Hace 170 años nació un hombre de una inmensa cultura, orador excelso, un cubano que colocó la fuerza de sus palabras a disposición de la Patria, y fe de ello dio su fecunda labor periodística. Ese gran revolucionario es Juan Gualberto Gómez.

Hijo de esclavos, vino libre al mundo el 12 de julio de 1854, en Sabanilla del Encomendador, Matanzas. Tuvo la dicha de que sus padres, por la generosidad de su dueña doña Catalina Gómez, pudieran comprarle la libertad antes de su nacimiento; esta propia señora lo apoyó en sus estudios.

Gracias a esa ayuda pudo viajar a Francia a formarse en el oficio de carrajuero (*) Se estableció en París, allí dedicaba las noches a aprender el idioma de los galos, lo que le abrió las puertas al periodismo.

En 1878 de regreso a su isla natal, coincide con José Martí en un viaje que el futuro Apóstol de la independencia cubana, hacía de incógnito. La Guerra de los Diez Años había finalizado con el innoble Pacto del Zanjón, al que se opusieron patriotas de la talla de Antonio Maceo y muchos seguidores mediante la Protesta de Baraguá.

Al año siguiente Juan Gualberto, identificado de lleno con lo mejor del pensamiento patriótico, fue deportado a España al descubrirse sus vínculos con los conspiradores de la Guerra Chiquita.

Ya en Cuba se volcó al periodismo liberal y abolicionista, mientras colaboraba con el destacado periodista de la época Manuel Márquez Sterlingvinculado a las fuerzas progresistas de su época. En 1880 antes de su primer destierro, fundó y dirigió el periódico La Fraternidad, desde el que fustigó a la esclavitud, la discriminación racial y el colonialismo. También abrió La Igualdad y La República Cubana, labor por la cual fue deportado a Ceuta, España.

Cuando retornó a su tierra natal, en 1890, hizo circular otra vez La Fraternidad con la idea de divulgar el ideario separatista que sostenía. Desde allí atacó el fanatismo político, argumentó sobre la incapacidad de España de mantener a la Mayor de las Antillas como su colonia, luchó por la igualdad de derechos de negros y blancos, y encaró al autonomismo y a la labor anticubana del Diario de la Marina.

Al reinicio de la gesta independentista, Juan Gualberto sufrió otra vez cárcel y destierro. Regresó a Cuba en 1901 y asumió una participación activa en la Asamblea Constituyente. Desde ese escenario protegió la independencia de la Isla de la influencia de anexionistas cubanos y extranjeros, mientras se opuso a la Enmienda Platt. «Quién sino Juan Gualberto defendió con más duro coraje, con más denodada inspiración martiana, los derechos de Cuba frente al bofetón que significó La Enmienda Platt?», escribiría Nicolás Guillén.

Al morir en La Habana el cinco de marzo de 1933, Juan Gualberto se había forjado no solo como combatiente por la libertad de la Patria, sino también como defensor de los derechos de negros y mestizos, y luchador antimperialista.

No solamente podemos recordarlo como el cubano merecedor de un lugar en el altar de la patria o como el consagrado soldado de ideas que fue, ni siquiera solo como el entrañable amigo y compañero de lucha de José Martí. Hacerlo así sería minimizar su impronta en la historia de Cuba, sería estar en deuda con un hombre de su tiempo y comprometido con su realidad.

(*) artesano en la construcción de carruajes