La carta transfigurada en 113
El grupo de hombres, tristemente servidores de España, invadió la casa de Fermín Valdés Domínguez, el amigo entrañable de José Martí. Era 4 de octubre de 1869, cuando los integrantes de aquella escuadra del Primer Batallón de Voluntarios oyeron risas desde la vivienda ubicada en la calle Industrias No. 122, lo que consideraron como una provocación.
Regresan en la noche y someten al inmueble a un minucioso registro. Entre la correspondencia, encuentran una carta dirigida al antiguo compañero de colegio Carlos de Castro y Castro, donde lo acusaban de traidor por haber ingresado en el ejército del régimen que imperaba en Cuba.
Martí y Fermín asumieron individualmente como suya, la autoría de la carta -querían protegerse mutuamente- y ante la imposibilidad de confirmarlo a ciencia cierta, los dos fueron arrestados y sometidos a juicio ante la pérfida acusación.
Durante el Consejo de Guerra al que son sometidos cinco meses más tarde, El Apóstol sostiene con ejemplar valentía su responsabilidad única, como autor de la mencionada carta, la cual Fermín defendía también como suya, argumentando la similitud de la letra de ambos.
Pero la decisión unánime del tribunal condenó al joven José Julián a seis años de presidio y trabajo forzado a Fermín Valdés Domínguez a seis meses de arresto mayor en la Fortaleza de la Cabaña.
Ya en el Presidio Departamental le asignan al bisoño Martí, de apenas 17 años de edad, el número 113 de la Primera Brigada de Blancos y es destinadoa a trabajar en las Canteras de San Lázaro.
Todos los días, desde el amanecer hasta el anochecer, los prisioneros eran obligados a picar piedras. El sol, las plagas y los maltratos los diezmaban. Cada uno llevaba uncido a su tobillo derecho un grillete, forjado por el herrero del presidio, que se enlazaba a su cintura por medio de una gruesa cadena. Así aparece en una foto del 28 de agosto de 1870, que tiene al dorso esta dedicatoria a su madre:
“Mírame, madre, y por tu amor no llores, / si esclavo de mi edad y mis doctrinas / tu mártir corazón llené de espinas, / piensa que nacen entre espinas flores”.
El roce continuo, inhumano y doloroso de aquel grillete no tardó en traerle al patriota adolescente nefastas consecuencias: una llaga inguinal que nunca se le curó por completo, ni siquiera con las intervenciones quirúrgicas a las que se sometió en España cuando fue liberado y condenado al exilio. Allí escribió su obra El presidio político en Cuba, a partir de sus vivencias en la citada cantera.
Y es que en lo adelante, en su cuerpo y espíritu cargó siempre el maestro, las cicatrices del presidio.
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