Nemesia, una flor sobre el pantano (2).

17 de Abril de 2025

Los heridos zapaticos blancos que inspiraron al Indio Naborí. Foto:Archivo Cubaperiodistas.   

 

  

Liborio tenía el presentimiento de que algo extraño podía estar pasando, percibía una intranquilidad inexplicable, y ante la incertidumbre de no saber, apenas amaneció el 17 de abril de 1961, él y Esterbino, el mayor de sus hijos, fueron hasta el batey de Soplillar. La voz sin rodeos de un teniente del Ejército Rebelde le disipó las dudas: «Es una invasión».

 

El humilde cenaguero sintió un golpe de preocupaciones en la sien, y entonces, lo más rápido que pudo, regresó a la casa y decidió irse con su familia para Jagüey Grande.

 

Esa era la forma que conocían Liborio y Juliana de proteger a los hijos; y en un camión subieron a los niños, a las abuelas, latas de leche, algunos cajones de madera con las pocas cosas que tenían, y Nemesia cogió la caja con sus zapaticos blancos casi sin estrenar. Solo una vez los había usado para dar unos cuantos pasos, y pensó que en Jagüey se los podría poner de nuevo.

 

Ninguno tenía idea de lo que era realmente una invasión, pero en el aire se respiraba tensión, desespero, una necesidad de resguardo, y por eso iban buscando un lugar más seguro, lejos de la costa. Pero en las cercanías de Pálpite un avión apareció, empezó a bajar y pasaba por encima de ellos una y otra vez. En la cabina iba Esterbino al timón, su esposa y las dos abuelas de Nemesia. Atrás cinco niños: Virulo, una primita de ellos, Liduvina, un sobrinito de tres años, Adolfo, y Oscar de solo unos meses en los brazos de Nemesia. Además, Liborio y Juliana. Nadie imaginó el peligro tras ese vuelo, y le decían adiós, y los niños agitaban las manitos saludando. «Pensamos que era un avión cubano, pues llevaba nuestra bandera y las insignias de la Fuerza Aérea Revolucionaria», recuerda Nemesia.

 

El avión se alejaba unas cuantas nubes y regresaba, nunca se iba del todo. «Venía detrás del camión. Y entonces mi padre le dice a mi hermano Esterbino: «Oye, bájate de la carretera». Cuando él le dice así, rompe el tiroteo», rememora Virulo.

 

Los disparos bajaron en ráfagas, despiadados, sin importar que a quienes herían era a una familia desarmada, que eran niños, padres y abuelos tan inocentes que confundían bombas con relámpagos. A Virulo le dieron dos tiros, uno en la pierna y otro en el brazo derecho. Los mercenarios descargaron su metralla sobre los carboneros, se ensañaron con quienes no podían responder al fuego, y a Juliana le arrebataron en unos segundos la vida.

 

Llanto, desconcierto, mucha sangre… y Nemesia no olvida nada. «Mató a mi mamá, hirió a dos de mis hermanos, al más chiquito y al mayor, y a mi abuelita paterna le dieron un balazo en la columna y ella no caminó más». En medio de la confusión todos se habían alejado un poco del camión, pero Juliana seguía allá arriba, desvanecida en el piso, envuelta en una sábana que le cubría las heridas, cada vez más lejos de los hijos y más cerca de la muerte.

 

Nemesia sintió que no podía irse y dejarla atrás, porque hubiese sido como abandonarla. «Yo no me quería ir porque me parecía que estaba viva. Le faltaba un brazo, pero pensaba que se podía salvar. Entonces mi papá me haló, pero llegué hasta donde estaba ella. Se sonrió y con su mano derecha trató como de abrazarme. 

 

Esos son recuerdos muy tristes. Entonces mi papá quiso que yo bajara del camión. Me hala y me dice: “Yo no quería que tú vieras esto”. Y levantó las sábanas. Yo vi a mamá por dentro. Le vi las vísceras, todo. Mi papá me la tuvo que enseñar porque yo no quería dejarla», recuerda.

 

 

Testimonio de Virulo Rodríguez, el más pequeño de los hijos de Liborio y Juliana. Como esta, todas las citas del trabajo pertenecen al documental Nemesia, del periodista Wilmer Rodríguez Fernández, publicado en 2011.

 

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