La encargaduría (II)

15 de Octubre de 2025

Primera plana del periódico Revolución. Ecured

 

Cuando abuelo halló a Cabezón, luego de mucho procurarlo, fue al grano. Le urgían par de cosas: trabajo y un sitio donde vivir. ¿Podía ayudarlo con alguna?

 

La respuesta del empresario lo dejó momentáneamente sin habla: «Te puedo ayudar con las dos». El dueño del edificio donde años antes abuelo mostrara sus habilidades de plomero,necesitaba cubrir la plaza de encargado, que incluía el apartamento de ese empleado y su familia.

 

Abuelo pidió tiempo para pensarlo. «Bueno, pero te voy a dar un juego de llaves —insistió Cabezón—. Trae a tu esposa a ver el apartamento. Y no pienses demasiado. Tú eres el hombre».

 

Abuela, feliz, no entendió la seriedad de su marido al darle la noticia. Abuelo dijo: «¿Te imaginas vivir justo allí donde trabajas, pendiente 24 horas diarias, 7 días a la semana,de quejas de vecinos, de la limpieza y el mantenimiento del edificio? La gente no es fácil, China».

 

Abuela se le quedó mirando. «Al menos, llévame a ver el apartamento», exigió dulce. Fueron a la mañana siguiente. Era un primer piso. Sala y comedor espaciosos, cocina y baño pequeños, otro baño aún más chico, dos cuartos amplios con sendos balcones a la calle, dos patios —fondos de respiraderos del edificio: uno mediano, otro diminuto—. Puntal no muy alto. Cinco ventanas que, junto a los balcones proporcionaban claridad y fresco. Un apartamento moderno, modernísimo, comparado con aquel donde vivían, y con cualquiera de las humildes moradas que abuela habitara en su vida. «Esto nadie me lo quita», pensó ella. La estrategia de Cabezón había funcionado.

 

—Déjame a mí la gente —dijo abuela—. Yo me ocupo de la encargaduría mientras tú sigues buscando trabajo.

 

—Pero, China, no vas a poder con todo.

 

—La limpieza, el día a día, son míos. Si aparece algo más complicado, reparaciones y eso, me ayudas.

 

Así fue. En marzo de 1959, se mudaron al nuevo apartamento.

 

A abuelo lo contrató una empresa del Ministerio de Obras Públicas. Se alejaba a ratos de casa. Pasó largas temporadas en construcciones de la entonces Isla de Pinos, o en Camagüey, cortando caña. Abuela se quedaba sola con los niños y la encargaduría, madrugando a diario para que todo brillase antes que abriera los ojos el primer vecino, auxiliando al lechero, al cartero, a quienes leían los contadores de gas y electricidad, al tanto de cada detalle. Hasta algún momento de 1962, cuando dejó el empleo y devino ama de casa a tiempo completo.

 

Unos dos años atrás, el 14 de octubre de 1960, se había promulgadola Ley de Reforma Urbana (2), que disminuyónotablemente elimporte de los alquileres deviviendas, y concedió a los arrendatarios el derecho a obteneren propiedad el espacio que habitaban,una vez que honrasen los pagosestablecidos.

 

Abuelo siempre puso las obligaciones de la familia a su nombre, y los derechos, a nombre de su esposa y madre de sus hijos. Gracias a la nueva ley, abuela iba rumbo a convertirse en propietaria legal de aquel apartamento del cual se había enamorado a primera vista.Lo logró en septiembre de 1970, tras cumplir el requisito de abonarla mensualidad correspondiente a lo largo de 11 años y medio.

 

No tengo claro quién o quiénes fueron los siguientes encargados del edificio, a excepción del viejo Marrero, un señor instalado en mi memoria por su labor nocturna de sacar a la acera la basura recolectada. Creo que fue el último en ocupar la plaza oficialmente.

 

Eso sí, no pocos vecinos siguieron acudiendo a mis abuelos en busca de ayuda —algunos, incluso, con ínfulas de inquilino que reclama a empleados a su servicio—. Y ellos siempre colaboraron. Sin pedir ni aceptar retribución alguna. Abuelo asesoró a quien lo precisaba e hizo múltiples labores de plomería, albañilería, electricidad, que redundaron en bien común o individual. Abuela, hacendosa, brindaba la pericia de sus manos, consejos, teléfono, huevos, un poquito de sal. Ambos con una paciencia infinita. Tanta, que jamás aclararon a nadie que esa escalera de tijeras solicitada por muchos como «la escalera del edificio», fue adquirida con sus ahorros en una ferretería de la cuadra.

 

Referencias, Notas o Fuentes consultadas

Notas:

  1. La palabra «encargaduría» no está registrada en el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española (RAE), pero así llamaban mis abuelos –y las personas de su edad– al oficio y empleo de «encargado»: la persona que se ocupa de la custodia, limpieza, llaves y reparaciones menores de un edificio. La RAE utiliza con ese fin los términos «conserje» y «conserjería».
  2. La Ley de Reforma Urbana fue aprobada por el Consejo de Ministros el 14 de octubre de 1960, y puesta en vigor mediante su publicación en una edición extraordinaria de la Gaceta Oficial. (Buch, Luis M., y Suárez, Reinaldo: «Gobierno revolucionario cubano. Primeros pasos». Ley de Reforma Urbana, pág. 491. Editorial de Ciencias Sociales. La Habana, 2009).

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