Camilo en el alma del pueblo
El cuadro con la imagen de aquel muchacho está allí desde que tengo memoria. Todos los días paso por la acera y la puerta entreabierta me deja ver la pared de la sala desde donde él sonríe con sus dientes blancos, su barba espesa, sus ojos repletos de lo más puro. Por andar despacio he podido ver que el tiempo ha roído un poco la madera del marco y gastado los colores. El verde de la camisa y el marrón del sombrero de a la ancha ya no son tan oscuros, sin embargo, la piel conserva aún, si se observa con detenimiento, el tono del primer instante de luz, como un soplo de vida negado a seguir su rumbo.
Cada febrero, en la fecha de su cumpleaños, un vaso de cristal con flores en agua se le coloca cercano, como sincera ofrenda, homenaje íntimo a quien naciera el día 6 del segundo mes del almanaque hace más de 90 años, pero nunca envejeció, se perpetuó veinteañero en las remembranzas de todos, delgado y jovial sobre un caballo blanco, de uniforme guerrillero y fusil al hombro, lanzador triunfante en el equipo de béisbol de Fidel.
Por eso, cuando las piernas de la anciana que lo honra bajo su techo ya no tienen las fuerzas de antaño, siempre que ha sido necesario, ha descolgado la imagen sagrada eido con ella alzada, como bandera abierta, hasta el pie de la carretera, por donde pasa el tributo a los bravos de ayer, esos que tanto hicieron por los pobres como ella, hermanos de lucha de su Camilo Cienfuegos.
Así lo hizo cuando estremeció a Cuba la caravana triste que llevó al Comandante en Jefe hasta Santiago para siempre; o cuando los jóvenes cada 8 de enero rememoran la entrada de los rebeldes a La Habana; y también a fines de octubre, pero esa vez ella se queda al pie de la avenida con las manos vacías, y el cuadro va que parece volar en el andar de su nieto, envuelto en una multitud de rosas, de rostros frescos, de pioneros con risa tan parecida a la de Camilo, hasta el muro donde rompe la espuma, a las aguas donde él se perdió cuando tanto le quedaba por hacer todavía.
Después, al atardecer, regresa el cuadro a su sitio, como los barcos que han cruzado el mundo y arriban al fin a la dársena de sus inicios, y allí, en la casa humilde de pocos muebles y buganvilias en el jardín, donde seguramente nadie lo miró de cerca ni escuchó su voz, ni en un estrechón de manos pudo medir la calidez de su alma; se le continua venerando.
Allí, como en muchos otros hogares de Cuba, Camilo Cienfuegos surge desde una foto, invade los sentires más recónditos, permanece igual a un hijo desaparecido de la tierra, pero jamás de los recuerdos; y los niños que nacen toman su nombre, y los jóvenes leen sobre sus hazañas, de cuando fue el último en conformar la expedición del Granma, de su temeridad en los combates, de las semanas en que atravesó la Isla al frente de una columna a pesar de ciclones, de escaseces, o del día en que tomó una mandarria y golpeó los muros del cuartel militar de Columbia, símbolo del derrumbe de la dictadura y el nacimiento de la Revolución.
Ese Camilo, resguardado de la desmemoria, sigue viviendo en el pueblo, en esos que no olvidan el sonido de sus palabras durante el último discurso y los otros que se conmueven al escucharlo en la cinta de los archivos decir los versos de Bonifacio Byrne, en los cubanos que removieron hasta las piedras en su búsqueda, los que sufrieron la incertidumbre de no tener noticias suyas y los que lo lloraron hondamente cuando Fidel salió, con dolor hasta en la palabra, a explicar que ya no había nada más que hacer para encontrarlo. Sin embargo, a Camilo lo hallan esos que vivieron la historia de ayer, y de ella hablarán a los que nacieron después de esas batallas donde resplandece con sus fuegos en el apellido y en el espíritu.
Mañana, cuando otra vez pase por la acera, seguirá la puerta de la casa entreabierta y allí estará él, sonriendo desde un pedazo de la pared de la sala, con sus dientes blancos, su barba espesa y sus ojos repletos de lo más puro.
Comentarios
En este sitio no se admiten comentarios que violen, incumplan o inciten a romper legislaciones cubanas vigentes o atenten y dañen el prestigio de alguna personalidad o institución, así como tampoco aquellos que contengan frases obsenas, groseras o vulgares. Verde Olivo se reserva el derecho de no publicar los comentarios que incumplan con las normas antes expuestas.