La danza del siglo XIX y su visión martiana
Corría el año 1879 y el compositor matancero Miguel Faílde y Pérez empezaba a hacerse popular con la pieza titulada Las Alturas de Simpson. En aquel entonces Martí era un adolescente y había sido obligado a abandonar la Isla en carácter de deportado político y no habría de saber mucho de los bailes de salon por su corta edad y por el sentido estricto que sus progenitores le enseñaban a la familia y, muy limitadamente, sobre espectáculos escénicos pagados escasamente, por la austeridad económica en la que vivió siempre obligado.
Se conoce que en documentos de su autoría escritos durante su exilio en España, comentó sobre las danzas tradicionales campesinas. Pudiendo haberlas observado alguna vez en su niñez o adolescencia. Quizás en sus andanzas rurales viera el popular zapateo criollo, derivación del zapateado de las danzas peninsulares. Puede que haya sido en Caimito de la Hanábana, 1857, en compañía de su padre; o en la Isla de Pinos, 1870, cuando fue trasladado desde el presidio habanero hacia la finca El Abra. En dichos documentos nos relata que, en plena manigua, los mambises encontraban razones para organizar los típicos guateques y disfrutar en ellos de los frecuentes bailes. Esto se reflejaría en un artículo de 1875, en plena Guerra de los Diez Años, publicado en la Revista Universal, de México.
En el siglo XIX en Cuba se preferían las danzas de pareja: el paso doble, las sevillanas (música y danza típicas de Andalucía), el chotis (baile madrileño por excelencia). En 1870 varios grupos sociales de ciertas posibilidades económicas tenían como opción, los para nada bienvistos«bailes de cuna», enmarcado principalmente en el siglo XIX para ambos sexos, organizados po rnegros y mulatos libres. A estos bailes acudían de manera clandestina los niños blancos, para liberarse de las rigurosas estipulaciones de la época. Todo estol ejano de Pepe, quien se supone que vigilado por su padre yacía aislado de esos mal vistos bailes de cuna.
¿Cuán grande serían los deseos de Martí por acercarse a estos bailes limitados para él, y conocer más para de gustar de ellos ¿Serían una pasión, una atracción o algo de mal gusto para su persona? Algunos han llegado a pensar que para él la danza no era de su agrado, los que lo conocieron de cerca pudieron confirmar esta hipótesis que llegó a ser un tema de preocupación registrado,pero en 1872, con solo 19 años estando en Madrid, en sus cuadernos íntimos aclaraba: «[…]no soy yo declamador frío y sistemático contra el baile.—Yo no ataco al baile que baila, sino al baile que se reúne para bailar. — El baile en el hogares quizás un recreo lícito. En la reunión,—una costumbre perniciosa. En la sociedad que brilla y se agita—disturbio eterno del alma libre, (y esto suele ser lo siempre),—creador de deseos funestos
en el alma esclava yo; —hoy que los ruidos de la vida sólo han guardado para las almas santas los placeres de esa dulce esclavitud.— Yo creo que sólo debe de haber amor para las mujeres.—¿Por qué no creer que en las mujeres sólo debe haber amor?— Y el amor no ila[…]».1
Aunque manifiesta su rechazo al «baile que se reúne para bailar», no deja de existir su presencia en el teatro habanero Villanueva, en el que se presentaban espectáculos donde se fusionaban, el humor, la música y el baile.
En 1881, mientras iba de camino a Venezuela, donde vivió un gran tiempo, en sus apuntes de viaje escribe sobre los habitantes de Willemstad durante su escala en el puerto de esta región, comentando sobre sus habitantes, no dejando de con notar al baile: «[...]y no se halla, entre tanta singular vida distinta, como en revuelto pozo a donde vinieran a parar en remolino turbio, aguas diversas [...]»«[...]centavos bastan, para la vida del día, a la gente pobre, mal suenan los pianos a cuyos son se baila sin reposo[...].2Posteriormente, en 1882 motivado por su atracción por la danza de los garífunas hondureños, publica en La Opinión Nacional, de Caracas, describiendo las Pascuas en Nueva York: «[...] los negros caribes de Honduras, muy bellos e inteligentes negros, que han hecho comercio con los sacerdotes del lugar, los cuales les permiten su maffia, que es baile misterioso, y sus fiestas bárbaras de África [...]».3
Fue, apesar de todo, la danza para Martí, la identidad de los pueblos, la forma de expresar corporalmente las emociones. Odió la falsía y todo aquello que en las presentaciones escénicas, contaminaban el ballet. Lejos de ser un experto en el tema, se puede decir que Martí no solo sentía admiración por los bailes, sino que también los respetó, y por demás, abogó porque se mantuviera la ética a la hora de practicarlos, denominando la danza como un suavísimo arte. Certificando, desde su punto de vista, que lo bello no es el baile en sí, sino la forma en que bailamos.
Bibliografía:
1 "Martí ante la danza", Mayra Beatriz Martínez, Editorial José Martí, 2014, t. 3, p. 16.
2 "Martí ante la danza", Mayra Beatriz Martínez, Editorial José Martí, 2014, t. 3-4, p. 46.
3 "Martí ante la danza", Mayra Beatriz Martínez, Editorial José Martí, 2014, t. 2, p. 45.
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