La despedida del Che

03 de Octubre de 2024

Facsímil de los primeros párrafos de la carta de despedida del Che a Fidel.

Con su uniforme verde olivo y el rostro serio llegó el Comandante en Jefe Fidel Castro ante un podio con cinco micrófonos el 3 de octubre de 1965. Ese histórico domingo se daba a conocer que el Partido Unido de la Revolución Socialista adoptaba el nombre de Partido Comunista de Cuba y se presentaba su primer Comité Central. Pero aquel momento de júbilos en la clausura del congreso, estaba ensombrecido por una ausencia, la de un hombre que, como dijo Fidel, poseía todos los méritos y las virtudes necesarias en el grado más alto para pertenecer a él y, sin embargo, no figuraba entre sus miembros.

 

Cuando el líder pronunciaba esas palabras, Aleida March, la joven combatiente y esposa del comandante Ernesto Guevara, bajó la mirada. En el pecho se le unieron todas las angustias de la distancia, pues el Che se encontraba a miles de kilómetros, comenzando otra lucha por los desprotegidos de la tierra. Eso lo explicaría allí Fidel a los miles reunidos esa noche en el entonces Teatro Chaplin, hoy Karl Marx, y a todo el pueblo, al leer, con voz firme y entrecortada, la carta de despedida del guerrillero.

 

«Me recuerdo en esta hora de muchas cosas, de cuando te conocí en casa de María Antonia, de cuando me propusiste venir, de toda la tensión de los preparativos». En esos instantes fue en lo primero que pensó el Che cuando estuvo ante la hoja en blanco, en el primer encuentro de los dos en México justamente diez años atrás; y antes de que terminara aquella madrugada fría en el apartamento número 49 de la calle José Emparán, ya él era uno más en el Movimiento que luchaba por la liberación de Cuba.

 

Según una carta que escribió a sus padres Ernesto y Celia, luego de sus recorridos por distintos países «no hacía falta mucho para incitarlo a entrar en cualquier revolución contra un tirano, pero Fidel me impresionó como un hombre extraordinario. Las cosas más imposibles eran las que encaraba y resolvía».

 

«(…) tenía una fe excepcional en que una vez que saliese a Cuba iba a llegar, y que una vez llegado iba a pelear y que peleando iba a ganar. Compartí su optimismo, había que hacerlo, que luchar, que concretarlo, que dejar de llorar y pelear, para demostrarle al pueblo de su patria que podía tener fe en él, porque lo que decía lo hacía».

 

Al Jefe del movimiento también lo impresionaba el joven médico argentino que todos los fines de semana trataba de subir el Popocatépetl, un volcán que está en las inmediaciones de la capital. «Preparaba su equipo —es alta la montaña, es de nieves perpetuas—, iniciaba el ascenso, hacía un enorme esfuerzo y no llegaba a la cima. El asma obstaculizaba sus intentos. A la semana siguiente intentaba de nuevo subir el Popo —como le decía él— y no llegaba; pero volvía a intentar subir, y se habría pasado toda la vida intentando, aunque nunca alcanzara aquella cumbre. Da idea de la voluntad, de la fortaleza espiritual, de su constancia», contaría Fidel muchos años después, el 26 de mayo de 2003, en la Facultad de Derecho de Buenos Aires.

 

El Che vino con ellos en el yate Granma, fue el primer comandante ascendido del Ejército Rebelde, demostró su valía liderando la columna 8 Ciro Redondo en una peligrosa marcha hasta el centro de la isla, se convirtió en el héroe de la dura batalla de Santa Clara, y en una de las figuras más importantes de la Revolución. Pero aquel 3 de octubre, como dejaba escrito a Fidel, hacía formal renuncia de sus cargos en la dirección del Partido, de su puesto de Ministro, de su grado de Comandante, de su condición de Cubano, pues «nada legal me ata a Cuba, sólo lazos de otra clase que no se pueden romper como los nombramientos».

 

Él había dado lo más puro de sí para construir al país y su hombre nuevo luego de una dictadura de siete años, y solo se señalaba, como «única falta de alguna gravedad, es no haber confiado más en ti desde los primeros momentos de la Sierra Maestra y no haber comprendido con suficiente claridad tus cualidades de conductor y de revolucionario. He vivido días magníficos y sentí a tu lado el orgullo de pertenecer a nuestro pueblo en los días luminosos y tristes de la crisis del Caribe. Pocas veces brilló más alto un estadista que en esos días, me enorgullezco también de haberte seguido sin vacilaciones, identificado con tu manera de pensar y de ver y apreciar los peligros y los principios».

 

La sinceridad categórica que siempre definió su carácter y acciones, emergía en sus frases, dejando claro su enorme admiración hacia Fidel y su deseo de continuar la lucha cuando otras tierras del mundo reclamaban el concurso de sus modestos esfuerzos.

 

Estoico y sensible al mismo tiempo, había tomado otra vez el camino más difícil y honorable, el de la lucha «contra el imperialismo donde quiera que esté», y lo hacía «con una mezcla de alegría y de dolor», pues aquí dejaba a sus pequeños y queridos Hildita, Aleidita, Camilo, Celia y Ernesto, a sus padres, a la esposa que lo había acompañado en los meses finales de la guerra y después de ella, y a un pueblo que lo amaba como a un hijo.

 

Fidel leía con sentida emoción, era el adiós de un amigo del alma, de un hermano de ideales que le aseguraba: «Que si me llega la hora definitiva bajo otros cielos, mi último pensamiento será para este pueblo y especialmente para ti. Que te doy las gracias por tus enseñanzas y tu ejemplo al que trataré de ser fiel hasta las últimas consecuencias de mis actos. Que he estado identificado siempre con la política exterior de nuestra Revolución y lo sigo estando. Que en dondequiera que me pare sentiré la responsabilidad de ser revolucionario Cubano, y como tal actuaré.

 

Que no dejo a mis hijos y mi mujer nada material y no me apena: me alegra que así sea. Que no pido nada para ellos pues el Estado les dará lo suficiente para vivir y educarse».

 

 

Con un abrazo «con todo fervor revolucionario» concluyó la epístola el guerrillero que estaba ya en las montañas de la selva del Congo, con el fusil al hombro en un intento por romper los yugos con que Europa Occidental sometía a África. Fidel leyó hasta el final, de inmediato un aplauso lo inundó todo y él quizás sintió, a pesar de la distancia, la poderosa presencia del Che.

  • Fidel lee la carta de despedida del Che. Foto: Archivo de Cubadebate / Fidel Soldado de las Ideas

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