El rescate de Sanguily (II)

04 de Octubre de 2024

Ignacio Agramonte y Loynaz: El Mayor, El Bayardo .Ecured

 

«[…] y un semidios, formado en el combate,

ordenando una carga de locura,

marchó con sus leones al rescate

¡y se llevó al cautivo en la montura!»

 

Rubén Martínez Villena

 

Luciano Caballero, el ayudante que intentó poner a salvo al brigadier Sanguily, pudo escabullirse de los peninsulares y, aproximadamente una hora más tarde, al filo del mediodía, informó de lo sucedido al capitán Federico Diago, hombre de confianza de Agramonte.

 

Se dice que El Mayor no preguntó dónde o cómo habían capturado a su subordinado y amigo. Ni siquiera se interesó por el número de soldados que lo tenían prisionero. Tan solo reunió a sus hombres y pidió voluntarios para arrancar al jefe mambí de las garras colonialistas.

 

Se ofrecieron todos.

 

Resultaron elegidos aquellos cuyas cabalgaduras se hallaban en mejores condiciones después de tantos días de continuos y agotadores desplazamientos. Treinta y cinco valientes en total, incluidos Agramonte, el comandante Manuel Emiliano Agüero y los capitanes Henry Reeve –Enrique el americano o El inglesito: jefe de la vanguardia– y Palomino, ayudante del brigadier Sanguily, que reclamó estar en el sitio de más peligro.

 

Reeve, junto a cuatro fusileros de la escolta, partió de inmediato en busca del enemigo, con orientaciones de no dejarse ver ni entablar combate, solo reunir información útil para la toma de decisiones. A prudente distancia, lo siguieron el resto de los escogidos.

 

El norteamericano no tardó en regresar. Dijo que los españoles se hallaban muy cerca. Sudorosos y cansados, se agolpaban a beber agua alrededor de un pozo, en medio del potrero de la finca «La esperanza», propiedad de Antonio «Toño Torres».

 

El Mayor desenvainó el machete, arengó a sus hombres –«Es preciso rescatar al brigadier Sanguily, vivo o muerto, o perecer en el intento»–, y ordenó el avance. Tan pronto divisaron a la guerrilla del comandante Matos, Agramonte mandó al corneta que tocase a degüello, y todos se lanzaron a la carga, Palomino el primero.

 

El sonido del clarín mambí heló la sangre de los soldados ibéricos, quienes se dispusieron a resistir la acometida insurrecta mediante un fuego nutrido.

 

Imposible. Un tsunami de coraje, ajeno al silbido de las balas que escupían los fusiles Máuser enemigos, irrumpió en las filas peninsulares y entabló una terrible lucha cuerpo a cuerpo: infierno de armas blancas, tajos, sangre abundante, quejidos y vidas escapadas.

 

Antes de dirigir la carga, el Mayor había tenido la previsión de colocar a cinco rifleros desmontados, de modo que hostigasen con sus disparos el flanco derecho hispano, como apoyo a la acción de los jinetes del Camagüey. Ello aumentó el desconcierto en los soldados de la metrópoli.

 

En medio de la confusión, el brigadier Sanguily azuzó hacia sus compañeros de armas el caballo en que lo llevaban amarrado. El general insurrecto vestía un uniforme español, pues sus ropas habían quedado secándose en el bohío cerca del cual lo aprehendieron. Aunque agitó el sombrero en su diestra mientras gritaba «¡Viva Cuba libre!», recibió un balazo mambí en la mano, antes que le reconocieran.

 

Según otra versión, la herida se la provocó el suboficial ibérico que lo custodiaba, ultimado por un machetazo insurrecto cuando pretendía quitar la vida al jefe cubano.

 

Sea como fuere, Sanguily terminó abrazado a Agramonte tras la dispersión enemiga, sano y salvo. El brigadier sobreviviría a las guerras de independencia: murió en 1906.

 

Los patriotas sufrieron una muerte y seis heridos. Los españoles, tuvieron once bajas mortales, y cedieron al rival nueve fusiles, tres revólveres, municiones, armas blancas, 60 caballos, 40 monturas y otros pertrechos.

 

El saldo de ese enfrentamiento entre dos fuerzas dispares –casi cuatro soldados hispanos por cada mambí–, resultó decepcionante para las autoridades coloniales, que ya se afilaban los dientes en Puerto Príncipe al recibir la noticia de la captura.

 

En los cubanos, la acción tuvo un saldo moral positivo. Demostró lo que puede conseguirse «con la vergüenza de los cubanos», como dijera el Mayor, quien, al referirse a la hazaña afirmó: «Mis soldados no pelearon como hombres: ¡Lucharon como fieras!».

 

Fuentes:

 

  1. Diccionario Enciclopédico de Historia Militar de Cuba. Primera parte (1510-1898). Tomo 1: Biografías (pp. 31, 32, 239, 240, 266, 267). Casa Editorial Verde Olivo. La Habana. 2014. Reimpresión 2016.
  2. Diccionario Enciclopédico de Historia Militar de Cuba. Primera parte (1510-1898). Tomo 2: Acciones combativas (p. 267). Casa Editorial Verde Olivo. La Habana. 2014. Reimpresión 2016.
  3. Historia de Cuba. Tomo 2: Las luchas por la independencia nacional y las transformaciones estructurales, 1868-1898. La guerra en Camagüey, 1870-1873 (pp. 87 a 91). Editora Política. La Habana. 1996.
  4. Ecured. Rescate del brigadier Sanguily.
  • Estatua ecuestre de Ignacio Agramonte y Loynaz en la ciudad de Camagüey.Ecured

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