El último tocado de Jorge Agostini
En la calle 4, entre 15 y 17 del Vedado habanero, fue asesinado Jorge Agostini Villasana. Era el 9 de junio de 1955 y allí quedó su cuerpo. Abusivamente le disparó Julio Stelio Laurent Rodríguez, alférez de fragata y jefe del Servicio de Inteligencia Naval de la Marina de Guerra del gobierno dictatorial de Fulgencio Batista y Zaldívar.
Según el investigador Pedro Antonio García Fernández, en un centro hospitalario cercano los forenses certificaron su fallecimiento y afirmaron que había muerto “por hemorragia interna a causa de 21 perforaciones de arma de fuego”, recibidas “a una distancia de 75 centímetros (menos de un metro) de sus agresores, y muchas de las heridas las tenía en la espalda. Sus manos no presentaban evidencias de haber disparado”.
Cuando se supo la noticia, el país todo se convirtió en un hervidero, pues Agostini, además de destacarse como excelente padre, amigo y revolucionario comprometido con las causas justas, era multicampeón centroamericano de florete y espada, medallista panamericano, y participante de los Juegos Olímpicos de Londres en 1948.
Era un hombre valiente que desafiaba su edad para representar al país en disímiles eventos deportivos en los cuales sus habilidades y agilidades le permitieron realizar poses, desplazamientos y ataques más certeros que sus contrarios, y de esta forma demostrar el talento de los habitantes de la pequeña Isla caribeña.
Cuánto habrá deseado tener su flexible espada en aquel momento injusto cuando, según los vecinos del barrio capitalino, recibió golpizas, culatazos de armas y por último más de una veintena de disparos. Seguro que el enfrentamiento hubiera sido diferente, pues hubiese tenido tiempo para un tocado al menos, y a pesar de la punta roma de su arma, la justeza de sus ideales convertiría la acción en efectiva. Pero no fue así.
En poco tiempo, un esbirro sanguinario le había quitado la vida al mayarisero que también dominó el arte de la navegación y desde 1931, tras graduarse de la Escuela Naval del Mariel como alférez de fragata, encontró en el mar y sus marinos una manera de defender los principios valerosos, esos por los que luchó hasta en el exilio, pues su intransigente accionar político ante los regímenes de Gerardo Machado y Batista le impusieron salir hacia Estado Unidos.
A traición y herido en el piso le dispararon al comandante técnico en artillería, al comandante del submarino C-4, al coronel de la República Española que se enfrentó a los generales contrarrevolucionarios encabezados por Francisco Franco, y que participó, entre otras acciones, en el hundimiento de la nave insignia de la marina falangista, en el traslado de numerosos combatientes hacia Málaga y en la salida de las Brigadas Internacionales.
No tuvieron compasión con este hombre de mar que, al regresar de la gesta antifascista, puso sus conocimientos al servicio de la marina cubana en la cual ejerció diferentes cargos hasta convertirse en jefe del servicio secreto del Palacio Presidencial.
Pesaron más los frecuentes diferendos políticos y éticos con los presidentes de la Mayor de las Antillas, el golpe militar reaccionario del 10 de marzo de 1952, así como su abierto respaldo a los asaltantes de los Cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes en 1953, hechos que lo hicieron replantear su posición ideológica y, tras la renuncia a su cargo, comenzar sus actividades insurreccionales contra la segunda dictadura batistiana.
Por tales razones se sumerge en la clandestinidad y establece contactos con militares sacados de las fuerzas armadas por los golpistas y con otros que permanecían disgustados en los distintos cuerpos del ejército, la marina y la policía. Hasta que, poco a poco, estructura una red dentro de la Marina de Guerra a la que se vinculan el cabo de mar Santiago Ríos, de Cienfuegos, y los tenientes Dionisio San Román, Juan M. Castiñeiras, Felipe Vidal y varios oficiales más.
Así llega el fatídico 9 de junio en la casa del doctor Francisco René de la Huerta Aguiar, cuando espera a sus compañeros Menelao Mora, Lomberto Díaz y Pelayo Cuervo Navarro. Allí es donde descubre la redada que le pretenden hacer y trata de alejarse por el fondo, pero la bata y el maletín de médico que escoge para encubrirse no son suficientes frente al odio de sus agresores, que lo balean sin compasión.
Sobre este hecho el doctor Fidel Castro Ruz escribiría dos días después en el artículo “Frente al terror y frente al crimen” en el periódico La Calle: “¿Quedaría sin castigo la salvajada? ¿Tiene acaso un grupo de hombres derecho de arrancarles la vida a sus semejantes con más impunidad de la que no tuvieron nunca los peores gánsters? Hoy es Jorge Agostini, nuevo mártir en la lucha por la liberación nacional, ¿quién será el próximo combatiente en caer acribillado?”
A pesar de la monstruosidad de la acción, desgraciadamente no fue la única contra esos rebeldes que luchaban desde la clandestinidad por librar a Cuba de sus políticos opresores. Solo con el triunfo del primero de enero de 1959, el pueblo se constituiría en tribunal de los bárbaros que acabaron con sus hijos. Ese día prevalecería la patria libre y justa con la que soñaron Jorge Agostini Villasana y otros miles de mujeres y hombres íntegros.
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