El paraíso perdido (I)
Aunque no todos los nacidos en esta isla profesan creencias religiosas, la fe se encuentra indisolublemente ligada al surgimiento y consolidación de la nacionalidad cubana, ya nuestras luchas emancipadoras.
Patriotas de fe han sido Félix Varela, Mariana Grajales, José Martí, Frank País y José Antonio Echeverría, entre otros.
En la manigua insurrecta, no pocos oficiales y soldados del Ejército Libertador se encomendaban a la Virgen de la Caridad del Cobre, llamada afectuosamente «Cachita» por la gente de pueblo.
Corría el año 1915 cuando veteranos de las Guerras de Independencia escribieron al papa Benedicto XV solicitándole que proclamase a la virgen como Patrona de Cuba.El Santo Padre accedió al pedido.
Alrededor de un siglo después, los tres obispos de Roma que nos han honrado con su visita —Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco—homenajearona «Cachita».
Cada 8 de septiembre, se celebra la festividad de esta Virgen Mambisa cuyo alter ego en el panteón yoruba es Ochún 1. Su altar se encuentra en la Basílica Santuario Nacional de Nuestra Señora de la Caridad del Cobre, en el poblado de El Cobre, a unos 20 kilómetros de la ciudad de Santiago de Cuba, pero sus fieles hacen promesas y piden deseos en su nombre desde cualquier parte de la geografía insular e incluso fuera de ella.
Los devotos de «Cachita»afirman que es milagrosa,hace llevaderas las angustias, perdona defectos, pecados, fracasos y meteduras de pata, y colabora en aciertos.
Muchas personas también acuden a otras deidades. Cada cual manifiesta la espiritualidad según su forma de ser. Algunos incluso la niegan. A ellos se refirió con gracia inigualable en una de sus obras el maestro Adalberto Álvarez, gloria de la música y la cultura cubanas: «Hay gente que te dice que no creen en na2 y van a consultarse por la madrugá3».
Mi abuela materna creía. A su modo. No era cristiana practicante: no frecuentaba iglesias ni iba a misas. Tampoco acudía a religiones de origen africano. Ni a ninguna otra.Sin embargo, tenía una copia de «El sagrado corazón de Jesús» que presidía —y preside— la sala de casa. Y otra de «La última cena», de Da Vinci, reinaba en el comedor.
La abuela, además, tenía sus estampitas y dos altares de estuco adosados a la pared: uno en su cuarto, y otro en la sala, justo encima del dintel de cada puerta, a salvo de miradas ajenas y de la curiosidad de sus nietas y nietos pequeños.
Aún me parece verla, empinada sobre una silla para alcanzar las efigies de sus santos —la Virgen de la Caridad del Cobre, Santa Bárbara, San Lázaro, la Virgen de Regla, los Jimaguas— cuando les ofrendaba miel, caramelos, monedas, juguetitos, vino dulce —Viña 95: a abuela le encantaba, aunque raramente bebía—, les ponía asistencias —vasos de agua consagrados— y se comunicaba con ellos a través de susurros o mensajes en papelitos que dejaba a sus pies.
Abuela también tenía sus oraciones: las clásicas, y otras más imaginativas. De las últimas, recuerdo una que invocaba siempre que se extraviaba algo en casa. Ceñía bien fuerte, con un cordel o lo que fuera, la pata de un mueble —preferiblemente una cama—, en tanto decía: «Pilatos, Pilatos, los huevos te ato. Hasta que no aparezca lo que se me perdió, no te los desato». Y todo parece indicar que el tal Pilatos, quienquiera que fuese —acaso el bíblico Poncio—, apreciaba sus testículos, pues las cosas aparecían rápido, mientras abuela atendía a una visita, o «inventaba» en la cocina, o zurcía ropa de andar…, faenas por las cuales olvidaba, a veces, desatar el cordel. Solo al rato, se llevaba una mano a la cabeza y exclamaba: «¡Ay, el pobre Pilatos debe tener los huevos morados!». Y salía veloz a cumplir su parte del acuerdo.
En cierta ocasión, las creencias de abuela fueron puestas a prueba. Ese día peligrósu entradafuturaal paraíso.
Referencias, Notas o Fuentes consultadas
Notas:
1Deidad u orisha yoruba. Símbolo de la coquetería, la gracia y la sexualidad femeninas.
2Versión coloquial de «nada».
3 Versión coloquial de «madrugada».
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