El regreso del Che
En un amanecer turbulento y frío del 16 de diciembre de 1958, el Che dirigió la palabra a los vecinos del pueblito de Nazareno, después de la destrucción del puente de Falcón a unos kilómetros de la ciudad de Santa Clara en la carretera Central, con lo que se iniciaba la ofensiva rebelde en la provincia de Las Villas, pues ya se combatía en Fomento.
Recuerdo con nitidez que el Che hizo énfasis en dos ideas claves: que la emboscada quedaría en Nazareno –pues un vecino, Rigoberto Coca, había planteado la idea de cambiarla del lugar– y la necesidad de evacuar de inmediato el caserío pues seguramente sería atacado por la aviación de la dictadura.
En mi opinión, el Che estaba plenamente convencido de que el lugar ideal para la emboscada era el elegido. A tal efecto nombró como jefe de la posición al capitán José R. Silva Berroa, uno de sus oficiales más destacados, jefe del pelotón de la retaguardia durante la invasión, donde fue herido en un brazo pero que se mantuvo en la marcha estoicamente hasta el final.
Mucho tiempo después, meditando sobre aquella decisión del Che y con cierta preparación militar, he llegado al criterio de que en ella influyeron la ubicación de Nazareno en una pequeña altura, la carretera en la dirección de la ciudad de Placetas a unos 16 km de distancia, el puente sobre el arroyo en la vía de entrada que servía de defensa natural, y la población de Fomento a 9 km del lugar donde se combatía. Era un escenario ideal para el desarrollo de las acciones y para impedir la posible utilización de la población como rehén, como había ocurrido en varias ocasiones en la Sierra Maestra. Por apreciaciones tácticas, el ejército batistiano decidió no prestarles apoyo a sus tropas cercadas y en Nazareno no se produjeron acciones combativas terrestres. Mal precedente para las fuerzas batistianas, abandonadas a su suerte.
La advertencia del Che respecto a los ataques aéreos se cumplió. En cuatro ocasiones la aviación de la dictadura ametralló y bombardeó de forma despiadada el pequeño poblado. El primero de esos ataques se produjo el 16 de diciembre a las ocho y media de la mañana. Por suerte la mayoría de la población se había autoevacuado y solo un pequeño grupo permanecía en el lugar.
Como era habitual en esos casos, con antelación apareció una pequeña avioneta de reconocimiento a la que el pueblo llamaba despectivamente “la chismosa”. Maniobró varias veces sobre el caserío, fue tomando mayor altura y se retiró rumbo al noroeste. Minutos después aparecieron tres aviones cazabombarderos B.26 que inmediatamente iniciaron su genocida misión.
Concentraron la carga de muerte de sus ametralladoras calibre 50 en el núcleo central del caserío donde estaba la bodega mixta de Lato González. Allí se encontraban un grupo de pobladores y combatientes de la columna No. 8 pertenecientes al pelotón del capitán Silva, al mando del teniente Rogelio Acevedo, quien de inmediato ordenó a los presentes no moverse de aquel sitio pues delatarían la posición.
Los cientos de proyectiles disparados contra el sitio y el ruido ensordecedor de los potentes motores de los aviones, convirtieron el lugar en un verdadero infierno. Para hacer aún más dantesca la situación, pronto comenzaron a escucharse los quejidos de los heridos: Rodobaldo Martínez, Rafael Quintanilla y Waldo León conocido por Güito; todos vecinos del poblado y únicas víctimas del ataque. Varias casas sufrieron daños de consideración, incluyendo la de mis padres, y muchos habitantes quedaron afectados psicológicamente durante largo tiempo.
Los B-26 regresaron los dos días siguientes alrededor de las 08:30 horas aproximadamente. La primera vez fueron tres aviones que ametrallaron durante una hora. La segunda, dos naves atacaron por espacio de unos treinta minutos. El 28 de diciembre sobre las 15:00 horas volvieron con su mortífera carga. En esta última incursión, además de las viviendas, resultó averiado un vehículo que se utilizaba en la distribución de cigarros y lanzaron una bomba que no llegó a explotar.
No hubo más víctimas porque la población pronto aprendió a protegerse. Algunas familias construyeron refugios. En uno de ellos –muy bueno, por cierto–, preparado por la familia de José Rodríguez, Chicho; me guarecí durante los ataques.
Estas acciones provocaron que el Che le enviara un mensaje al jefe de la Cruz Roja, en el cual denunciaba los criminales ametrallamientos y bombardeos cometidos por la Fuerza Aérea del Ejército de Cuba (FAEC) contra la población civil de Fomento y Nazareno.
La generación de aquel pueblito que sufrió en carne propia el terror desatado por la aviación batistiana, nunca olvidaremos aquellos hechos y a los hombres y mujeres que desde la clandestinidad o la guerrilla enfrentaron y derrotaron aquella sangrienta tiranía.
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