En el último trimestre de 2015, en lo que ya era un escenario de guerra y desestabilización, Rusia acudió al llamado de ayuda de las autoridades sirias, al igual que Irán, y se impidió que las fuerzas terroristas y opositoras derrotaran al Ejército Árabe Sirio. Supuso esto un punto de inflexión en un conflicto en el que, por error político o por falta de recursos suficientes, las tropas sirias no avanzaron hasta derrotar completamente a sus adversarios.

Terroristas y opositores se hicieron fuertes en la provincia de Idlib y tras una tregua o acuerdo que nunca debe darse al invasor, alrededor de 2019, crearon incluso un gobierno autónomo en dicha región, al margen del gobierno central. Esto fue negativamente decisivo en la historia de ese país, como veremos en breve.

Mientras esto sucedía, Israel y EEUU se encargaron en los últimos diez años de degradar de manera sistemática el poderío militar de las fuerzas armadas sirias, que estaba siendo afectado además por la guerra. Cuando estalló la revuelta final, a finales de noviembre de 2024, la fuerza aérea siria prácticamente no existía, lo que impidió emplearla para rechazar el avance de las fuerzas terroristas y opositoras hacia Damasco.

Los terroristas llegan al poder en Siria

En la última semana de noviembre de 2024, fuerzas opositoras y terroristas comenzaron un rápido avance desde la provincia de Idlib, que permanecía en sus manos, como ya expusimos, y en una maniobra que sorprendió al gobierno árabe sirio, avanzaron y capturaron la estratégica ciudad de Aleppo, casi sin resistencia.

Idlib constituyó un santuario. Las fuerzas irregulares allí asentadas estaban debidamente entrenadas, equipadas; contaban incluso con drones de ataque, presuntamente entregados por las autoridades ucranianas, que les habrían también preparado para su empleo. A Idlib llegaron desde el exterior los recursos necesarios para esa operación, lo que pone de manifiesto la importancia de no dejar en manos del agresor ninguna porción del territorio de un país.

Los opositores recibieron el apoyo militar convencional de las fuerzas estadounidenses, israelíes y turcas. Bombarderos estadounidenses B-52, con el pretexto de atacar a terroristas, violaron por esas fechas una y otra vez el espacio aéreo sirio, para facilitar el avance de los grupos hacia Damasco. De igual manera se comportó la aviación de combate israelí.

Esto significa que la última fase de la guerra no convencional en Siria contó con el apoyo de fuerzas armadas convencionales, como lo tiene previsto EE.UU, si se hace necesario. Se utilizó un esquema similar, aunque en menor magnitud, al utilizado en Libia, cuando la aviación de EE.UU y la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) apoyaron el avance de las fuerzas opositoras libias hacia Trípoli, para derrocar a Gaddafi.

De esta manera, el 8 de diciembre de 2024, el presidente Bashar Al Assad tuvo que abandonar la presidencia y el país, tras 14 años de una guerra que dejó casi medio millón de muertos y millones de desplazados.

La realidad siria hoy es preocupante. El apetito imperial y sus deseos de controlar un país rico en recursos energéticos y con una posición privilegiada desde el punto de vista geográfico, han dejado una nación fragmentada, donde terroristas por los cuales EEUU ofrecía millones de dólares se han hecho con el poder y Washington los ha reconocido.

Este «éxito» de EE.UU e Israel en su campaña no convencional contra Siria solo ha dejado un país más inseguro, inestable, donde se han incrementado los enfrentamientos entre facciones. Siria se cada parece cada vez más a naciones «liberadas» por Occidente, como Libia e Iraq.