en el bosque en busca del firme de Palma Mocha. El enemigo mantenía un intenso tiroteo hacia los árboles y la espesura, pero ellos ya estaban fuera del alcance de su metralla, y avanzaban todos sin siquiera un roce de bala. Era la segunda victoria de la guerrilla.

 

Sobre aquellos días, el Che escribió: «Estábamos de nuevo sobrecargados de peso, llevando muchos de nosotros hasta dos fusiles; en esta situación no era fácil el camino, pero evidentemente era otra moral la que imperaba, diferente a la que imperaba después del desastre de Alegría de Pío. Pocos días antes habíamos derrotado a un grupo menor en número atrincherado en un cuartel; ahora derrotábamos una columna en marcha superior en número a nuestras fuerzas y se pudo experimentar la importancia que tiene en este tipo de guerra liquidar las vanguardias, pues sin vanguardias no puede moverse un ejército».

 

Esta sería una táctica efectiva que nunca dejarían de emplear los rebeldes: atacar, destruir y desmoralizar al enemigo, hostigarlo de este modo militar y psicológicamente, y después retirarse de manera organizada, con el menor desgaste para la tropa.

 

Comenzaban así las victorias de la épica contienda que se extendería por más de dos años en esas alturas orientales. Largo y duro sería el camino, como lo describiría una vez Fidel, irrecuperables las pérdidas, hondos los sufrimientos, pero al final vencerían los barbudos y quedarían para la historia todos sus combates, entre ellos el de Llanos de Infierno, ese que, en un ataque audaz y arriesgado, aumentó la moral y la fe en el triunfo de aquellos luchadores por la libertad.

 

  • De izquierda a derecha: Juan Almeida, Ramiro Valdés, Calixto García, Fidel Castro y Ernesto Guevara, mientras analizaban la distribución de los hombres para un próximo combate. Archivo :Granma.

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