Apuntes de un diario: 17. 6. 1988.
Durante mi estancia de 17 meses en Angola como piloto de helicópteros MI-17 llevé un diario con las vivencias personales y otros hechos. Este capítulo recoge mi cuarta misión combativa en ese país también desde la base de Cahama, así como las gestiones en busca de mi hermano.
Después del agitado día 15 (junio de 1988), el 16 sin vuelos y sus respectivas noches de crudo invierno en la pequeña casa de la guardia combativa del aeropuerto de Cahama; que me obligaron a dormir con pantalones y abrigo, echarme una sábana, dos mosquiteros y una colcha, el 17 al mediodía el coronel Lamas (Carlos Manuel Lamas Rodríguez, Jefe de la Defensa Antiaérea y Fuerza Aérea en la Misión Militar Cubana, DAAFAR) nos ordenó ocupar una posición adelantada en Xangongo para asegurar otra misión de BSR (Búsqueda, Salvamento y Rescate) a los cazas; como ya había ocurrido el propio 15 por la mañana.
Continué de líder con el pequeño Cádiz y el técnico Bong, seguidos de Gabriel García y Jose. Volamos por la ruta anterior sobre la carretera que no dejaba de emocionarme al ver tanta técnica militar junto a los combatientes cubanos, angolanos y namibianos que nos saludaban. A los 25 minutos el dirigente de vuelo nos guiaba para el aterrizaje próximo a la iglesia de la aldea. Otra vez nos rodeó una escuadra de soldados cubanos y los pobladores acudieron en masas.
Tan pronto bajé a tierra fui hacia el soldado más cercano de la defensa circular. Indagué por mi hermano Elio Esteban Verdecia Díaz, pero este tampoco lo conocía.
Eran cerca de las dos de la tarde y los rayos del sol refulgían. Los tres tripulantes buscamos refugio debajo de un arbolito de poco follaje a unos 10 metros del MI-17, y en el borde de la carretera que al salir del puente sobre el río Cunene se unía al poblado. Mientras Cádiz y Bong conversaban con el piloto de cazas que nos servía como dirigente de vuelos tomé un gajito seco y largo del suelo, y como si fuera un bastón buscaminas pinchaba la tierra, al tiempo que miraba en rededor con la mente puesta en mi hermano, quien podía estar en la zona pero no acababa de encontrar.
De pronto descubrí a tres combatientes que se acercaban a la otra aeronave ubicada a unos 100 metros de nosotros y en dirección a Cunene, y fueron hacia nuestro helicóptero, venían en fila india. A unos 50 metros sus fisonomías fueron más visibles. El primero era negro y pensé sería angolano; el otro blanco y el tercero trigueño, debían ser cubanos. Este último, de tronco ligeramente inclinado al frente, se me pareció mucho a quien buscaba.
—¡Cádiz…aquel es mi hermano!— exclamé al tiempo que avanzaba hacia allá.
Pero de pronto me detuve, lo veía más gordo y bajito. Regresé a mi posición inicial y ellos continuaron acercándose. Cuando faltaban unos 30 metros ya no tuve dudas.
—¡Sí, es él, coño!
Boté el gajito como el bateador su bate, y corrí con la fuerza de un velocista hacia él. Mi hermano Elio Esteban hizo lo mismo. Nos abrazamos sin querer soltarnos. Un nudo ocupó toda mi garganta que me impedía articular palabra alguna. Él estaba igual. Lloramos a lágrima viva en medio de aquella aglomeración de personas; muchos de ellos no sabían las causas.
Luego Cádiz nos dijo, «suban para el helicóptero», y hacia este fuimos abrazados. Nos sentamos en la cabina de carga y conversamos largamente de nuestros casi tres años sin vernos, de la familia, de mi conclusión de los estudios en la URSS, de su primera estancia en Punta Negra (República del Congo), del traslado hacia el sur, de las misiones de exploración artillera hasta unos 25 km de Namibia…y lo más lamentable: que el anterior día 15 él había visto nuestros helicópteros, pero confiado en la palabra de un compañero que le dijo que eran FAPLAS, no se presentó a estos. Al final le regalé unas compotas «Taoro» y unas naranjas que llevaba encima.
Cerca de las 4 y 30 horas los MIG-23 concluyeron sus misiones de exploración en la frontera y nos ordenaron regresar. Mi hermano y yo nos despedimos casi con lágrimas, deseándonos suerte y nuevos encuentros. Cádiz despegó, giró sobre la aldea y luego sobrevoló el área por donde, en fila india, se retiraban él y sus compañeros. Vi las manos levantarse en señal de despedida. Algo me oprimía el corazón y la garganta; sabía que Esteban vivía los mismos sentimientos.
-FUENTES: Diario personal del autor, su archivo de fotos, mapa topográfico de Angola.
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