Baraguá: una protesta que llega hasta hoy

11 de Marzo de 2025

El escenario de los hechos. Foto: Trabajadores

La historia es sabida. Mientras Antonio Maceo Grajales cosechaba rotundos éxitos en Oriente, el general español Arsenio Martínez Campos había ordenado una tregua indefinida en Camagüey e intentaba acercarse a los hambreados y desnudos mambises.

 

Su política «pacifista» comenzó a rendir frutos cuando, el 8 de febrero de 1878, se reunió la Cámara de Representantes, en San Agustín del Brazo, Camagüey, y acordó su propia disolución, con la única protesta de Salvador Cisneros Betancourt. En su lugar fue creado el llamado Comité Revolucionario del Centro, encargado de las negociaciones de paz, en representación del pueblo camagüeyano. Sus siete integrantes, sin jurisdicción para ello, asumieron la responsabilidad histórica de discutir la capitulación de las armas insurrectas. Siete hombres, representantes del Centro y no de la Isla, de un plumazo, pusieron fin a diez años de heroísmo.

 

Entre esos hombres había verdaderos revolucionarios, que demostrarían con su accionar posterior su posición patriótica; pero entonces perdieron la perspectiva del momento histórico. Uno de ellos, Juan B. SpotornoGeorovich, sin embargo, se afilió a las filas del autonomismo y desde esa posición brindó sus servicios al gobierno español. Y es que siempre ha habido y habrá zanjoneros, esos que se venden al mejor postor y traicionan a la Patria.

 

En su análisis, Martí valoró que la Tregua había servido para entender «[…] cómo vino a menos la pujanza de los padres, cómo atolondró al espantado señorío la revolución franca e impetuosa [recuérdese que la guerra fue iniciada por los terratenientes criollos, cuyas figuras más radicales ya habían caído] y, cómo con el reposo forzado y los cariños se enclavó el peleador en su comarca y aborrecía la pelea lejos de ella [regionalismo], cómo se fueron criando en el largo abandono las cabezas tozudas de localidad, y sus celos y sus pretensiones [caudillismo] […]».

 

El epílogo más glorioso de la Guerra Grande, la Protesta de Baraguá, sería protagonizada muy poco después, el 15 de marzo, por quien se convertiría en símbolo de la intransigencia revolucionaria de nuestro pueblo, el general Antonio, representante de la tendencia más radical y revolucionaria del mambisado.

 

Resulta bien conocido cómo ocurrieron los hechos: el 15 de marzo de 1878, el general Antonio rechazó enérgico y digno el documento que el general Martínez Campos le tendía y que ha pasado a la historia como Pacto del Zanjón, y luego de un breve intercambio en el que españoles y cubanos defendieron sus ideas, fue evidente que no existía la menor posibilidad de arreglo y quedó fijada para ocho días después la reanudación de las acciones de guerra. Entonces se oyó el jubiloso grito de quienes rechazaban la posibilidad de paz sin independencia ni abolición: «¡El 23 se rompe el corojo!».

 

Cien años después de aquellos acontecimientos, Fidel valoró: «[…] con la Protesta de Baraguá llegó a su punto más alto, llegó a su clímax, llegó a su cumbre, el espíritu patriótico y revolucionario de nuestro pueblo; y las banderas de la patria y de la revolución, de la verdadera revolución, con independencia y con justicia social, fueron colocadas en su sitial más alto».

 

  •  Fidel el centenario de la Protesta de Baraguá, 15 de marzo de 1978. Foto: Fidel soldado de las idea

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