Agresión no provocada contra Irán, la paz quebrada en nombre de una mentira. (I)
Un ataque a Irán es posible, pero no es inminente». Eso decía Donald Trump el 12 de junio, horas antes de que Israel, con pleno consentimiento y apoyo de EEUU, comenzara la agresión militar contra Irán, denominada por los líderes sionistas «León Naciente».
Mentía el mandatario estadounidense, una vez más. Empezó así una peligrosa escalada bélica que se veía venir desde hace tiempo, según Tel Aviv y Washington, para evitar que Teherán se dote de armas nucleares.
Esta acusación la han venido haciendo por años, pero nadie la ha podido demostrar, ni siquiera los expertos de la Organización Internacional de Energía Atómica (OIEA), que han inspeccionado en más de una ocasión, pues es posiblemente el programa nuclear más vigilado del mundo. Irónicamente, Israel no permite inspecciones del referido organismo en su territorio.
Los servicios de Inteligencia norteamericanos habían admitido, en recientes informes, que Teherán no estaba desarrollando armas atómicas que —cínicamente— sí poseen los que se empeñan en destruir las inexistentes armas nucleares iraníes.
A mediados de junio, con la agresión no provocada de Israel en marcha, el presidente Trump entró en abierta confrontación con su Directora de Inteligencia Nacional, Tulsi Gabbard, por afirmar ante el Congreso que Teherán no está desarrollando el arma atómica. «No me importa», dijo Trump cuando le preguntaron sobre esas declaraciones.
Así, nuevamente EE. UU. y sus aliados regionales recurren a la mentira para justificar una agresión militar contra un país soberano de Medio Oriente, como hicieron antes con Iraq y las inexistentes armas de destrucción masiva que no encontraron, o como hicieron en Siria contra Bashar Al Assad, al que acusaron de violaciones de derechos humanos y otros crímenes para justificar su derrocamiento.
Con mentiras similares, el entonces presidente Trump retiró a su país en 2018 del llamado Plan Integral de Acción Conjunto, alcanzado entre Irán y los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU —EE. UU., Francia, Reino Unido, China y Rusia— más Alemania, que permitía a Teherán el desarrollo de su programa nuclear pacífico.
Los pretextos se repiten o se recrean, pero el fin es el mismo para EE. UU. e Israel: configurar un Medio Oriente a su imagen y semejanza, sin gobiernos que desafíen sus planes expansionistas y sus intereses geopolíticos hegemónicos, para apoderarse de los vastos recursos naturales de esos países.
Algunos elementos sobre el origen del conflicto entre Israel e Irán.
Cuando se señala que esta crisis se veía venir, se piensa en las décadas de retórica contra la nación persa, después que, a partir de 1979, la Revolución Islámica derrocó al Sha Mohamad Reza Pahlaví, aliado de EE. UU. y Reino Unido, e instauró una república que rompió relaciones con Israel —por considerarlo un régimen ilegítimo que oprime a la nación palestina— y nacionalizó el petróleo, expulsando a las empresas extranjeras lideradas por británicos y norteamericanos.
En 2010 el programa nuclear iraní sufrió un duro golpe, tras un ataque cibernético con el gusano Stuxnet, que destruyó cientos de centrifugadoras empleadas para enriquecer uranio, y cuya autoría se atribuye a EE. UU. e Israel.
Un año más tarde, mientras Netanyahu era el premier israelí, el gobierno sionista estuvo a punto de realizar un ataque «preventivo» contra Irán, sin embargo el contexto no favorecía la operación, y las presiones del presidente norteamericano Barack Obama hicieron desistir a Netanyahu. No era «el momento».
Comentarios
En este sitio no se admiten comentarios que violen, incumplan o inciten a romper legislaciones cubanas vigentes o atenten y dañen el prestigio de alguna personalidad o institución, así como tampoco aquellos que contengan frases obsenas, groseras o vulgares. Verde Olivo se reserva el derecho de no publicar los comentarios que incumplan con las normas antes expuestas.