Apuntes de un diario: del 21 al 27. 5. 1988

21 de Enero de 2025

APUNTES DE UN DIARIO

21 al 27 de mayo

 

Este capítulo que le propongo a los internautas, amigos, combatientes, recoge otros siete días de mi estancia en el Regimiento de Helicópteros de Huambo.

 

Las tripulaciones recién llegadas a la unidad en Huambo continuamos nuestra adaptación a las nuevas condiciones; siempre bajo amenazas, según la contrainteligencia de acciones como el hostigamiento ocurrido en la media noche del día 20 al Predio (residencia) por parte de la UNITA. Esto nos obligaba a estar muy alertas.

 

A pesar de esto, aumentamos los viajes al aeropuerto en tareas de acercamiento, estudios teóricos y prácticos de nuestros helicópteros MI-17 y del área de pilotaje; pues en cualquier momento tendríamos los vuelos de actualización con los instructores, después de los cuales comenzaríamos las misiones combativas que nos podrían llevar a otras regiones del país.

 

Exactamente el día 25 llegamos hasta el regimiento en el bosquecito de eucaliptos, donde el Jefe del estado mayor nos habló de algunos hechos graves cometidos por unos soldados cubanos en Jamba, más al sur; lo que trajo severas medidas del mando.

 

Informados la noche del 26, por el mayor Riva jefe de la unidad, el 27 bien temprano fuimos hacia el aeropuerto para la esperada actualización; ya vestidos con los nuevos overoles y las botas de vuelo. Lo hicimos cuatro copilotos, todos subtenientes: el camagüeyano José Rubén Hernández Torres, conocido por Jose (así, sin acento); José Armando Pérez Rodríguez, de Banes; Reinaldo Rodríguez Gomero, de Baracoa; más este servidor, de Campechuela.

 

Antes del mediodía volaron Jose y Armando. El ejercicio consistía en cuatro tráficos (maniobra alrededor de la propia instalación) de aproximadamente una hora de duración, con el mayor Riva en el asiento derecho. Después de almuerzo le tocó a Gomero, y a las cuatro monté yo.

 

Pedí la autorización a la torre y despegué el MI-17. Me sentí un poco tenso porque hacía más de un mes del último vuelo en Camagüey. Busqué los 100 m de altura con aumento de la velocidad, y casi encima del bosquecito de eucaliptos di el primer giro de 90 grados por la izquierda. Continué el ascenso para alcanzar los 300 m en el segundo giro, acercándome a los quimbos (barrios marginales) del sureste de la ciudad. Estabilicé los 200 km/h a la altura anterior, con la urbe a la derecha y la pista a la izquierda; volando en sentido contrario al despegue. Busqué el momento en que alcanzara los 45 grados respecto a la cabecera (extremo) de la pista. Cuando los tuve inicié el tercer giro, establecí un ligero descenso. Pedí autorización para aterrizar. A los 15 grados con relación a la franja asfáltica di el cuarto; busqué la línea central y comencé a disminuir velocidad. Aterricé a unos 100 m sobrepasado el inicio de la pista. A pesar del tiempo sin práctica me pareció haberlo hecho bastante bien.

 

Suspiré unos segundos, relajé manos y piernas. Cuando apretaba el intercomunicador para solicitarle el segundo tráfico a la torre observé, casi al mismo tiempo que Riva, un avión de transporte que descendía en sentido contrario a nosotros. El mayor me arrebató los mandos. Con habilidad tomó como un metro de altura y desplazó el helicóptero hacia el lateral derecho, fuera de la pista. Por allá vimos que el Fokker abortaba su aterrizaje y ascendía; para en instantes sobrevolarnos a unos 100 m.

 

Entonces Riva le pidió autorización al torrero y con desplazamiento lateral, casi a 5 m de la tierra, trasladó la aeronave hacia la plazoleta de estacionamiento. Aterrizó muy molesto, enfurecido. ¡Apaga los motores que hasta aquí volamos hoy!, le dijo al técnico de vuelo. Se bajó profiriendo palabrotas y se fue a paso rápido hacia la torre de control en busca del culpable de esa premisa de accidente.

 

Por la noche, ya relajado en El Predio, el jefe nos llamó a los cuatro copilotos para firmarnos el libro de vuelo; que nos autorizaba a iniciar misiones combativas. En mi caso solo había volado 20 minutos.

 

  • Los subtenientes pilotos José Rubén Hernández Torres (lamentablemente fallecido en la primera década del siglo en su natal Camagüey), a la izquierda, y Eduardo L. Verdecia Díaz en una de las plazoletas de  los helicópteros, Huambo, 1988.

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