A cuarenta y siete años del atentado terrorista a una nave de Cubana de Aviación en pleno vuelo, la justicia contra sus autores sigue siendo una deuda universal.  Aquel 6 de octubre de 1976 el dolor y el horror parecían alinearse para abordar la aeronave CU-455.

En el avión viajaban setenta y tres personas, entre ellas una pequeña delegación coreana, una niña, diez tripulantes, once guyaneses que estudiarían medicina en la Isla y los jóvenes integrantes del Equipo Nacional de Esgrima, quienes regresaban victoriosos de un evento regional realizado en Caracas.

No hubo sobrevivientes. Aquel hecho monstruoso contó con el decisivo respaldo de la Agencia Central de Inteligencia (CIA), encomendado a los connotados sicarios y asesinos Luis Posada Carriles y Orlando Bosch, quienes murieron años después sin pagar por este y otros crímenes.

Los autores materiales, Freddy Lugo y Hernán Ricardo, hicieron una parte del vuelo junto a los infortunados pasajeros y fueron testigos presenciales de la alegría del equipo, rebosante de vida y de promesas. Nada de esto los detuvo y sin remordimientos de conciencia colocaron dos cargas explosivas de C-4 y se bajaron tranquilamente de la aeronave durante una escala en Barbados.

Las primeras fallas y explosiones se produjeron pocos minutos después de salir de allí. Todo sucedió rápidamente, sin tiempo a nada que pudiera salvar a los pasajeros y tripulación. Nunca sabremos qué clase de horror o sentimientos invadieron a aquellos seres humanos en esos últimos minutos de sus vidas y es una preocupación perturbadora que no se olvida.

Cuba no olvida aquel fatídico día. Al golpe terrible para sus familiares y allegados se unió también el gran dolor del pueblo que vivió jornadas de luto. Por eso el 6 de octubre es un día también dedicado a la memoria de los caídos víctimas del terrorismo, una cita que cada año es un deber y un compromiso que nace del alma.