Ellos eran 27 y salieron de Miami en el yate Corynthia rumbo a Baracoa, al sur de Cuba. Cuatro días estuvieron enfrentando las inexperiencias del patrón y las roturas del motor en un mar embravecido que les cambió el rumbo y advirtió sobre su destino.

Al frente venía Calixto Sánchez White, un joven piloto convencido de la necesidad de alzarse para lograr la independencia de la Isla como lo habían hecho cinco meses atrás aquellos rebeldes, que desde la Sierra Maestra y comandados por Fidel Castro, enfrentaban al Ejército Nacional.

Ellos no pertenecían al mismo movimiento que el joven abogado, pero sus intereses eran comunes. Habían sido alistados por la Organización Auténtica del ex mandatario cubano Carlos Prío Socarrás, a quien Fulgencio Batista le propinó un golpe de estado el 10 de marzo de 1952.

Hacía seis meses se adiestraban militarmente y su objetivo al arribar, aunque no coincidía con el de Prío Socarrás, era formar un frente guerrillero en Sierra Cristal, al norte del territorio oriental, que apoyaría a los barbudos en el derrocamiento del dictador en el poder.

Para alcanzar tierra, fueron ayudados por pescadores de Cayo Saetía, cerca de Mayarí, quienes los socorrieron con sus botes hasta desembarcarlos en la playa “La Llanita”.

El agotamiento del viaje, unido a las largas caminatas, las llagas en los pies y la desorientación ante la ausencia de guías que los condujeran, propiciaron que se perdieran en aquellos parajes.

Ellos no lo sabían, pero su misión había sido descubierta hacía algún tiempo y cada instante que perdían, era aprovechado por los miembros de la dictadura batistiana para acercárseles y atraparlos.

Incluso, como agradecimiento a los hombres de mar que los ayudaron a tocar suelo cubano, les dijeron que justificaran su jornada con la Marina informándole sobre su llegada. De esta manera, arruinaron la oportunidad de aprovechar el factor sorpresa que les había proporcionado el cambio de itinerario.   

Poco a poco, los rezagos de algunos sobre la marcha y el abandono de otros, hizo que la cifra de los que arribaron decreciera considerablemente. Para completar, algunos de los que renunciaron    a la nobleza de esta misión traicionaron a sus compañeros, y permitieron que se llevase a cabo la orden dada a sus captores: “No permitir ni heridos, ni presos”.