Céspedes en Martí

27 de Febrero de 2024

Céspedes y Martí: comunidad de ideas. Fotos: Internet

Nuestro Martí sintió siempre una profunda admiración por Carlos Manuel de Céspedes y del Castillo, con cuyo pensamiento se identificaba. Quienes abordan este tema se apoyan en su magistral «Céspedes y Agramonte»,[1] hermoso texto en el que ofrece una caracterización de ambos fundadores, de sus virtudes y aciertos, y también de sus errores, que analiza con magnánima generosidad. Sin embargo, hay otro texto, menos conocido, que títuló «Carlos Manuel de Céspedes»,[2] en el que esboza algunas ideas acerca del Padre de la Patria.

 

Aborda en primer término su carácter, que define como «irascible y de genio tempestuoso» y la opinión del propio Céspedes acerca de sí: «Entre los sacrificios que me ha impuesto la Revolución el más doloroso para mí ha sido el sacrificio de mi carácter» y, al respecto, formula una idea que define al héroe: «dominó lo que nadie domina». Además, la ejemplifica con un pasaje crucial de nuestra historia: la Asamblea de Guáimaro:

 

«El 10 de abril, hubo en Guáimaro una  junta para unir las dos divisiones del Centro y del Oriente. Aquélla había tomado la forma republicana; ésta, la militar. —Céspedes se plegó a la forma del Centro. No la creía conveniente; pero creía inconvenientes las disensiones. Sacrificaba su amor propio—lo que nadie sacrifica».

 

Martí es claro y preciso en su análisis. Hoy podemos aseverar, con muchos más elementos, que Céspedes tuvo razón al optar por la forma republicana y, más aún, al poner la unidad por encima de cualquier otra consideración, pues nuestra historia aporta numerosos ejemplos que relacionan la unidad con la victoria; tantos y tan conocidos que no es ni siquiera necesario citarlos.

 

El texto martiano sugiere otras ideas: en Guáimaro se eligió la bandera de Narciso López Uriola y no la de Céspedes. Es cierto que por esa bandera se había derramado sangre cubana —también por la de Céspedes— y mucha más se vertería a lo largo de nuestros más de 150 años de lucha; ello la convierte en símbolo sagrado de la Patria. Sin embargo, también es cierto que en abril de 1869, en Guáimaro, debió elegirse la bandera con la que el 10 de octubre se había dado el grito de independencia contra el colonialismo español, y también es cierto que la decisión de los asambleístas se debió a la intención de poner un freno a Céspedes.

 

De igual modo, la elección de Céspedes como presidente de la República en Armas muestra aristas para el análisis, pues, si bien se le dio jerarquía, a la vez, se le privó del mando militar que hasta el momento había ostentado y, además, su nombramiento estaba sujeto a la decisión de la Cámara, que tenía potestad para destituirlo, como al final ocurrió. No puede haberse sentido Céspedes satisfecho con esas decisiones; pero como bien expresa Martí: «Sacrificaba su amor propio—lo que nadie sacrifica». En ello está su grandeza.

 

En otros fragmentos —esto no es un texto estructurado, sino ideas, notas que atesoraba, pues planeaba escribir un libro sobre Céspedes—,[3] analiza Martí, con palabra maestra, las acusaciones más comunes que se hacían a Céspedes:

 

«Se le acusaba —dice Martí— de poner a cada instante su veto a las leyes de la Cámara. Él decía: «Yo no estoy frente a la Cámara, yo estoy frente a la Historia, frente a mi país y frente a mí mismo. Cuando yo creo que debo poner mi veto a una ley, lo pongo, y así tranquilizo mi conciencia”». Tremenda idea cespediana expresada en más de una ocasión, que demuestra la conciencia de su responsabilidad y que concuerda con la conocida frase de Fidel: «La historia me absolverá».

 

Y añade el Maestro: «La Cámara; ansiosa de gloria—pura, pero inoportuna, hacía leyes de educación y de agricultura, cuando el único arado era el machete; la batalla, la escuela; la tinta, la sangre.—Y venía el veto». En este texto, Martí es preciso tanto al calificar la actitud de la Cámara, como al expresar lo que exigían las circunstancias: era tiempo de combate y no de leyes futuras.

 

También se refiere el Apóstol a otra cuestión que él mismo pretendería determinar en la Asamblea de delegados del pueblo de Cuba, que preparaba en sus días de manigua y a la que la muerte no le permitió llegar: el mando único. Al respecto y sobre Céspedes escribió:

 

«[…] Él creía que la autoridad no debía estar dividida; que la unidad del mando era la salvación de la revolución […]—Él tenía un fin rápido, único: la independencia de la patria. La Cámara tenía otro: lo que será el país después de la independencia. Los dos tenían razón; pero, en el momento de la lucha, la Cámara la tenía segundamente […]».

 

También comentó Martí acerca del autonombramiento de capitán general:

 

«Temperamento revolucionario: fijó su vista en las masas de campesinos y de esclavos. “A ese nombre están acostumbrados a respetar; pues yo me llamaré con ese nombre. Un cambio necesitaría una explicación. Se pierde tiempo. —¡Se pierde tiempo!” […]».

 

Así de grande y certero fue Céspedes y nosotros, sus hijos, hemos de recordarlo en toda su grandeza y, como él, tener en cuenta las circunstancias del momento para encauzar nuestro deber para con Cuba.

 

[1] José Martí: “Céspedes y Agramonte”, en Obras completas,  t. 4, Centro de Estudios Martianos, La Habana, 2007, pp. 358-362.

[2] José Martí: “Carlos Manuel de Céspedes”, en ob. cit., t. 22, pp. 235-236. Todas las citas proceden de este texto.

[3] Véase José Martí: “Al general Máximo Gómez”, 1878, en ob. cit., t. 20 pp. 263-264.

 

  • Céspedes y Martí: comunidad de ideas. Fotos: Internet

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