Mariana, la mujer que se empinó sobre la historia
Era una mujer de mirada honda, frente despejada, manos hábiles y espalda robusta, con el porte esbelto y altísimo de la majagua, árbol de sombra generosa y madera resistente, igual a ella, que tuvo siempre una impresionante fortaleza de espíritu y se irguió altiva en medio de guerras y bosques nublados. Mariana Grajales Cuello, nacida en la tierra ardorosa de Santiago de Cuba el 12 de julio de 1815, llegaría décadas después a ser la Madre de la Patria, nombramiento nacido del alma del pueblo por el que luchó y entregó ocho hijos a la batalla por la independencia.
Con la rebeldía de su herencia esclava, cuando en octubre de 1868 estalló la Guerra Grande, la brava de piel mestiza, casi analfabeta, pero con una impresionante inteligencia natural, hizo jurar a su descendencia, de rodillas y frente a un crucifijo de Cristo, libertar a la Patria o morir por ella. La isla vivía la hostilidad del coloniaje español, y los criollos se alzaban en armas para defenderla. A ella no le interesó siquiera la madurez de su edad, 53 años, y se fue a la manigua. Seguramente sintió fríos en el corazón, incertidumbres, el temor por la muerte de esos que tanto amaba, pero ni aun así vaciló, y los impulsó a las cargas al machete.
Serían esos años de muchos sacrificios, de sobrevivir con lo elemental en los montes, de resistir largas caminatas, lluvias, tempestades, y el dolor punzante de la pérdida. De la familia, el primero en caer fue su esposo, Marcos Maceo, ya con grados de sargento, en el combate de San Agustín de Aguarás el 14 de mayo de 1869, aunque al decir de algunos historiadores su deceso ocurrió luego en un hospital de campaña de la Sierra Maestra, como consecuencia de las heridas.
Después, vio morir a varios de sus hijos, sufrió, profundamente, pero siguió allí, en las líneas del Ejército Libertador. Velaba por la limpieza de las ropas de los mambises, trasladaba armas y pertrechos, aconsejaba, atendía a los heridos en momentos en que las medicinas escaseaban, y los remedios de la naturaleza y su cariño maternal eran el único alivio. Ella era el puntal amoroso de aquel hospital de campaña, y quienes sufrían o agonizaban, en la fuerza, la ternura y el coraje de Mariana hallaban el tan ansiado aliciente.
Contaba el Apóstol José Martí en su artículo «La madre de los Maceo» que, al recibir a su hijo Antonio muy mal herido, frente al llanto de las otras mujeres exclamó: «¡Fuera, fuera faldas de aquí, no aguanto lágrimas! (…)», y dirigiéndose a su hijo Marcos que era casi un niño, expresó: «(…) ¡y tú, empínate porque ya es hora de que te vayas al campamento!».1
De su vientre sagrado salieron héroes que ella educó bajo los principios sublimes del servicio a la tierra del nacimiento. El Titán de Bronce, Antonio Maceo, El León de Oriente, José, y otros que no temieron a los combates y dieron hasta la propia existencia por Cuba.
En ella habitaba la firmeza, la honradez, la recia voluntad, el afán irrenunciable a la causa, y pasaría su vida en feroces remolinos de sacrificios, desprendimientos, lutos y lucha. Al concluir la Guerra de los Diez Años, en 1878, Mariana tuvo que irse al exilio. Marchó a Kingston, Jamaica, a vivir sus últimos días con la pesadumbre por la victoria trunca, la muerte de sus hijos por las balas enemigas, los agobios de la pobreza, y la impotencia ante la constante vigilancia española.
«¿Qué había en esa mujer, qué epopeya y misterio había en esa humilde mujer, qué santidad y unción hubo en su seno de madre, qué decoro y grandeza hubo en su sencilla vida que cuando se escribe de ella es como desde la raíz del alma, con suavidad de hijo, y como de entrañable afecto?»,2 así se preguntaba Martí cuando la evocaba en las líneas del periódico Patria.
El 27 de noviembre de 1893, con 78 años, Mariana cerró los ojos para siempre. No obstante, la historia la mantuvo viva. Más de medio siglo después, cuando el Comandante Fidel Castro fundó un pelotón femenino en el Ejército Rebelde que batallaba contra la dictadura de Batista, enseguida eligió llamarlo Mariana Grajales, y también hoy, si es necesario evocar la altura moral y la reciedumbre de nuestra estirpe, se pronuncia su nombre y exalta su memoria, pues en ella seguirá latiendo toda la grandeza de la mujer cubana.
Referencias
1 José Martí: «La madre de los Maceo», en Periódico Patria, 25 de abril de 1894. Artículo publicado en Obras completas t.4., La Habana, Centro de Estudios Martianos, p. 124.
2 Ibídem., p. 123.

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