Fidel lo dijo y ¡volvieron!
Tras una intensa batalla de ideas de todo nuestro pueblo, el 17 de diciembre del 2014 Gerardo Hernández Nordelo, Antonio Guerrero Rodríguez, Ramón Labañino Salazar, René González Sehwerert y Fernando González Llort —los Cinco—, se reunieron definitivamente en Cuba tras cumplir años de prisión en Estados Unidos. René ya se encontraba en la Patria, esperando a sus hermanos, como todo el pueblo.
Su detención desató una amplia campaña internacional en favor de un juicio justo y en enérgico reclamo de su liberación. Y es que el mundo conoce bien la injusticia de la justicia yanqui. Cuando se piensa en el tema de los Cinco, por lo general se le ve como un caso aislado y no como parte de una larga historia en lacual resulta habitual la manipulación de jueces, abogados y testigos, en consonancia con los intereses del gobierno de Estados Unidos…
El juicio que más se asocia con el proceso de los Cinco es el del architerrorista Luis Posada Carriles, inocente a los ojos de la misma «justicia» que condenó a nuestros héroes. Sin embargo, si se estudia la historia legal norteamericana, salen a la luz muchos procesos controvertidos y manipulados por diferentes intereses políticos.
En este sentido, el racismo resulta muy común como causa. De modo que otro caso de estos tiempos es el de Mumia Abu-Jamal, periodista y escritor afronorteamericano, activista de Panteras Negras, que se encuentra prisionero desde el 9 de diciembre de 1981 —hace 43 años—, cuando lo balearon, golpearon, detuvieron e inculparon del asesinato del policía Daniel Faulkner en Filadelfia, para luego condenarlo a muerte en un juicio racista e injusto. Mumia lleva añosen el pabellón de la muerte y no es el único negro encarcelado por el delito del color de su piel.
Muy conocido resulta todo lo relacionado con los ocho obreros anarquistas, ahorcados en Chicago, tras un juicio amañado. En «Un drama terrible», nuestro Martí se refirió al ajusticiamiento que tuvo lugar a raíz de la huelga del 1.o de mayo de 1886 en pro de la jornada de ocho horas, en la cual más de cinco mil fábricas norteamericanas fueron paralizadas y 340 000 obreros salieron a calles y plazas a manifestar sus exigencias. Fue el motivo de la declaración del 1.o de mayo como Día de los trabajadores.
Sonadísimo fue en la década del cincuenta del pasado siglo el caso montado contra los esposos Rosenberg, acusados sin pruebas de vender a la antigua Unión Soviética el secreto de la bomba atómica. En medio de calumnias, y a pesar de la valerosa defensa de su abogado, Julius y Ethel fueron condenados a morir en la silla eléctrica, hecho que se consumó el 19 de junio de 1953, en medio de fuertes protestas en todo el mundo. Ese incidente fue parte de un periodo de la historia norteamericana, en el que para frenar el movimiento progresista, se inició una «cacería de brujas» que incluía represión y cárcel para líderes obreros, intelectuales y científicos, acusados de militarizar o simpatizar con el partido comunista.
Si se busca, se hallarán, sin duda, muchos otros procesos legales plagados de mentiras y arbitrariedades; pero lo más curioso es que desde el primer juicio de la historia de Estados Unidos como nación, la justicia en ese país ha sido pisoteada. He aquí los hechos:
Corría el año 1864 y la Guerra Civil o de Secesión llegaba a su fin: se habían enfrentado, por un lado, el modo de producción esclavista y la economía agrícola prevalecientes en los estados del sur (Confederados) y, por el otro, el pujante capitalismo de los estados del norte (la Unión). La inevitable derrota del sur era cuestión de tiempo y se respiraba un clima de gran agitación política.
En noviembre de 1864, Lincoln fue reelegido triunfalmente presidente de Estados Unidos y estableció una «política de reconstrucción», con la que pretendía readmitir en la Unión, sin represalias, a los estados secesionistas; tal pretensión provocó airadas críticas de los conservadores. El 3 abril se produjo la caída de Richmond —capital confederada— y en cuanto el general Robert E. Lee se rindió el 9 de abril, Lincoln anunció su apoyo al derecho limitado de sufragio para la población negra: ello precipitó las acciones de los conjurados, quienes no admitían ni siquiera ese «derecho limitado»: para ellos los negros no podían tener derechos.
Durante una representación en el teatro Ford, el 14 de abril, John Wilkes Booth disparó contra Abraham Lincoln, quien se encontraba observando la función en el palco presidencial y murió al siguiente día a consecuencia de esa herida.
En poco tiempo fueron asesinados o apresados los conjurados —con excepción de uno de ellos, John Surrat— y sometidos a consejo de guerra con un tribunal militar integrado por generales y manipulado por el propio ministro de la Guerra. También fue procesada la madre de John y dueña de la pensión donde se hospedaban o eran visita frecuente los conjurados: Mary Surrat. ¿Sus delitos? Ser católica sureña, tener trato con sus huéspedes y ser madre de uno de los implicados.
Su abogado Frederick A. Aiken llevó a cabo una valiente defensa, pese a la cual Mary Surrat, al igual que los demás procesados, fue declarada culpable de conspiración y condenada a muerte.
Cinco de los nueve miembros de la Comisión Militar recomendaron al presidente Andrew Johnson (1808-1875) reducir el castigo de la encartada —a causa de su sexo y edad— a cadena perpetua; pero el mandatario se negó. Surratt fue ahorcada el 7 de julio 1865 y se convirtió en la primera mujer ejecutada en Estados Unidos.
Sin embargo, la verdadera conspiración fue la organizada por el gobierno para vengar la muerte de Lincoln y avivar el odio contra los sureños.
Dos años más tarde, concluida la guerra, en el juicio civil contra John Surratt, John Lloyd, uno de los testigos de cargo —Lloyd confessed that drinking had always affected his memory—confesó que el consumo de alcohol había afectado hacía tiempo su memoria y que no —know if Mrs. Surratt had given him such instructions or not.—sabía si la señora Surratt le había dado instrucciones o no.—He later claimed that he—más tarde afirmó que—had been tortured into testifying against Mary Surratt—había sido torturado para que testificara contra Mary Surratt. En este juicio, se utilizaron las mismas pruebas que en el consejo de guerra; sin embargo, John Surratt, quien sí había participado en la conspiración, no pudo ser condenado y quedó en libertad.
Lo cierto es que la justicia norteamericana, una y otra vez, ha sido manipulada y pisoteada por intereses políticos. Y ese fenómeno se repitió en el caso de nuestros Cinco Héroes, sacrificados como víctimas propiciatorias en medio de la feroz campaña contra Cuba.
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