El abominable crimen de Tarará II
En enero de 1992 recién había cumplido ocho años. Sin embargo, recuerdo claramente como entre los meses de enero y febrero, exactamente durante 37 días, en el Noticiero Nacional de Televisión daban el parte médico referido a la situación de salud de Rolando Pérez Quintosa.
Según supe en ese momento, se trataba de un policía que había enfrentado a unos criminales que intentaban abandonar ilegalmente el país. Mi mente, racional desde las primeras etapas, chocaba con la contradicción humana de que un ser le quitase la vida a otro, y lo hiciera de manera salvaje.
Yo, como el resto de las personas, me alegraba con cada estado de gravedad vencido. El alma se helaba cuando su condición se comprometía peligrosamente; sentíamos que Rolando era una persona muy cercana. Tenía que vivir, así era el deseo de Fidel, el de los médicos, el de los millones de cubanos que, cada noche, esperaban una mejoría irreversible.
Gracias a los datos aportados por Rolando en el momento en que estaba siendo socorrido, los criminales que lo hirieron cobardemente y que segaron la vida de sus tres compañeros, fueron detenidos en menos de 48 horas. Luego fueron puestos a disposición de los tribunales revolucionarios, pero quién le devuelve la vida a los muertos.
Me impresionó la fuerza en la mirada de ese hombre. Entubado y acoplado a cuanto equipo había sido inventado por la ciencia, peleaba contra su casi segura muerte, como mismo hizo contra sus asesinos. Los médicos se desvivieron en atenciones, algo reconocido especialmente por Fidel; su impresionante deseo de vivir estuvo a punto de salvarlo.
Un medicamente pudo hacer una diferencia en su tratamiento, pero la misma criminal política estadounidense que llevó a la comisión de ese salvaje hecho, impidió que el fármaco fuera vendido a Cuba. Finalmente, cuando fueron sorteados todos los obstáculos que impone ese bloqueo, que sí existe, ya Rolando había fallecido.
Me parece estar viendo a Fidel, con su voz enérgica y triste, relatando lo que hoy evoco:
«Asesinar es repugnante, asesinar a hombres desarmados y amarrados es, sencillamente, monstruoso, y da idea de lo que podría esperar nuestro pueblo, de lo que podrían esperar nuestros jóvenes, nuestros estudiantes, nuestras madres, nuestros combatientes, de la contrarrevolución, de la reacción y del imperialismo, si lograran imponer sus designios en esta tierra, si lograran aplastar la heroica resistencia de nuestro pueblo”.
Fuentes consultadas:
- Bermúdez, A. y Domínguez, A. (2022). Rolando Pérez Quintosa: De la tristeza infinita y el orgullo incólume. Cubadebate. Obtenido de http://www.cubadebate.cu/especiales/2022/02/16/rolando-perez-quintosa-de-la-tristeza-infinita-y-el-orgullo-incolume-video/
- Castro, F. (1992). Discurso pronunciado por el Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz en la despedida de duelo del combatiente Rolando Pérez Quintosa, efectuada en el Cementerio Colón, el 17 de febrero de 1992. Fidel, Soldado de las Ideas. Obtenido de http://www.fidelcastro.cu/es/discursos/discurso-pronunciado-en-la-despedida-de-duelo-del-combatiente-rolando-perez-quintosa
- Rodríguez, W. y López, Y. (2017). Los últimos 37 días de un joven mártir. Juventud Rebelde. Obtenido de https://www.juventudrebelde.cu/cuba/2017-01-09/los-ultimos-37-dias-de-un-joven-martir
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