El intenso color rojo

30 de Julio de 2024

El sepelio de Frank País García fue un evento masivo y conmovedor

La suerte está echada, no hay manera que esta vez se me escape. Quedan pocos lugares en todo Santiago para que esa rata miserable de Frank País pueda esconderse. Lo tengo cercado y no lo sabe, es cuestión de tiempo. Y si no lo agarro, que me quiten el nombre, pero no el de pila. José María Salas Cañizares no, Masacre es mi nombre de verdad.1

 

Pudo haberlo pensado, o quizás hasta lo dijo. Nadie puede asegurarlo, ni siquiera Randich, sumiso y delator. El teniente coronel Salas Cañizares llegó a la ciudad más convulsa de todo Oriente a meter en cintura a los comunistas, mano dura y puño de sangre. Cumplió. Bajo su reinado de terror en la primera mitad del año 1957 fueron cayendo uno por uno. Los que lograron sobrevivir se refugiaron en la Sierra Maestra. Pero Frank no, luego de su salida de la cárcel de Boniato, en mayo, tenía un único objetivo: organizar la lucha, abastecer a Fidel, preparar el país para un levantamiento definitivo, un nuevo 30 de noviembre.

 

No le bastó el hermano muerto, él sigue insistiendo. Tengo que reconocer que es duro, pero mientras más duros más me provocan, más me incomodan. No se fue detrás del jefecito en la loma, se quedó y lo va a pagar caro.

 

Raúl Pujol le brinda su casa, a pesar de que no cumplía con los requisitos para un buen escape. Ya no había dónde ir. Eugenia hace todo lo posible por mantener la discreción y la seguridad, pero la intención no fue suficiente. Esperanza Paz lo sabía, desde afuera notó el movimiento, el secretismo, la reunión con otros compañeros y el auto que salió a toda velocidad. De algo sí estaba segura: Frank País aún se escondía en casa de los Pujol.

 

Suena el teléfono y se me tensa el hígado. No tomo la llamada inmediatamente, espero y saboreo la posibilidad de la noticia. La voz de Laureano me sabe exquisita: está en San Germán No.204. Te cogí, maestrico.

 

Salir de allí es la única opción según Raúl, Frank sopesa las posibilidades y, en efecto, no queda otra manera. «Nada me va a pasar», dice con tranquilidad, «yo soy francisquito buena suerte», y sonríe, pero no sabe que lo hace por última vez. O quizás sí lo sabe y precisamente por eso sonríe. La esquina está vigilada desde los altos. La detención es inminente.

 

La tarde se me hace eterna, el carro no avanza con la velocidad suficiente. Al borde del Callejón del Muro me recibe Randich con su letanía y unos espejuelos oscuros en las manos. ¡Coronel, este es Frank País!, grita con la emoción de un perro fiel. No me lo cuentes, enséñame. Y allí mismo, sentado en el jeep, está él, desafiante y seguro, como si no supiera que ya le toca morirse.

 

El oficial se acerca a Frank y furioso lo agarra de la camisa y lo golpea en el pecho con la culata del arma. El maestro no habla, solo busca con insistencia los ojos de su agresor. Se siente observado desde las ventanas vecinas y agradece en silencio a los testigos anónimos que horas más tarde contarán la verdad sobre su muerte. Nada puede hacerse, pero Raúl no lo entiende y se lanza sobre ellos. Los perros de Cañizares no lo dejan llegar y lo arrojan inconsciente sobre la acera.

 

Cobarde dice, pero no soy yo quien huye como una rata. Ay maestrico, tu amiguito no tiene noción del peligro. Cobarde es la lengua que te vas a tragar ahora, perro comunista. Y descargo sobre él una deliciosa ráfaga con mi carabina. Disfruta la vista, Frank País, que ahora sigues tú.

 

Frank recibió los últimos disparos del arma de Cañizares, pero no fue suficiente. El asesino se detuvo a cargar su M2 en lo que indicaba al resto de los agresores que continuaran el fuego sobre el muchacho, que cayó inerte sobre el asfalto del Callejón del Muro.

 

Ya está hecho. Cumplí con Batista. Ahora tengo dos opciones: una, me marcho inmediatamente y reporto el hecho. Diré a la prensa que detuve al revoltoso y que además se resistió, disparó su 38 contra mi gente y no tuvimos más remedio que abatirlo. Dos, vuelvo sobre mis pasos y me acerco a su cadáver de espaldas sobre el suelo, disparo sobre su nuca el resto de mis proyectiles y observo como salta su cuerpo sin vida y la sangre se dispersa sobre la calle. Tiene un color bonito su sangre. La sangre de Frank País debajo de la suela de mi zapato, finalmente.

 

Frank País y Raúl Pujol fueron brutalmente asesinados en la tarde del 30 de julio de 1957 en el Callejón del Muro de la ciudad de Santiago de Cuba. El sepelio fue masivo y conmovedor. El pueblo santiaguero desafió la amenaza y desbordaron las calles. Nadie creyó la historia de la resistencia del revoltoso. El teniente coronel José María Salas Cañizares, Masacre, supervisor de la Policía Nacional, huyó de Cuba luego del triunfo revolucionario y no regresó por el resto de su vida. Quizás una vida apacible, o quizás no. Quizás una vida perseguida por el intenso color rojo de la sangre de Frank País.

 

Referencia:

  1. El discurso del teniente coronel Salas Cañizares es un recurso narrativo de ficción basado en los hechos históricos y en la psicología criminal del personaje.
  2.  

Fuentes consultadas:

  • Armando Hart Dávalos. Aldabonazo. En la clandestinidad revolucionaria cubana. Editorial Ciencias Sociales. La Habana, 2006.
  • Pedro Álvarez Tabío. Frank. El más extraordinario de nuestros combatientes. Oficina de Publicaciones del Consejo de Estado. La Habana, 2008.
  • Juan Antonio Monroy. Frank País. Un líder evangélico en la Revolución Cubana. Editorial Caminos. La Habana, 2007.

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