Siempre la Patria primero
Tras años de duro exilio y aquejada de múltiples dolencias físicas, muere en Madrid el 7 de febrero de 1901, Ana Betancourt de Mora: una mujer excepcional que aún lejos de la tierra amada no claudicó ni dejó de hacer por su querida Patria.
Puerto Príncipe —actual provincia de Camagüey— fue testigo de su alumbramiento. Su familia, criolla y acaudalada, le ofreció una educación propia de los cánones de la época. Así, entre normas, rituales religiosos, bordados, música y otros menesteres hogareños, creció una bella muchacha de ojos negros y expresivos, fuerte espíritu y voz de timbre dulce y severo a la vez.
Encontró el amor con 22 años, y el 17 de agosto de 1954, Ignacio Mora de la Pera la asume como esposa. Él la consideraba apasionada y cariñosa, y también inteligente y cultivada.Es por ello que comparte sus ideales políticos, entregándose ambos a la causa independentista.
Arranca la Guerra de los Diez Años e Ignacio parte a la contienda, Ana se queda en casa, pero no para llevar una vida apacible. En su domicilio se almacenan armas y pertrechos de guerra, y de igual forma hospeda a emisarios de otras provincias. Tiempo después una orden de detención la obliga finalmente a marcharse a la manigua redentora.
Es en ese tiempo que su voz se alza, y en Guáimaro, justamente en la Asamblea Constituyente de la República en Armas, defiende los derechos de la mujer y exige que se le permita luchar por la libertad. Todavía retumban sus palabras: “Ciudadanos, aquí todo era esclavo; la cuna, el color, el sexo. Vosotros queréis destruir la esclavitud de la cuna peleando hasta morir. Habéis destruido la esclavitud del color emancipando al siervo. Llegó el momento de libertar a la mujer”.
El 9 de julio de 1871 la pareja es sorprendida en Najasa por tropas enemigas, su esposo escapa y ella resulta prisionera. Enferma, a causa de la dura vida en el campo y la influencia de la intemperie, es exiliada. Durante años se traslada por diferentes países en los cuales soportó toda clase de privaciones y dolores, incluyendo la fatal noticia de la muerte de su compañero de vida.
Al momento de su último aliento Ana conspiraba y combatía por la causa revolucionaria, empeño que nunca abandonó.Sus cenizas fueron trasladadas de regreso a la Isla en 1968. Más de una década después, sus restos se reubicaron en el mausoleo erigido en su memoria en la localidad de Guáimaro, devenido hermoso complejo monumental.
Transcurridos 121 años de su fallecimiento, Cuba recuerda su vida intensa, su extenso bregar patriótico y sobre todo el pensamiento avanzado de una mujer que con clara visión de su papel en la sociedad, rompió tabúes, prejuicios y actos de discriminación contra su género.
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