Un chino atrás (I)

22 de Noviembre de 2025

Chinos mambises lucharon por la independencia de Cuba. Foto: Ecured

 

El aporte de la migración china a la nacionalidad cubana se inició casi dos siglos atrás.

 

Los primeros braceros del gigante asiático llegaron a la mayor de las Antillas a bordo del bergantín «Oquendo», en 1847, provenientes del puerto de Guangzhou.Habían sido contratados por salarios ínfimos para realizar faenas agrícolas que incluían el corte de la caña de azúcar.

 

Desde entonces, sangre y cultura chinas enriquecen nuestro acervo mestizo. En esta isla arraigaron sus genes, sabiduría, tradiciones, afán de emprendimiento, gastronomía. Además, resulta notable su contribución a la libertad de Cuba.

 

Se estima que alrededor de dos mil chinos mambises pelearon en una o varias de las tres guerras de independencia. Como homenaje a ellos, el 10 de octubre de 1931se erigió un monumento en el céntrico barrio habanero del Vedado. Una columna de granito negro, de ocho metros de altura,  se alza en el parquecito triangular formado por la confluencia de las calles L, 15 y Línea. Allí, grabada en el bronce de una tarja, se lee esta frase atribuida a Gonzalo de Quesada y Aróstegui, secretario y albacea de José Martí: «No hubo un chino cubano desertor. No hubo un chino cubano traidor».

 

En esa misma década—años treinta del siglo XX—, uno de aquellos chinos que habían surcado océanos en busca de prosperidad, estuvo a punto de torcer el rumbo de mi familia. El hombre se sintió flechado porcierta adolescente que, con el tiempo, se convertiría en mi abuela materna. Ella narraba los pormenores del cortejo—historia de amor no correspondido—más o menos así.

 

***

Me decía Muñeca, y era el chino más feo que ojos humanos han visto.

 

Bastó que me atendiera una vez en su puesto de frutas. Ahí se me encarnó. Y yo, que tenía el bobo de guardia, le di pie. Fui a comprar unas guayabas para mamá —enferma la pobrecita, tosiendo sangre—, y regresé con un cartucho enorme repleto de frutas finas.

 

—Regalo de la casa, señorita —chapurreó él, con las erres convertidas en eles.

 

Después, ya sin remedio, mamá me consolaba diciendo que había caído en una trampa de mi ingenuidad y la miseria puestas de acuerdo. Y llevaba razón. Cuando se tienen diecisiete años y tres varas de hambre, no se piensa como es debido.

 

Corría 1934.

 

Aún los once hermanos —ocho hembras y tres varones— vivíamos juntos, con papá y mamá en casa, donde todo era de segunda mano para abajo. Los nueve mayores trabajábamos.

 

Yo estaba colocada1 en la mansión de un teniente de la marina. Mi patrona, la mujer del teniente, una arpía con aires de grandeza, me chupaba la vida por cinco pesos al mes, desayuno y almuerzo.

 

No sé cómo el chino averiguó mi nombre y dirección, pero al día siguiente recibimos un cartucho de frutas igual o mejor que el primero. Traía una tarjeta dirigida a mí.

 

Papá armó un escándalo de tres pares. A santo de qué un macho se atrevía a hacerme regalos sin su permiso. Apenas pude hablar. Salió hacia el puesto de frutas a romperle la cara al chino.

 

Muertas de miedo, las ocho hermanas nos sentamos a esperarlo en la sala, alrededor de mamá. Las horas pasaban y la puerta no se abría. Mis tres hermanos tampoco llegaban de sus empleos. Y Lola, la mayor de nosotras, que era médium, vio clarito—clarito el entierro de un chino.

 

Papá regresó tarde en la noche. Supe que había bebido, incluso antes de sentirle el tufo a alcohol, pues se refirió al chino como «una bella persona». Luego, se me quedó mirando y soltó la bomba. Había autorizado a aquel «hombre de negocios» a noviar conmigo.

 

Protesté, pataleé y lloré a más no poder, pero él no se conmovió. Al contrario, amenazó con no darme dinero ni siquiera para un lápiz de cejas. Como si alguna vez me hubiese dado un centavo.

 

Mas, en esa época, el respeto a un padre se consideraba sagrado, incondicional, absoluto. En contra de mi voluntad, acepté el noviazgo con el chino en plena flor de mi vida.

 

Me esperaban horas amargas.

 

Referencias, Notas o Fuentes consultadas

Nota:

1Contratada como empleada doméstica.

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